Mauricio Epstejn—
Hoy por hoy
La nueva Alianza Cambiemos |
Se puede afirmar, sin temor a errarle demasiado, que durante
buena parte de la década cuyo fin se puede datar entre fines de 2015 y
comienzos del 2016, los infaltables debates en familia o con amigos en las
puertas del verano, giraban en torno a cómo y dónde pasar las vacaciones. Un
tema que en la actualidad no ocupa el mismo lugar y no porque hasta ese momento
el país viviera exento de tensiones y conflictos, sino por el carácter y la
agudeza de los mismos, que no habían llegado al nivel que tienen hoy, en que para
muchos casos literalmente el dilema pasa por la supervivencia, como se manifiesta
con fuerza creciente a partir de mediados del año pasado, cuando se comenzaron a
sentir con intensidad los efectos de las políticas que de entrada aplicó la gobernante
Alianza Cambiemos, efectos que hasta ese momento fueron amortiguados y absorbidos
por el colchón recibido como parte de la “pesada herencia” del gobierno
anterior, y que aún conserva, aunque cada día más escuálido, buena parte de los
trabajadores, sectores medios y pequeños y medianos empresarios, pero que ya
consumieron en su totalidad los más postergados en la escala económico-social.
Sin embargo tal política todavía logra enmascarar su rostro
más siniestro con la ayuda del efectivo aparato mediático y la indulgente
miopía o simple complicidad de una dirigencia política y gremial que les
facilita el camino hacia la total reconversión del país en función de los
intereses del gran capital financiero internacional, un rostro que se mostrará al
desnudo en caso de consolidarse la política macrista, proceso que ya sufrimos al
cierre de 2001, plagado de represión y muertos, un anticipo de los cuales reaparece
con las nuevas violaciones a los derechos humanos, la prisión de Milagro Sala y
los palos, balas de goma y de plomo con que el gobierno responde a quienes
protestan y resisten la ofensiva revanchista de la derecha, encabezada por el
bloque económico, político e ideológico dominante.
De todos modos, lo llamativo es que, transcurridos catorce
meses de gobierno macrista, las maniobras, personajes y prédicas de la derecha aún
encuentran eco y consenso en importantes sectores de la población, entre las cuales,
como lo señalan respetables encuestas de opinión, si bien cayó la simpatía
hacia el oficialismo, la misma se mantiene alta y no se verifica un sensible desplazamiento
hacia propuestas que cuestionen su esencia.
El desafío
Esta realidad inquieta a una parte de la dirigencia política
y social del campo popular, en particular porque 2017 es un año electoral en
que los tiempos juegan y apuran de modo decisivo, ya que el resultado de los
comicios va a condicionar en buena medida el futuro de la Argentina e incluso
de Sudamérica.
Y pesan porque el cronograma legal hasta octubre empieza en
junio, cuando se cierran las listas y alianzas, y sigue en agosto con las PASO
(Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) de donde surgirán las candidaturas
y listas para competir en octubre.
Mientras en ese espacio todos hablan de constituir un frente
realmente opositor que permita alcanzar mayorías consistentes en ambas Cámaras para
frenar la ofensiva de Cambiemos y abrir la perspectiva de que en 2019 este
campo recupere el poder para que, corrigiendo los errores e insuficiencias de la
anterior etapa, revertir la tendencia creciente a la decadencia nacional en que
nos metió el bloque hoy dominante. Sin embargo, hasta ahora los pasos que se conocen
en esa dirección son bastante tímidos respecto a los plazos que se encogen a
diario y que exigen explicitar un claro proyecto político con propuestas superadoras,
que vayan más allá de las conocidas críticas al neoliberalismo o la
reivindicación indiscriminada de la anterior etapa kirchnerista, propuestas que
entusiasmen a la militancia y al pueblo, para luchar por recuperar los votos
perdidos y atraer a quienes en aquella oportunidad eligieron otras alternativas
y candidaturas respaldadas por su mayor representatividad política y social, compromiso
con el pueblo y probada moralidad económica, soslayando para ello la
arbitrariedad de conformar listas de candidatos cuyo único aval sea el dedo.
Posiblemente uno pretenda demasiado para tan poco tiempo,
pero vale la pena aceptar ese desafío e intentarlo.
