Por el profesor José Pecora—
Benjamín
Franklin, además de ser el inventor del pararrayos, fue uno de los padres
fundadores de los Estados Unidos de América, ya que participó de la redacción y
firmó conjuntamente con otros, la Declaración de la Independencia de dicho país
en 1776. También fue redactor de la Constitución en 1787. Ya hemos mencionado
en una nota anterior (El ajedrez en el siglo de las luces , unoytres abril de
2015) que Franklin era un asiduo concurrente al café Procope, lugar donde asistían
los miembros ilustrados más destacados de la sociedad parisina. En dicho café,
se practicaba mucho el ajedrez y se dice que en una de esas mesas, Franklin preparó
la Constitución de los Estados Unidos.
Retrato de Benjamín Franklin hecho por Joseph-
Siffred Duplessis (pintura al óleo, 1785)
Sirvió de modelo para la imagen del billete de
100 dólares en 1995.
Entre los años 1776 y 1785, mientras vivía en un
suburbio de París, era el representante de la Revolución Americana no sólo ante
la corte francesa, sino para todo el mundo. Gracias al apoyo militar que obtuvo
de los franceses, que le declararon la guerra a Inglaterra, Franklin consiguió en
1783 su gran victoria diplomática, el Tratado de París con Gran Bretaña que
puso fin oficialmente a la guerra de la independencia.
Fue durante su estadía en esa ciudad que desarrolló
la pasión por el ajedrez. En 1779 escribió un ensayo sobre el tema llamado “La
moral del Ajedrez”, en el que dice, entre otras cosas, que "La vida es una especie de
ajedrez, en la que a menudo ganamos puntos luchando contra los adversarios o
enemigos.... El juego está tan lleno de acontecimientos que uno mismo se
impulsa a jugar la partida hasta que en la última jugada pones la esperanza en
la victoria gracias a tus propias capacidades".
Libro
de Ajedrez de Benjamín Franklin.
El
mismo se halla expuesto en el Salón de la fama mundial del ajedrez en San Luis,
EEUU
El texto completo
del ensayo es el que transcribimos a continuación, en el que aconseja de manera
curiosa para nuestra época la práctica del ajedrez y el comportamiento que
deben tener los jugadores:
“El Ajedrez es el juego más universal y antiguo conocido
entre los hombres; su origen está más allá de la memoria de la historia, y ha
sido para innumerables generaciones, el entretenimiento de todas las naciones
civilizadas de Asia: los Persas, los Indios, y los Chinos. Europa lo ha tenido
por algo más de mil años; los Españoles lo han esparcido sobre su parte de
América, y recientemente empieza a hacer su aparición en estos Estados.
Es tan interesante en sí mismo, como para que no sea
necesaria la visión de una ganancia material para inducir a practicarlo; y de
allí que nunca se juegue por dinero. Aquellos, por lo tanto, que tienen ocio
para tales diversiones, no pueden encontrar una que sea más inocente; y el
siguiente texto, escrito con intención de corregir algunas pequeñas indecencias
en su práctica (entre unos pocos jóvenes amigos), muestra al mismo tiempo que
puede ser, en sus efectos sobre la mente, no meramente inocente, sino
ventajoso, tanto para el vencido como para el vencedor.
El Juego del Ajedrez no es meramente una vaga diversión.
Varias cualidades muy valiosas de la mente, útiles en el curso de la vida,
podrán ser adquiridas o reforzadas con él, hasta llegar a ser hábitos, listos
en toda ocasión. La Vida es una clase de Ajedrez, en que tenemos a menudo
puntos para ganar, y competidores o adversarios con los que contender, y en
donde hay una vasta variedad de acontecimientos, buenos y malos, que son, en
algún grado, los efectos de la prudencia o la necesidad de ella. Jugando al
ajedrez, entonces, podemos aprender:
I. Previsión, que mira un poco
hacia el futuro, y considera las consecuencias que puede tener una acción; lo
que le ocurre continuamente al jugador, "Si muevo esta pieza, ¿cuáles
serán las ventajas de mi nueva situación? ¿Qué uso puede hacer mi adversario de
ella para molestarme? ¿Qué otros movimientos puedo hacer para sostenerla, y
para defenderme de sus ataques?"
II. Circunspección, que inspecciona
el tablero de ajedrez entero, o la escena de la acción, las relaciones entre
las numerosas piezas y situaciones, los peligros a los que cada una de ellas
está expuesta, las distintas posibilidades de apoyarse entre ellas, las
probabilidades que el adversario pueda hacer éste o aquél movimiento, y ataque
ésta o la otra pieza; y qué diferentes medios se pueden utilizar para evitar su
golpe, o hacer tornar sus consecuencias contra él.
