domingo, 31 de agosto de 2014

El nieto de Estela Carlotto recuperado

Cuando el cerebro y el corazón juegan en tándem

Mauricio Epsztejn—
Estela Carlotto e Ignacio Guido Montoya Carlotto
 —¿Escuchaste la radio? —irrumpió en el departamento mi mujer hecha una tromba. Fue durante la tarde del reciente 5 de agosto.

—No, ¿qué pasó? —le contesté, porque cuando leo o escribo, me molestan la radio o la televisión encendidas.

—Apareció el nieto de Estela Carlotto —se despachó eufórica.


Confieso que no soy un tipo de lágrima fácil y no lo considero un defecto ni una virtud, sólo soy así. A lo mejor me viene como herencia cultural de familia o simple experiencia de vida. Por eso reaccioné de un modo en apariencia frío, diríamos profesional, entendida esa palabra en el sentido restringido que se la asigna en las actividades que desarrollé durante mi vida. De allí que lo primero que hice fue verificar el dato con otras fuentes: prendí la radio y la televisión para recorrer los canales oficialistas y opositores que unánimemente confirmaron el dato y la seriedad de la fuente. Ese proceso no duró más de tres minutos, al cabo de los cuales sentí que se me anudaban las tripas y que ese nudo empezaba a trepar, sin que por ello el cerebro le cediera al corazón el mando de mi cuerpo.

—Viste que es cierto y vos no me creíste, dudaste —asimilé el fundado reproche, sin inmutarme, mientras escribía un escueto mail que disparé en todas direcciones.

—Apareció el nieto de Estela Carlotto —puse, y en el mismo instante en que di la orden de “enviar” sentí que el cerebro le cedía el mando al corazón y el espíritu se me empezaba a inflamar, al mismo tiempo que el estrujamiento interior llegaba a mi garganta, me dificultaba hablar y nublaba mi vista.

Días después, vi la conferencia de prensa en la que conocimos a Ignacio Guido Montoya Carlotto y, ya sin inhibiciones, lloré. Pocos días más tarde nos enteramos de que en Holanda había aparecido otra nieta, que eleva la suma a 115 recuperados.

A casi un mes del suceso, estoy cada día más convencido que Estela especialmente se lo merecía, pero que en el mismo acto en que cada nieto recuperó su identidad, cedió algo de su individualidad a favor de una nueva, la de un colectivo que nos sirve para dimensionar el valor de la constancia, tenacidad y lucha para lograr que en nuestro país memoria, verdad y justicia se transformen en valores irrenunciables e imprescriptibles.

Gracias Estela, gracias Abuelas, por lo que han conseguido y nos han enseñado.

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