Osvaldo Riganti—
Hace 60 años Argentina integró un equipo
cuya preparación revestía las características de la improvisación con que se
daban las cosas en aquellos tiempos —algo que en nuestro fútbol pareciera no
haber cambiado demasiado— a pesar de lo cual conformó el, para muchos, mejor
seleccionado de la historia.
Perú fue en 1957 el escenario de aquel
despliegue casi sin parangón. La faz preparatoria, breve y desordenada, tuvo
lugar en medio del malestar popular por las actuaciones del representativo
nacional en amistosos y prácticas, algo que no casualmente ha signado otras
importantes actuaciones.
La delegación marchó hacia allá vestida
de manera inadecuada y donde hasta el capitán Dellacha no tenía una
identificación que lo identificara durante la ceremonia inaugural.
Argentina le ganó en el primer partido a
Colombia 8-2, y siguió arrasando: a Ecuador 3-0, a Uruguay 4-0, a Chile 6-2
Llegó el partido decisivo con Brasil,
que disputaba cabeza a cabeza con nuestro equipo el título. En los primeros
minutos su principal figura, Didí, le hizo 3 humillantes “caños” al caudillo
del equipo, Néstor Rossi. La advertencia del que quedó consagrado en ese
certamen como “La Voz de América” no se hizo esperar”. A la próxima que me
cargás así te rompo una pierna”. No andaba con chiquitas. Su excesiva reciedumbre había truncado en el
fútbol doméstico la carrera de un célebre Nº 9 de Lanús, “Poncho Negro”
Cejas. Didi se atemorizó. Su juego se
diluyó jugando contra un lateral, casi ajeno al desarrollo del partido. Rossi
con su personalidad y calidad (la que llevó a considerar al ex presidente de
River Plate, Alfredo Davicce, que fue el mejor jugador que vio en su vida) copó
la parada y el accionar demoledor de una delantera como muy pocas veces se
vieron nos llevó a un inapelable 3 a 0 que nos consagró campeones.
Faltaba el último partido. Con el título
ya asegurado, mentan que vinieron algunas noches largas y movidas de los campeones.
Tal circunstancia, unida a algunas ausencias permitieron al local Perú sacarnos
el invicto. Perdimos 2-1. Pero ya la Copa América viajaba hacia la vieja casa
de la calle Viamonte, no sin antes producirse en Ezeiza una recepción
apoteótica.
Vendrían luego, tras desencantos, los 3
principales éxitos: la Copa de las Naciones en 1964, los Mundiales 1978 y 1986.
Vendrían subcampeonatos que tuvieron perfiles muy halagadores como los de 1990
y 2014. Pero aquel Sudamericano de Lima fue tal vez la máxima expresión de un
fútbol de virtuosos.
Un equipo cimentado en la firmeza de
columnas defensivas como “Don Pedro del Área” Dellacha y Federico Vairo, el
citado gran patrón de las canchas argentinas Néstor “Pipo” Rossi, la gambeta
endiablada del que, para quienes ya peinamos muchas canas, mejor Nº 7 que pisó
canchas argentinas: Orestes Omar Corbatta y tenía su máxima expresión en los
célebres “3 carasucias”: Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar
Sívori. Una lesión le impedía a Sívori estar en algunos pasajes. Igual con lo
que hacía le bastaba al apodado “Cabezón” para rayar a gran altura. Aparte, por
si fuera poco, cuando él faltaba, aparecía un goleador de la dimensión de José
Francisco Sanfilippo.
Era demasiado.
La performance argentina tuvo resonancia mundial. Y del
fútbol europeo vinieron a buscar a las estrellas más rutilantes. Racing vendió
a Humberto Maschio en 5 millones al Atalanta, Boca a Antonio Valentín Angelillo
en 5 millones al Inter y River en 10 millones a Enrique Omar Sívori a la Juventus.
Fue el pase más caro del mundo y Sívori se constituyó para muchos en el mejor
jugador que pisó canchas italianas. Deslumbró durante casi una década en
Juventus y cerró su gloriosa carrera en el Napoli.
Un orgullo excesivo llevó a la AFA a no
convocar a estos enormes jugadores para el Mundial de Suecia del año siguiente.
Con un plantel cargado de años vino la debacle, fuimos rápidamente eliminados
con un categórico 3-1 que nos propinó Alemania y un humillante 6-1 que sufrimos
a manos de Checoslovaquia. Entre uno y otro partido se produjo el único
triunfo, 3-1 sobre Irlanda.
El Mundial de Suecia fue el comienzo de
un notorio bajón del fútbol argentino. Ya no estaban las figuras principales
del equipo que conmocionó al continente en Lima.
Algunas porque siguieron su carrera en
el Viejo Mundo. Otras porque para ellas había llegado el inexorable camino del
ocaso. Ello tuvo particular incidencia en River Plate. Sin Sívori, sin recambio
para hombres de la talla de Labruna, Rossi, Vairo, Prado pese a tratar de
conformar grandes equipos y lograrlo a veces afrontaría una prolongada sequía
de 18 años sin campeonatos.
Aquel
Sudamericano de Lima fue un hito. Porque nuestro fútbol había llegado a
la cumbre tras sucesivos éxitos en las contiendas sudamericanas. Se agotaba una
generación de eximios jugadores. Nuevos tiempos traerían aparejadas otras. Pero
hace 60 años se abría un paréntesis.
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