martes, 28 de febrero de 2017

El Éxodo Jujeño y otro aniversario de la batalla de Salta

Osvaldo Riganti—
El 20 de febrero se cumplió un nuevo aniversario del triunfo en 1813 del ejército patriota comandado por Manuel Belgrano en la batalla de Salta, después de una campaña que incluyó el Éxodo Jujeño, iniciado el 23 de agosto de 1812, que él comandó, y el triunfo en la batalla de Tucumán, el 24 y 25 de setiembre de 1812.
Belgrano había ordenado abandonar Jujuy con el objetivo estratégico de dejar tras de sus tropas y del pueblo jujeño la “tierra arrasada”, ante el avance de las fuerzas realistas del general Goyeneche.
El historiador Hernán Brienza, en su trabajo sobre “El éxodo jujeño” lo compara con operaciones exitosas semejantes desarrolladas a nivel mundial en otros momentos y contextos.  
La palabra “éxodo” reúne connotaciones  religiosas y remite a la salida del pueblo judío llevado por Moisés en busca de la Tierra prometida.
En el bando que emitió ponía de manifiesto su táctica de “tierra arrasada”. La población civil fue encaminada hacia Salta por el creador de la bandera.
La orden era terminante: no había que dejarles a los godos ni casa, ni alimentos, ni comidas, ni transporte, ni objetos de hierro, ni efectos mercantiles.
En el bando advirtió a los comerciantes: “No perdáis un momento en enfardelar vuestros efectos y remitirlos igualmente cuanto hubiere en vuestro poder de ajena pertenencia, pues no ejecutándolo sufriréis las penas de aquellos y además serán quemados los efectos que se hallaren sea en poder de quien fueren a quien pertenezcan”. Con los hacendados era tanto o más duro: “Apresuraos a sacar vuestros ganados, vacunos, caballares, mulares y lanares que se hallen vuestras estancias y al mismo tiempo vuestros charquis hacia el Tucumán, sin darme lugar a que tome providencias que os sean dolorosas, declarándolos además, si no lo hicieseis, traidores a la patria”.
Después de la derrota de Tucumán, el jefe realista Tristán se atrincheró en Salta con 2.500  hombres. Belgrano, tras varios reclamos, recibió de Buenos Aires el refuerzo en hombres, un poco de dinero, municiones y vestimentas. Su plan consistía en organizar un ejército de 4.000 hombres para emprender la campaña hacia las provincias del Alto Perú y llegar al Desaguadero, que fijaba el límite con del Virreinato Perú.
En la noche del 19 de febrero Belgrano y sus fuerzas se acercaron al Cerro San Bernardo, en plena tormenta y con 38 grados de temperatura, intimó la rendición de Tristán, que le pidió la capitulación. Belgrano accedió bajo la condición de que al día siguiente los realistas saliesen de Salta, entregaran sus armas y juraran no levantarlas nunca más contra las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Belgrano y el general Pío Tristán tenían una amistad de larga data, de los tiempos que estaban en España y cursaron estudios juntos en la Universidad de Salamanca. Definida la batalla y tomado prisionero Tristán, Belgrano lo liberó y cenaron juntos
Ante algunas objeciones  del gobierno central escribió a su amigo Chiclana: “Siempre se divierten los que están lejos de las balas y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos: también son esos los más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes (…) hago lo que me dictan la razón, la justicia y la prudencia, y no busco glorias sino la unión de los americanos y la prosperidad de la Patria”.
La victoria de Salta implicó reconquistar y garantizar el control de todo el noroeste argentino.
La orden de Rivadavia, desde el Triunvirato, a Belgrano meses atrás era retroceder hasta Córdoba y entregar todo aquel terreno. Con la victoria de Salta se fijaron los límites geopolíticos del país.
Como dato ilustrativo de la dureza con que Belgrano impulsó la ejecutoria del orden de la revolución  –aparte de las severísimas prescripciones del bando cuando el Éxodo Jujeño– queda la circunstancia apuntada por Brienza en el citado libro, que Belgrano mandó “fusilar a un par de desertores como ejemplo y advertencia para la tropa y los parroquianos”.
El mismo Belgrano, cuenta el historiador Felipe Pigna, llamó “parásitos e inútiles” a quienes hacían hincapié excesivo en las virtudes de la pobreza con prescindencia de las imposiciones del orden revolucionario.
En nuestros días expresiones del dirigente social Luis D´Elía en el sentido de que “odio a la p… oligarquía” espantaron a sectores que ni mosquean con la inmoralidad de los talleres clandestinos o la vergüenza nacional que fueron las jornadas de la sedición terrateniente que jaqueó a Cristina, entre otras tropelías pateando la quinta presidencial, agrediendo al ministro Rossi en presencia de sus hijos menores, arrojando un alimento vital como la leche en las rutas y hasta derribando una ambulancia. En una línea no muy disonante con las expresiones del dirigente kirchnerista, don José de San Martín manifestó sin rodeos que “odio a la aristocracia y el lujo”. San Martín y Belgrano– puestos muchísimas veces como paradigmas de virtudes de conducta militar y republicana– no escatimaron durísimos procedimientos ni contundentes definiciones cuando consideraron que la preservación de la llama revolucionaria lo imponía.

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