III. Cuidado, no hacer
nuestros movimientos demasiado apresuradamente. Este hábito es adquirido mejor,
observando estrictamente las leyes del juego, tales como, "Si usted toca
una pieza, usted la debe mover a algún lugar; si usted la soltó, usted debe
dejarla ahí" y, por lo tanto, cuanto mejor se observen estas reglas, el
juego llega a ser más la imagen de la vida humana, y especialmente de la
guerra, en que, si usted se ha puesto incautamente en una posición mala y
peligrosa, no va a poder obtener permiso de su enemigo para retirar a sus
tropas, y colocarlas en un lugar más seguro, pero debe asumir todas las
consecuencias de su temeridad.
Y, por último, aprendemos por el ajedrez el hábito de no
ser desalentados por las actuales malas apariencias en el estado de nuestros
asuntos, de esperar un cambio favorable, y de perseverar en la búsqueda de
recursos.
El juego está tan repleto de acontecimientos, hay tal
variedad de cambios en él, su suerte está tan sujeta a vicisitudes repentinas,
y uno tan frecuentemente, después de la contemplación, descubre los medios de
salir de una dificultad supuestamente insuperable, que uno tiene el valor de
continuar la contienda hasta el final, con esperanzas de victoria por nuestra
propia habilidad o, por lo menos, de obtener un mate ahogado por la negligencia
de nuestro adversario. Y quienquiera que considere, lo que en ajedrez es común
ver, que pedazos particulares de éxito son propensos a producir la presunción,
y su consecuencia, la falta de atención, frecuentemente debe su derrota a su
ventaja anterior, mientras que las desgracias producen más cuidado y atención,
por las cuales la pérdida se puede recuperar, y se aprenderá a no estar
demasiado desanimado por el presente éxito del adversario, ni a desesperar por
la buena fortuna final, por cada pequeño jaque que reciba en su persecución.
Que podamos, por lo tanto, ser inducidos más
frecuentemente a elegir esta diversión beneficiosa, en preferencia a otras que
no tienen las mismas ventajas, cada circunstancia que pueda aumentar los
placeres hacia ella se debe considerar; y cada acción o palabra que sea
injusta, irrespetuosa, o que de alguna manera pueda dar intranquilidad, se debe
evitar, siendo contraria a la intención inmediata de ambos jugadores, que es pasar
el tiempo agradablemente.
Por lo tanto, antes que nada: si se concuerda en jugar según las reglas
estrictas, entonces esas reglas deberán ser observadas exactamente por ambos
bandos; y no deben ser requeridas para un lado, mientras se dejen pasar por el otro:
porque eso no es equitativo.
En segundo lugar. Si se concuerda en no observar las reglas
exactamente, pero un bando demanda indulgencias, entonces debe estar dispuesto
a permitirlas al otro.
Tercero. Ninguna jugada ilegal debe ser hecha jamás
para salir de una dificultad, o para ganar una ventaja. No puede haber placer
en jugar con una persona a la que alguna vez se detectó en tales prácticas
injustas.
Cuarto. Si su adversario se tarda en jugar, usted
no lo debe apurar, ni expresar ninguna intranquilidad por su demora. No debe
cantar, ni silbar, ni mirar su reloj, ni tomar un libro para leer, ni golpetear
con sus pies en el piso, ni con los dedos sobre la mesa, ni hacer ninguna cosa
que pueda perturbar su atención. Porque todas estas cosas desagradan; y ellas
no muestran su habilidad para jugar, pero sí su astucia u ordinariez.
Quinto. No debe intentar entretener y engañar a su
adversario, fingiendo haber hecho malas jugadas, y diciendo que usted ahora ha
perdido el juego, para que él se sienta seguro y se descuide, y esté poco
atento a sus estratagemas; porque esto es un fraude y engaño, no habilidad en
el juego.
Sexto. No debe, cuando
ha ganado una partida, utilizar cualquier expresión triunfante o insultante, ni
demostrar demasiado placer; pero debe intentar consolar a su adversario para
que quede menos disconforme, con cualquier expresión civilizada, que se puede
utilizar con la verdad, tal como, "Usted entiende el juego mejor que yo,
pero es un poco desatento;" o, "Usted tuvo mejor juego, pero algo sucedió
para desviar sus pensamientos, y eso jugó en mi favor."
