domingo, 31 de agosto de 2014

114, 115, la cuenta continúa

Mario Méndez—

Mario Méndez
Cuando el país entero se conmovió con la noticia de que había un nuevo nieto recuperado, el númeroeditor y factótum de unoytres, nos sugirió a los habituales colaboradores que escribiéramos algo a propósito de la noticia que a nosotros, como a la gran mayoría del país, nos había regalado un hermoso momento de felicidad. No dudé entonces que era una buena idea, y mucho menos lo dudo hoy, cuando disfrutamos de una nueva alegría: la recuperación número 115, el hallazgo de Ana Libertad, el reencuentro de otra nieta con su verdadera historia.
114, nieto de la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto, el amigo Mauricio Epsztejn

Tampoco tuve dudas de sobre qué escribiría: no podía ser otra cosa que un repaso de mi participación en el Quien soy. Relatos sobre identidad, nietos y reencuentros, ese bello libro que publicó Calibroscopio.
Cuando los editores Judith Wilhelm, Walter Binder y Laura Giussani plantearon el proyecto de contar, para niños, jóvenes y adultos, la historia real (pero en clave de ficción) de cuatro nietos recuperados, a mí me tocó escribir acerca de Sabrina Gullino Negro Valenzuela. Una nieta recuperada que se enteró, a los treinta años de edad, que había nacido en un centro clandestino de detención, que sus padres (Raquel Negro y Tucho Valenzuela) habían sido emblemáticos militantes de Montoneros y que, junto con ella, su madre había dado a luz a su mellizo. Un mellizo que todavía sigue sin saber cuál es su verdadera identidad.

Entrevisté a Sabrina Gullino Negro Valenzuela y los nervios y las dudas que había juntado antes del encuentro se disiparon apenas empezamos a charlar. La claridad con la que hablaba de su historia tremenda, sin por eso perder simpatía ni dejar de regalar sonrisas, me dieron la confianza y la fuerza necesarias para encarar el proyecto. Sabrina me contó muchas cosas en esa charla, me dio datos, me refirió detalles, quiso que yo captara las sensaciones que luego intenté incluir en “Querido Melli”, el relato que terminé escribiendo. Y como si su relato no hubiera sido bastante, Sabrina me prestó un libro que también fue guía e inspiración: Reencuentro, excelente trabajo periodístico de Alfredo Hoffman.

Me tomé un tiempo, no muy largo y me puse a escribir. Cuando hubiera elaborado esa historia –si es que lo lograba–, tendría el deber moral de mostrarle lo que escribiera, para su aprobación o su rechazo. Me sentía frente a un gran compromiso, frente a un desafío muy grande, quizás el mayor que tomaba en mi carrera como escritor.

Terminé “Querido Melli” y se lo envié por mail a Sabrina, con la esperanza de que le gustara, y con el inocultable temor de que ella rechazara mi osadía: en su nombre, tomando su voz, había escrito un relato que era una carta, una carta que ella firmaba, dirigida al Melli, a ese hermano con el que compartió el vientre de su madre y con el que, probablemente, sólo haya estado algunas horas de su vida. Un mensaje para el mellizo que todavía espera.

Le mandé el relato a Sabrina, por mail; ella me lo respondió ese mismo día. Me dijo, sencilla, generosamente, que la carta le había gustado mucho, y me regaló un halago inolvidable: “Ojalá vieras mi sonrisa, pero bueno, por suerte existe el mail”. Pocas veces me sentí tan feliz por haber escrito algo. Pocas veces me gustó tanto una lectura como la que hizo Sabrina de nuestro –mío y de ella también–, “Querido Melli”.

Hoy, luego del reencuentro de Guido y Ana Libertad con sus identidades verdaderas, con sus historias, pienso, una vez más, en los cerca de cuatrocientos nietos que aún se están buscando. Entre ellos está el Melli. Y pienso, no puedo dejar de pensarlo ni de soñarlo, en el momento en que su hermana, la hermosa Sabrina, lo recibirá con un enorme abrazo, un abrazo como no habrá otro igual.

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