Mauricio Epsztejn—
Así como se puede afirmar, plagiando al gran historiador
Eric Hobsbawm, que marzo fue un mes largo, caracterizado por la sucesión de
movilizaciones, protestas y luchas que se extendieron hasta el paro general del
6 de abril, cabe decir que la primera etapa electoral de 2017 ya está lanzada
antes de los plazos legales y que para fin de junio cerrará la lista de
aspirantes que pretendan intervenir en las PASO, donde no hay segunda vuelta ni
posibilidad de revancha.
Eso significa que al proceso de reclamos sociales que genera
la política del gobierno se le sumarán los conflictos propios de esta campaña
electoral, donde se juega mucho más que un recambio o revalidación de figuras.
Aseveramos lo anterior porque, a diferencia de lo sucedido
en 2015 donde una parte importante del electorado no alcanzó a dimensionar las
implicancias profundas de lo que estaba en juego, un colectivo que incluyó tanto
a quienes votaron los candidatos del anterior oficialismo como aquellos que lo
hicieron seducidos por un nebuloso “cambio”, impuesto con estilo marketinero.
En las elecciones que vienen la realidad será diferente no sólo
para los que resultaron perdedores y ganadores, sino para esa tercera fuerza
que se postulaba como “ancha avenida del medio”. Transcurridos dos años del
nuevo gobierno, han cambiado varios roles: los perdedores de entonces,
empezaron a entender que el “vamos a volver…” de sus primeras concentraciones no
es nada sencillo de concretar y que la consigna merece una actualización que no
se resuelve con pases de factura, ni exaltación acrítica y en bloque de toda la
gestión anterior; por su parte los ganadores de esos comicios, no tardaron en mostrar
el verdadero rostro del “cambio” con el justificativo de “la pesada herencia”
que, aun cuando conserva cierta penetración, ya es insuficiente para
garantizarles el apoyo continuado de los que incautamente compraron el producto
sin asegurarse sobre la calidad del contenido; en cuanto a los “…del medio”, paulatinamente
fueron descubriendo que el soporte para lograr el equilibrio se les desgrana
a diario bajo los golpes de una realidad que exige compromiso con las mayorías
perjudicadas, hechos y no banales invocaciones a la buena voluntad o mezquinas
especulaciones electorales.
A esta altura del partido, lo que cada día está más claro es
que en buena parte las próximas elecciones evaluarán la gestión del macrismo y
sus aliados, expresos o implícitos, y que los perjudicados no sólo son cada día
más, sino que su malhumor contra el gobierno también aumenta.
Ante esta realidad, están los que de modo ingenuo piensan
que las movilizaciones del reciente marzo largo son un anticipo de la avalancha
de votos que esperan para octubre en favor de la oposición y contra del
macrismo. Es una mirada suicida para cualquiera que sólo confíe en apoyarse en
tal realidad para presentarse como alternativa y creer que tal constatación equivale
a una cantidad de votos proporcional a la gente movilizada, luego de compararla
con la que lo hizo en favor del macrismo el 1º de abril. Por el contrario, de
no aparecer una fuerza que presente una opción programática clara, capaz de
entusiasmar y convencer o, por lo menos, atraer a las mayorías de manera confiable
y esperanzadora, puede derivar en lo opuesto, en el “son todos iguales”, que
deriva en la antipolítica, caldo de cultivo para aventuras totalitarias o darle el triunfo al oficialismo que así revalida
su gobierno por aquello de que “más vale malo conocido…”.
Además, la fuerza que se presente como alternativa real
deberá luchar contra obstáculos que van más allá de lo programático, de lo
racional o de la personalidad de los candidatos. Existen muchos votantes que
apostaron por cambiemos por motivos varios y, aunque reconocen su error, creen necesario
darle más tiempo al gobierno; otros, ansiosos porque necesitan creer en algo,
están dispuestos a otorgarle una nueva chance al actual oficialismo; a lo anterior se
le pueden agregar varios etcéteras que le suman dificultades a la tarea de construir una sólida fuerza del campo nacional, popular y democrático que, al momento de
escribir esta nota, todavía no se ha informado que exista a nivel nacional y
cuyo tiempo para que aparezca se encoge aceleradamente. Sin embargo, eso no
significa que la misma no esté en gateras a la espera de un anuncio conjunto en
algunas o en todas las 24 jurisdicciones y en multitud de municipios.
Por último, vale la pena señalar que una fuerza que
teóricamente debería haber sido central en tal construcción, como el Partido
Justicialista, hasta ahora ha jugado un rol muy marginal, por usar un concepto generoso. Y lo mismo puede decirse de la CGT como organización más importante
de los trabajadores.
Entonces, el movimiento nacional ¿llegará a tiempo para crearla?
De su éxito o fracaso depende mucho el futuro de los argentinos. De allí que la
próxima no se deba considerar una elección más, un simple cambio de personajes.
Es el gran desafío que afronta una dirigencia en la que son frecuentes las
mezquindades a la hora de confeccionar las listas, defender espacios y egos,
junto a otras virtudes y defectos muy humanos, además de las lógicas diferencias
ideológicas y programáticas.
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