viernes, 25 de mayo de 2012

Ay, ay, ay, con estos especuladores bolsa

                                                                                                                                     Mauricio Epsztejn
La combinación del destino y las finanzas los unió para siempre. Los dos se asomaron al mundo en abril, justo veinticinco años antes que en el país se abriera el debate sobre el destino de la petrolera YPF. A las casas en que vivieron desde bebés sólo las separaba una pared medianera, mientras el límite entre los fondos colindantes cubiertos por parrales, lo marcaba un maltrecho alambrado que empezaron a atravesar a su antojo ni bien se largaron a caminar. Allí, en las afueras de Luján de Cuyo, crecieron hasta más allá de la adolescencia, donde casi nadie les conocía el nombre inscripto en el Registro Civil porque media ciudad los llamaban por el apodo con que los bautizó uno de los abuelos apenas se asomaron al mundo. Incluso así lo hacían sus maestros de la primaria.
Como a ellos no les molestaba, a los demás tampoco.
A su propio nieto, el que nació morochazo, mezcla de materna sangre Huarpe con la andaluza de su hijo, le puso Retinto, por su semejanza con el color de una raza vacuna bastante común en España. Al del vecino, por ambas ramas descendiente de europeos nórdicos y con una piel tan blanca que parecía albino, le puso Reblanco.
Y así les quedó hasta que fueron mayores: Retinto uno y Reblanco el otro.
Y así los conocieron cuando empezaron a trabajar de albañiles.
Y con esos apodos se hicieron famosos en la zona.
Desde el primer grado de la primaria, Retinto se destacó por su sentido práctico, su facilidad para las matemáticas y la rapidez con que resolvía cualquier cálculo, por lo que se transformó en referente inapelable para Reblanco cuando se trataba de resolver problemas monetarios. En cambio Reblanco, que derramaba a sus alrededor una imagen soñadora, más cercana a la de poeta que a la de banquero, parecía flotar permanentemente junto al borde de la Luna, rodeado de chicas que lo miraban embelesadas. Eso lo convirtió en el consejero ideal para Retinto cuando algún asunto amoroso lo inquietaba.
Con veintidós años cumplidos intentaron que los tomaran como operarios en la destilería local de YPF, pero no pudieron superar el examen de aptitud física: a los dos el análisis les dio demasiado alto el alcohol en sangre. Entonces se hicieron obreros de la construcción y en el recorrido por las obras sus compañeros los fueron conociendo, por lo que terminaron con los apodos recortados. El Retinto se contrajo a Tinto y el Reblanco, a simple Blanco, no tanto por esa moderna tendencia a economizar letras, típica de los textos enviados a través de celulares, sino sobre todo por la modificación de sus hábitos alimentarios: reemplazaron la adicción a los racimos recién cortados de la parra, por la de uva transformada en vino y envasada en tetrabrik o botellas.
— ¿Ustedes nunca usan nafta? —los provocaban sus compañeros
—…y para qué, si con la bicicleta no nos hace falta —respondía el de sentido práctico —con el alcohol que nos cargamos encima, alcanza.
Mendocinos ambos, mendocinos del mendocino departamento Luján de Cuyo, asiento de una de las mayores refinerías petroleras en la Argentina y a su vez territorio poblado de bodegas elaboradoras de vinos finos, como Lagarde, Luigi Bosca-Arizu y otras, se transformaron en sus defensores, pero sobre todo consumidores acérrimos de los productos que esa industria vuelca hacia el mercado mundial. Prueba de tal fervor era la frecuencia con que se los encontraba amanecidos y durmiendo la mona a lo ancho de las veredas.
Sin embargo, ni ellos se pudieron marginar del debate en que embarcó al país, Luján de Cuyo incluido, cuando el gobierno lanzó el proyecto nacionalizador de YPF.
—¿…y vos que opinás? —lo interpeló Blanco en voz baja mientras lo apartaba del grupo discutidor.
—Y yo qué sé —trató de zafar Tinto, encogiéndose de hombros.
—Cómo yo qué sé —lo arrinconó Blanco. ¿Si no sabés vos, quién sabe?
—Es que de petróleo no entiendo nada —buscó escabullirse.
