Osvaldo Riganti—
Alfonsín y Cafiero |
El gobierno alfonsinista enjuició y encarceló a los
responsables del terrorismo de Estado.
Pero cuando se cumplían 3 años del comienzo de los juicios y estos proseguían se profundizó un estado revulsivo en sectores de las Fuerzas Armadas, acicateados por políticos de derecha y medios afines a la dictadura que padeció el país entre 1976 y 1983.
Pero cuando se cumplían 3 años del comienzo de los juicios y estos proseguían se profundizó un estado revulsivo en sectores de las Fuerzas Armadas, acicateados por políticos de derecha y medios afines a la dictadura que padeció el país entre 1976 y 1983.
500 militares se encontraban procesados
por delitos aberrantes. Algunos, alentados por los ex generales Antonio Bussi,
Ramón Camps y Luciano Benjamín Menéndez se negaron a testimoniar en la justicia
civil. El Círculo Militar y el Centro Naval los respaldaban. Alegaban en
contra, que se manejaban criterios políticos
en los juicios.
Durante la Semana Santa de 1987, el teniente coronel Aldo Rico, liderando un
grupo de militares con sus caras
pintadas tomó la Escuela de
Infantería de Campo de Mayo y exigió el cese de los juicios y la remoción del jefe del Ejército Ríos Ereñú. Hacían su aparición estelar los llamados
“carapintadas” que tendrían en vilo a la democracia durante 3 años y 8 meses.
Los partidos políticos se solidarizaron
con el orden institucional y la CGT decretó un paro general respaldando al
gobierno democrático.
La Plaza de Mayo albergó a una enorme
multitud que clamó contra los insurrectos. Saúl Ubaldini llegó al frente de una
larga columna que entonaba “Dicen que somos los negros de mier…//pero al final
nos vinieron a buscar// porque la gente que sabe, comprende//que el peronismo
se la banca adónde va”. Alfonsín testimonió su agradecimiento a los líderes
opositores. También al jefe cegetista, con quien venía sosteniendo una fuerte
pulseada por su resistencia al plan económico que había ocasionado una progresiva
merma en los ingresos de los trabajadores. “Yo sabía que usted no me iba a
fallar, Saúl” le dijo.
Fue un largo fin de semana, coincidente
con la conmemoración religiosa, sin que se dilucidara el conflicto. El general
Alais, comisionado por el Ejército para sofocar la rebelión, se desplazaba
hacia la guarida de los rebeldes en forma irresoluta.
Ante ello, el domingo de Pascuas el primer
mandatario salió a los balcones y se comprometió ante la multitud que se
congregó repudiando a los militares rebeldes a ir a Campo de Mayo e intimarlos
a que se rindieran. Lo acompañaron autoridades gubernamentales y dirigentes de
primera línea de la oposición, siendo el más destacado Antonio Cafiero (pocos
meses después elegido gobernador de la provincia de Buenos Aires).
Años después, cuando despidió los restos
de Raúl Alfonsín, el dirigente peronista que fue clave en el fortalecimiento de
la democracia diría: “La sociedad estaba acostumbrada a que los políticos
opositores fueran a golpear las puertas de los cuarteles para que los militares
salieran. Esta vez fue al revés, fuimos a decirles que se metieran adentro”.
Alfonsín anunciaría a su retorno la
rendición de los amotinados, con Cafiero a su lado aplaudiendo en el balcón de la Rosada.
Diría al cierre de su alocución: “Felices
Pascuas. La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”. La gente
aclamó enfervorizada pero luego se supo que Alfonsín había cedido a la
presión carapintada prometiendo que no habría juicios nuevos contra los
militares acusados por violación de los derechos humanos. También aceptó la remoción
de Ríos Ereñú.
En poco tiempo vendrían las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final que dieron forma al compromiso asumido con los sediciosos. Sin embargo, la fórmula acordada no calmaría a los “carapintadas” que continuaron con sus periódicas sublevaciones. Las mismas erosionaron la credibilidad del primer mandatario radical y contribuyeron a un proceso de desgaste que culminó (Cafiero triunfó en las elecciones para gobernador de por medio) con la llegada de Carlos Menem al poder.
En poco tiempo vendrían las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final que dieron forma al compromiso asumido con los sediciosos. Sin embargo, la fórmula acordada no calmaría a los “carapintadas” que continuaron con sus periódicas sublevaciones. Las mismas erosionaron la credibilidad del primer mandatario radical y contribuyeron a un proceso de desgaste que culminó (Cafiero triunfó en las elecciones para gobernador de por medio) con la llegada de Carlos Menem al poder.
Como presidente, Menem puso fin a los
levantamientos militares en 1990 con la rendición de Seineldín y otros jefes
carapintadas y, en agosto de 2003, Néstor Kirchner impulsó la anulación de las
leyes de Punto Final y Obediencia Debida.
El carapintadismo se fue extinguiendo,
hasta que sus sombríos personajes comenzaron a reaparecer de la mano de Macri.
Así tuvimos la participación de Rico en
el último desfile del Bicentenario de la Independencia. Lo hizo en calidad de
veterano de guerra. El gobierno aseguró ser totalmente ajeno a una
presencia que provocó malestar en los
sectores democráticos. Pero la suspicacia ganó cuerpo.
Otro hombre vinculado a los facciosos de
Semana Santa que ganó espacio a través de Macri, fue
el Director de Aduanas, Juan José Gómez
Centurión (de controvertida actuación en el Gobierno de la Ciudad bajo su
gestión), quién negó la existencia de un plan sistemático de desaparición de
personas. “No es lo mismo 22 mil desaparecidos que 30 mil”, alegó este mayor
retirado que peleó en Malvinas y fue uno de los levantiscos contra Alfonsín,
junto a Rico.
Cristina
Fernández de Kirchner afirmó que la reiteración de casos de negacionismo
sobre los desaparecidos que se escuchan durante la gestión de Cambiemos,
rematados por las expresiones de este personaje “indican que el que piensa así
es Mauricio Macri” (Página 12, 31/1/2017).
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