En cuanto al frente, cualquiera que haya transitado por lo
menos los bordes de la vida política sabe que los verdaderamente durables
insumen mucho tiempo de construcción para lograr que confluyan colectivos e
individuos diversos, que lo mismo implica establecer metas comunes para las distintas
etapas y que, por lo tanto no todos coinciden en todo, por lo que la
participación de algunos se puede agotar en la primera elección, que otros se pueden
incorporar sobre la marcha, pero que conserva la unidad del núcleo de los
impulsores originales, de los que aspiran hacerlo crecer y con quienes cabe
esperar acuerdos más profundos, sin fecha de vencimiento, la perdurabilidad del
Frente tiene garantía aunque en el trayecto haya debates duros, roces o
chispazos amenazantes. Un frente también significa proponerse límites programáticos
y formas de acción tanto a derecha como a izquierda. Y si a la
izquierda, según
dijera Néstor Kirchner, está la pared, el de la derecha, por definición, debe
ser más estricto, excluyendo a los individuos que, según revelaron los cables
de Wikileaks y nadie desmintió, hubo funcionarios de gobiernos kirchneristas y actuales
opo-oficialistas que, mientras integraban aquel gobierno concurrían sigilosamente
a la embajada norteamericana para confesarse y lograr el perdón de la misma por
conspirar contra el interés nacional. Eso no quiere decir rechazar el diálogo
con tales personajes e incluso llegar a acuerdos circunstanciales sobre puntos específicos,
teniendo siempre en claro con quien se trata.
Incógnita para la deriva del Partido Justicialista
En cuanto al rol del Partido Justicialista, a su conducción
formal, a su unidad ideológica, política y orgánica, está bastante claro que
bajo esa sigla hoy se cobijan proyectos políticos y trayectorias personales que
nada tienen en común. Van desde los que contribuyeron activamente al triunfo
macrista y continúan inmutables en esa línea, hasta los que pasaron por esa
etapa de modo vergonzante y ahora buscan que se les abra una puerta para pegar
la vuelta, junto a los que enfrentaron la contingencia de manera decidida, lo
siguen haciendo, e integran el mayor contingente de quienes propugnan la
conformación de un frente nacional, popular y democrático en Argentina, con proyección
hacia los homólogos del continente.
Está bastante claro que el modo en que el P.J. resuelva o no
su conflicto interno, necesariamente influirá en el destino del frente del cual
estamos hablamos y que cuando alumbre la nueva criatura después de tan
prolongado parto, tendrá un futuro incierto, una de cuyas opciones, sin ser
ineluctable, será conservar el nombre y hacer honor a la mejor tradición obrera
y popular del movimiento originado el 17 de octubre de 1945.
Lo innegable es que si el P.J. quiere seguir siendo la
principal organización política, popular por excelencia, deberá renovarse en
contenido y forma entendiendo que el reclamo de “que se vayan todos”, no sólo estuvo dirigido hacia De la Rua y sus
cófrades. Esa consigna no perdió actualidad porque aún no fue satisfecha la
renovación profunda que reclama, no sólo del maquillaje, sino de todo el
sistema político, judicial, jurídico e institucional, incluyendo el sindical,
el empresario y el social.
Tal como están las cosas, si alguien debe hacerse cargo de
impulsar hasta el final ese proceso que quedó trunco, a criterio de quien
escribe esta columna (y está seguro de no ser el único), ningún actor lo podría
hacer mejor que un Frente sobre el cual ya se empieza a debatir y que sería
auspicioso tuviera su bautismo antes de las próximas elecciones para poder
debutar a nivel nacional y servir de punto de referencia y convergencia de todas las fuerzas
democráticas, sobre todo en los principales distritos, ya que si el proyecto de
Cambiemos se impone en octubre de 2017, las dificultades para revertir los
daños serán mayores y la ofensiva de la derecha más revanchista por concluir el
rediseño del país a su medida tendrá un carácter más brutal e implacable, como
ya lo demuestran los intentos por gobernar el país por decreto, clausurando prácticamente
el Congreso y respondiendo a balazos cualquier protesta. Entonces, el
avasallamiento de toda legalidad será un hecho, como sucede en Jujuy, y abarcará
al país.
Una luz de esperanza
En ese sentido es auspicioso lo que desde una mirada
optimista se visualiza en la Provincia de Buenos Aires en cuanto a la búsqueda
por construir una alternativa con poder real frente al oficialismo gobernante, alternativa
amplia y superadora de los errores cometidos durante la vida del Frente para la
Victoria. Los avances de esta construcción ya no surgen por mandato de un
obsoleto verticalismo, sino a partir de los debates y acuerdos alcanzados entre
iguales, que no significan ausencia de conducción sino una que se va
desarrollando a partir del resultado y las consecuencias de lo anterior, donde
los pergaminos individuales pesan de acuerdo a la consideración que merecen todas
sus facetas, tanto las positivas como las negativas.
En este proceso no cabe duda que tiene un gran valor el
reconocimiento fáctico de los errores que condujeron a la derrota de 2015, a
partir de lo cual habrá que estar atentos ante el peligro de recaídas contra
las que nadie está vacunado, porque si bien desde hace muchos siglos los
filósofos sostienen que los errores son un instrumento básico en el camino
hacia la verdad y por eso son una parte de ella, no se trata de hacer un culto
de los mismos, sino aprender para no repetirlos.
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