—Dejate de embromar y jugate, no seas cagón, decí algo —lo conminó el amigo.
A la hora del almuerzo la discusión entre los trabajadores de la obra se acomplejó.
—…y está bien lo que se va a hacer con YPF—aprobó uno mientras bajaba del andamio.
—Es que ya no conseguías ni gasoil para la camioneta.
—Sólo vendían nafta Premium, la más cara —agregó el del Fiat Uno —y si querés otra más barata… que te la traiga Magoya.
—Ahora empezaron a gritar y a amenazar. Hasta ese rey que tienen metió la cuchara.
—Tan adelantados que parecían los gallegos y todavía tienen rey. Que griten todo lo que quieran —se envalentonó el que fratachaba el frente —y por más que griten en Nueva York las acciones se les fueron a la mierda —aseguró —, anoche lo escuché en la tele.
—Sí, pero hasta ahora se la fueron llevando con pala y no pasaba nada.
—Bueno… pero a lo mejor este es el momento de cortarles el chorro… yo no sé.
—Hay que festejar lo que se viene —propuso el delegado —tenemos que conseguir una bandera y colgarla allá arriba.
—Bueno, mañana traete una.
—Hecho y la ponemos en aquel balcón —señaló el piso más alto.
—Escuchaste la tele —preguntó el más informado —en Londres el barril pasó los cien dólares.
—¿Cien dólares un barril?
—¿Dólares?
—Sí señor, cien dólares.
—¿…y en la destilería de acá?
—Qué se yo, debe costar lo mismo.
—Pucha —se lamentó el yesero, cuya fama de amarrete era permanente motivo de bromas —, lástima no tener unos pesos para comprar las acciones que ahora están baratas y esperar la suba para hacer diferencia. De que van a subir no cabe duda. Me lo aseguró el relojero, que de eso entiende porque anda en el negocio del oro: es el que vende los anillos de casamiento.
Cuando Tinto escuchó “comprar barato y esperar la suba para hacer diferencia”, la codicia se le desbordó por los ojos y ni prestó atención al resto de la charla, ni a eso de la soberanía energética o cosas por el estilo.
—Blanco, vení p´acá —le dijo al amigo y lo arrastró por el brazo hacia un costado —. Nosotros no nos vamos a ocupar de política, pero vamos a comprar acciones de YPF y esperar que suban. Vas a ver qué buena plata vamos a ganar.
—¿Comprar acciones? Macho, ¿tenés idea de lo que estás diciendo? ¿Llegaste mamado o todavía te dura la curda de ayer?
—No, no estoy en pedo. A esta hora todavía ando bien fresco —insistió Tinto —y sé de lo que hablo. Haceme caso.
—Vos estás totalmente chiflado y yo, aunque te quiera acompañar, no tengo ni un centavo partido al medio.
—Lo que vos no tenés es sentido comercial —lo apretó Tinto —. Hoy mismo le pedimos un adelanto de quincena al contratista y esa es la plata que necesitamos.
—¿Y vos pensás que con ese adelanto nos va a alcanzar para comprar acciones de YPF? —retrucó Blanco —. Ya te lo dije: estás totalmente en pedo.
—Creeme por favor, no estoy en pedo. Escuchá mi plan.
En resumen, esto es lo que Tinto le dijo: a través del joyero, relacionado con los corredores de bolsa que se movían por el centro de la ciudad, comprarían las acciones por el total del dinero conseguido. “La mitad para vos, la mitad para mi” dijo. Luego las guardaría cada uno en su respectiva casa a la espera de la inevitable valorización que, como cualquiera sabe, corre paralela a la del precio del barril, es decir más y más caro cada día.
—Entonces —terminó —se las vendemos a los otros accionistas y con la ganancia nos compramos un montón de barriles.
—¿De los que suben y suben de precio?
—Exacto.
—¿Y dónde los venden? —preguntó el incrédulo Blanco.
—Acá mismo loco, en Luján de Cuyo. ¿Dónde los vas a conseguir más barato?
—¿En la destilería?
—No, pero cerca.
—¿Entonces, habrá que ir hasta la boca del pozo?
—Por favor —lo aferró y sacudió Tinto por los hombros —, por una vez descolgate de la Luna. Ma qué destilería, ni qué pozo.
—¿Dónde entonces?
—¿Pero es posible que no te des cuenta de algo tan elemental? Para qué dar tantas vueltas —y, con paciencia docente le explicó —si acá nomás, en Luján de Cuyo, los barriles de malbec y torrontés lo conseguís en cualquier bodega.

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