jueves, 24 de mayo de 2012

Pasión y vocación- José Martínez, “Cuqui”, el fútbol y la niñez

                                                                                                                                 Mauricio Epsztejn--
Si alguien llega por primera vez al sector de las torres en el Barrio Piedrabuena y pregunta dónde puede encontrar a José Martínez, posiblemente se le encojan de hombros y tenga dificultad para ubicarlo. En cambio si en lugar de José Martínez consulta por Cuqui, la cosa cambia, seguramente lo orienten hacia el club que él preside, Malvinas Argentinas, un edificio plantado en el centro del barrio, que comparte los mismos defectos y problemas con el resto del complejo.

Cuqui es un trabajador municipal al borde de jubilarse, que se casó a los veinte años y crió siete hijos que lo rodearon de once nietos. Nació en diciembre de 1945, durante el primer año de gobierno peronista, acota el cronista y él se ríe, “por eso seré tan bueno”.
La entrevista se desarrolla en un recinto de dos por dos que oficia de presidencia y secretaría, donde el metro ochenta de Cuqui, recto como un pilar coronado por una más que entrecana pero abundante cabellera, debe hacer malabares para sentarse detrás de un escritorio que debe compartir la oficina con dos armarios para guardan papelería, documentación del club y otros elementos importantes, una estantería saturada de implementos deportivos y dos bolsas desbordantes de redes, pelotas y demás utilería directamente apoyadas sobre el piso. Lo que no cabe en muebles y bolsas, se apila por los rincones para dejarle un espacio libre al segundo asiento.

A pesar de las estrecheces, allí se cocina casi toda la actividad que genera Malvinas, y al hablar de Malvinas es insoslayable preguntarse por qué Cuqui le dedica al club gran parte de su tiempo, de su vida.

“Yo jugué como amateur en Sportivo Dock Sud y el futbol me apasiona, pero no lo hago sólo por eso sino porque además, como es un deporte barato, por el precio de una pelota vos podés sacar a los chicos de la calle y es una de las herramientas más eficaces en el combate contra la droga y el paco que les rompen la mente”, nos dice. El entusiasmo por el futbol le nació desde chico, pero seguramente la vocación por ayudar a los pibes la adquirió al acompañar el crecimiento de sus propios hijos. “Siempre me gustó seguirlos de cerca —y agrega —, con mi mujer nos habíamos dividido la carga: yo le prestaba más atención a los cuatro varones y ella a las tres nenas. Toda mi familia está enganchada con el fútbol, sobre todo los varones, que me ayudan en la trabajo con los pibes”.

Martínez llegó a Piedrabuena de casualidad: fue uno de los miles de damnificados por la famosa circular 1050 de créditos hipotecarios, que inventó el equipo de otro Martínez con más poder, el de Martínez de Hoz.

“Se lo debo a la ayuda de una prima mía que es monja. Yo ya estaba cansado de recorrer y reclamar en oficinas en las que nadie me daba bola, hasta que un día ella vino de vacaciones y no le gustó cómo vivíamos. Para esa época yo ya tenía cuatro hijos y en la casa sólo disponíamos de dos habitaciones y una cocina, pero teníamos que compartir con otra gente el baño, la pileta de lavar y otros espacios. Como en esa época la Iglesia veía con buenos ojos al gobierno, viste, en cuarenta y ocho horas ella consiguió que nos asignaran una vivienda en Piedrabuena”. Fue casi como una mano de Dios, intercalamos, pero él sigue: “yo no quería venir a Piedrabuena porque hasta entonces siempre viví en La Boca, sólo pasé un tiempo en la Isla Maciel y volví a La Boca. Pero al final, viste, me convencieron”.

Una vez en el barrio se hizo amigo de un panadero que tenía su local en la planta baja de una de las torres. Cuando el panadero se enteró que Cuqui tenía experiencia en el manejo del fútbol infantil, lo invitó a acercarse para ayudar al club en esa materia y él aceptó porque, aclara, “a mí siempre me gustó el trabajo social”. En el club quedaron conformes con el modo que tenía de relacionarse con los chicos y como justo se habían quedado sin entrenador, agrega, “me preguntó si me animaba a dirigirlos y le contesté que sí. Entonces, primero hablé con los pibes y después con los padres. Les dije que si querían participar iban a tener que trabajar en serio, físicamente en serio. Empezamos a entrenar dos veces por semana. Corríamos ida y vuelta hasta el autódromo y por el camino hacíamos distintos ejercicios físicos, incluso usamos los costados de la autopista Riccheri. Los pibes llegaron a tener un flor de estado físico y técnico, así que allá por el ´82 o el ´83, antes que subiera Alfonsín, participamos por primera vez en un torneo y lo ganamos. Sorprendimos a todo el mundo, hasta a quienes hacía rato que competían. Los tipos miraban asombrados y nos preguntaban cómo hicimos. Yo les contestaba que con trabajo”.