Séptimo. Si usted es un espectador mientras otros
juegan, observe el más perfecto silencio: Porque si usted da un consejo, ofende
a ambos jugadores; aquel contra quien usted lo da, porque puede causar la
pérdida de su juego; y el otro, a quien favorece, porque, aunque sea bueno, y
él lo siga, pierde el placer que podría haber tenido, si le hubiera permitido
que él pensara hasta que se le ocurriera. Aún después que una jugada o varias,
usted no debe, moviendo las piezas, mostrar cómo se podría haber jugado mejor:
porque desagrada, y puede haber disputas o dudas acerca de la verdadera
posición. Toda charla con los jugadores disminuye o desvía su atención, y es
por lo tanto desagradable: Ni le debe dar la mínima pista a algún jugador, por
cualquier clase del ruido o movimiento. Si usted lo hace, es indigno de ser un
espectador. Si usted tiene en mente ejercitar o mostrar su juicio, hágalo al
jugar su propia partida cuando tenga una oportunidad, no en criticar, o
entremeterse, o aconsejar en el juego de los otros.
Por último. Si el juego no fuera jugado rigurosamente según las
reglas ya mencionadas, entonces modere su deseo de victoria sobre su
adversario, y sea agradecido con alguien que lo supere. No aproveche con ansia
cada ventaja ofrecida por su inhabilidad o falta de atención; pero indíquele
amablemente, que con esa jugada coloca o deja una pieza amenazada y no
defendida; que con esa otra pondrá a su rey en una situación peligrosa, etc.
Por esta generosa cortesía (tan contraria a lo desagradablemente prohibido)
puede suceder, verdaderamente, que usted pierda el juego con su adversario,
pero usted ganará, lo que es mejor, su estima, su respeto, y su cariño; juntos
con la aprobación silenciosa y buenos deseos de los espectadores imparciales.” Benjamín Franklin
Franklin jugando
contra Lady Howe, cuadro de Edward Harrison
El ajedrez en la vida de
Franklin fue muy importante y existe un gran número de anécdotas sobre él y
este juego, pero la mayoría de ellas son sin duda apócrifas. Pero hay dos
historias bastante interesantes que están documentadas:
Franklin solía jugar con la
señora Ana Luisa de Jouy Brillon (1744-1812), una mujer mucho más joven que él
con quien mantuvo una estrecha amistad (y creo que algo más). Esta señora era una
pianista y compositora muy reconocida.
Ana Luisa de Jouy Brillon
Se cuenta que una tarde se
pusieron a jugar una partida tras otra y transcurrió el tiempo sin darse
cuenta. Franklin le escribió a continuación: "Cuando volví a casa, me
sorprendió que eran ya casi las 11 de la mañana, seguramente porque estábamos
tan excesivamente absortos en el juego de ajedrez y todo lo demás se nos
olvidó, por este motivo me temo que estuviste en desventaja porque te quedaste
tanto tiempo en la bañera. Dime, mi querida amiga: ¿Cómo te sientes esta
mañana?
Estoy de acuerdo en que nunca
más iniciaré una partida de ajedrez en tu cuarto de baño. ¿Podrás perdonarme
esta indiscreción?"
En otro escrito, Thomas
Jefferson (1743-1826) tercer presidente de los Estados Unidos y junto con
Franklin considerado uno de los padres fundadores de la nación, cuenta algo
relativo a la personalidad de Franklin y su relación con el ajedrez.
Thomas Jefferson, presidente de
Estados Unidos entre 1801 y 1809
"Cuando
el Dr. Franklin fue a Francia por la misión revolucionaria, su dignidad como un
filósofo, su venerable apariencia y la tarea para la que fue enviado le
hicieron muy popular. En todos los ámbitos sociales y en las condiciones de la
población local se le recibió por el agrado interés que demostraba Estados
Unidos. Por lo tanto fue tratado excelentemente por la realeza e invitado a
todas las fiestas de la corte. En varias ocasiones se encontró con la duquesa
de Borbón, ya anciana, que era una jugadora de ajedrez casi a su mismo nivel,
por lo que jugaban a menudo juntos.
Franklin en el palacio de Versalles
jugando con la duquesa de Borbón
Sucedió una
vez que ella maniobraba su rey en una posición de mate, que aprovechó el Doctor
batiendo el Rey contrario. "Oh," dijo ella, "nosotros no tomamos
los reyes de esta manera.” Franklin respondió: "¡Pero en América, sí, lo
hacemos así!"
Dicho
esto, hay que añadir que este genial inventor, científico y político,
autor de más de un centenar de patentes de enorme trascendencia muchas de ellas
y de dos docenas de ensayos, solo asistió a la escuela hasta los diez años.
Preguntado por un periodista de un diario local de Pensilvania sobre lo
prolífico de su creatividad, respondió sin dilación que su secreto estaba en la
práctica diaria del ajedrez. Habrá que seguir su consejo
Profesor José: Un artículo muy interesante que no tiene desperdicio.
ResponderEliminarLeonardo Puopolo
Muchas gracias Leonardo.
EliminarMUCHA DATA HISTÓRICA, GENIAL PROFE
ResponderEliminarMuchas gracias Margarita.
EliminarMuy buena nota profe.
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