Cuqui perdió a su padre cuando todavía cursaba la escuela primaria y tuvo que salir a buscar la manera de arrimar unas monedas para ayudar a mantener la familia. Dicen que la necesidad tiene cara de hereje y a tan temprana edad se dio maña para reforzar con su trabajo el ingreso materno que permitía parar la olla. Hizo de todo. Entre otras cosas fue canillita: día a día, trepando y bajando de los tranvías en movimiento, voceaba los titulares y vendía los diarios; durante los fines de semana marchaba de madrugada a comprar flores en el mercado que funcionaba a media cuadra de Acuña de Figueroa y Corrientes y con los atados a cuestas regresaba a venderlos en La Boca. Eso lo obligó a terminar el sexto grado de noche.

Fueron tiempos duros. Por eso, cuando años más tarde, ya al frente del Malvinas, llegó a Piedrabuena un funcionario que en tren proselitista usó el tema del hambre para dramatizar su discurso, Cuqui lo bajó a la realidad: “Hablás de hambre, pero ¿qué sabés de eso; alguna vez pasaste hambre? Yo si lo sé, porque de chico más de una vez me tuve que ir a la cama con la panza vacía. Vos no sabés lo triste que es”

De allí que, cuando no hace tantos años muchos argentinos sin dinero y sin trabajo recurrían al trueque o revolvían los tachos de basura en busca de comida, recuerda que “el club buscó la solidaridad de la gente para que los pibes comieran. Antes y después de jugar, les dábamos de comer porque hubo casos en que a causa del hambre los chicos se nos desmayaron en la cancha”.

“Si todavía sigo acá es porque quiero que ningún chico sufra las necesidades que a mí me castigaron a la misma edad y que si mañana alguno de ellos tiene condiciones para llegar a futbolista profesional, ningún club lo pase por encima. Hace poco vino a saludarme un pibe que se inició en el club y que justo ese día había firmado su primer contrato profesional con San Lorenzo. Lo único que le pedí fue que me reservara la camiseta del día que debutara y que siempre recordara el lugar de sus comienzos”.

Desde que llegó a Piedrabuena José Martínez vive en el mismo departamento, que es parte de un complejo edilicio al que un estudio de la Facultad de Arquitectura de la UBA le calculó un término de vida útil de veinte años y ya lleva más de treinta deteriorando su estructura sin que los sucesivos gobiernos, de distinto signo, se preocuparan por revertir la situación. Sólo cubrieron con parches las emergencias graves. Por eso si en tren provocador uno le pregunta cuánta plata obtuvo del fútbol, larga la carcajada, hace como que no escuchó y repregunta “no te entendí bien, ¿querés saber cuánto puse?”

Hoy pende sobre Malvinas un decreto del actual gobierno porteño que ordena su desalojo para instalar allí una comisaría de la Policía Metropolitana porque, alegan, el club no tiene actividad. Un desalojo que hasta ahora se logró parar gracias a un oportuno recurso de amparo.

“Dicen que acá no se hace nada. Eso es una gran mentira, porque estamos participando en las siete categorías del baby fútbol y en cada una tenemos como quince pibes. Además, vienen los adolecentes, los que por edad ya no pueden jugar en el baby pero armaron su propio equipo que practica acá y no sólo juegan sino también colaboran en la preparación de los más chicos. A todos los pibes del baby se les controla su salud la Obra Social de la Federación, lo que incluye a sus familias porque todavía hay padres que no consiguieron un trabajo fijo. Hace poco organizó un torneo la Asociación de Futbolista Solidarios y nos invitaron a participar: llevamos cuatro categorías. Para las nenas también hay actividades: vienen entre treinta y treinta y cinco a practicar patín y las dirige una profesora. Eso levantó alguna queja de los entrenadores del fútbol que tienen miedo que les rompan la cancha con los patines. Las chicas tendrán que cuidar el piso, pero como hasta ahora es el único sitio donde pueden practicar, por un tiempo el futbol y el patín van a tener que compartir el espacio. Alrededor de esas actividades se acercan los padres y varios ya empezaron a colaborar. Uno enseña artes marciales y lo hace gratis, en agradecimiento por lo que el club hizo por cuando él necesitó ayuda. Otras que nos dan una mano son Las Madres del Paco: ellas colaboran en la lucha contra esa peste que destruye y mata a chicos y jóvenes. ¿Para el gobierno de la ciudad esto es no tener actividad?” se indigna.

Piedrabuena es un barrio fracturado por la discriminación y los prejuicios, donde las torres sólo ocupan uno de los sectores. Entre quienes llegaron hace más de treinta años, hubo muchos que en su momento lo consideraron un lugar de paso al que no tenía sentido adherirse física ni emocionalmente, ni comprometerse con su futuro. Sin embargo la vida los obligó a quedarse, allí nacieron y se criaron sus hijos que ya son jóvenes o adultos y la mayoría sigue allí. Por eso Cuqui tiene un sueño: “esos jóvenes son los que deben pasar a dirigir el barrio y el club, hacerlos progresar. Hubo una época muy dura en que Malvinas casi quedó acéfalo: no había nadie que quisiera hacerse cargo de él. Hoy las cosas cambiaron, porque tenemos una Comisión Directiva donde los jóvenes son mayoría y en cuanto se terminen de poner en orden los papeles, papeles a los que yo nunca les di bolilla pero ahora me doy cuenta que son importantes, en ese momento me retiro. Me retiro no quiere decir que me vaya del club, porque acá tengo metida mi vida, pero la dirección la van a asumir ellos. Esa va a ser mi gran satisfacción”.
Julio de 2011


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