Mauricio Epsztejn—
18 de noviembre en el Congreso |
A días de cumplirse un año del ascenso de Mauricio Macri a
la presidencia de la República y a mucho menos tiempo de la próxima consulta
electoral que podría resultar un termómetro para medir el arraigo de su
gobierno, el libreto de la “pesada herencia” muestra señales de agotamiento que
exigen del oficialismo creatividad para renovar los argumentos si quiere
conservar el margen de maniobra que hasta ahora le otorgó el desconcierto de
una oposición política que recién empieza a reaccionar del baño de realidad, aunque
algunos aún lo descreen, después de esa derrota que sorprendió hasta a los
ganadores.
Mientras tanto, calles y plazas con historia fueron dejando
de ser sólo lugares de tránsito, descanso o esparcimiento para adquirir el atributo
de foros ciudadanos donde convergen autoconvocados y movimientos sociales
decididos a participar activamente en la reconfiguración de un mapa político en
el cual hasta no hace mucho ni siquiera eran considerados como actores de
reparto. Eso se evidenció tempranamente en las llamadas plazas del pueblo, donde
concurrían casi espontáneamente militantes y adherentes derrotados en las urnas,
para hacer catarsis y comprobar que seguían siendo muchos, pero sobre todo en
busca de encontrarle una explicación a lo sucedido. El invierno y el lógico
desgaste fueron raleando el número. Sin embargo, la política y los hechos del
nuevo gobierno fueron llevando a que el espacio público fuera ocupado por otros
contingentes ya más organizados que empezaron a ofrecer resistencia al avance
oficial contra sus derechos y elevar reclamos concretos: contra los despidos en
el sector público y privado; en defensa de la educación pública y contra la
rebaja del presupuesto universitario, así como el destinado a la investigación
y la ciencia; la lucha por frenar los tarifazos en los servicios públicos; exigir
medidas en defensa de la vida de las mujeres y por el derecho a decidir sobre
sus cuerpos, junto a otros reclamos que van más allá del propio género; contra
el hambre creciente entre los sectores más postergados; por la defensa de las
fuentes de trabajo; por el reconocimiento de los trabajadores de la economía
informal como trabajadores con derecho a la salud y a la seguridad social en un
mundo que los excluye… y así podemos seguir enumerando nuevos colectivos que se
iban mezclando entre sí y que, junto al movimiento obrero organizado
protagonizaron movilizaciones masivas como la Marcha Federal impulsada por
ambas CTA y gremios de la CGT, la concentración el 29 de abril contra los
despidos, convocada por las centrales sindicales existentes, la marcha a Plaza
de Mayo el día de San Cayetano y varias más a lo largo y ancho el país, entre
las que cabe destacar la del reciente 18 de noviembre convocada por los
movimientos sociales con apoyo de la CGT. Todo eso en menos de un año,
configura un panorama de creciente movilización social, con centenares de miles
de participantes en la calle expresándose contra las políticas de ajuste
propugnadas por el macrismo y sus socios. A eso se suma la solidaridad
internacional y local contra la represión al movimiento popular, cuyo ejemplo
es la prisión de Milagro Sala y otros militantes de la Túpac Amaru, por quienes
hasta la ONU y la OEA exigen su inmediata libertad.
La dirigencia vacante y los riesgos de perder el tren
Este proceso se fue desarrollando en ausencia de una
construcción política opuesta al
macrismo capaz de capitalizarlo y articular con este movimiento la
transformación en una real alternativa de poder. De allí la necesidad y urgencia
por construirla para frenar el creciente deterioro del país que, como siempre,
terminan pagando en primer lugar los más humildes. Claro que tal alternativa
deberá tomar en cuenta la experiencia pasada, los errores cometidos todavía sin
analizar, para no recaer en ellos. Esto es más válido que nunca porque este
movimiento tan fuerte, que dinámicamente ha reconfigurado la realidad nacional puede
esterilizarse si no se consolida como proyecto de poder político independiente y
crea la estructura que lo sustente, porque la crisis que atraviesa a las formaciones
político-partidarias actuales las incapacita para jugar ese rol. Y no se trata
de buscar o invocar nombres que milagrosamente se mezclen en el barro cotidiano
y nos salven, sino exigirles a los que ya hoy están jugados, que se reúnan, que
sinteticen una propuesta común con los reclamos que la mayoría del pueblo ha
puesto en la calle y lo transformen en programa y construcción política,
Un retiro esiritual |
El futuro del Frente para la Victoria
Por eso pasó a ser antigua la consigna de “vamos a volver”,
sin aclarar para qué, con qué y cómo. Es decir, dejó de ser válida si sólo
significa corregir la táctica electoral de 2015 y no remover las causas de la
derrota, las mismas que hoy sostienen la política de Cambiemos.
Es decir, es necesario pensar en profundizar los cambios para hacerlos
irreversibles. Eso también implica revisar la política de alianzas sociales,
cuyos límites los debe dictar el proyecto económico-social y no la especulación
menuda, a lo que se agrega tener en cuenta la trayectoria de los interesados
para no comprar cualquier verdura. Al mismo tiempo tal frente debería funcionar
democráticamente, sin el verticalismo que estimula a los obsecuentes y
trepadores, pero bloquea la participación colectiva, el debate franco y la
crítica constructiva. Y, como no se puede eludir hablar de los liderazgos,
estos no deberían plantearse como condición previa, sino que debería permitirse
que surjan a través del trabajo en común y la decisión de un escrutinio amplio.
En este sentido cabe preguntarse: ¿el Frente para la
Victoria, alguna vez fue un frente extendido a lo largo del país que opinaba y
discutía sobre las políticas públicas y la acción de gobierno en cada ámbito
donde tenía militantes, o fue una herramienta administrativa dedicada a
aplaudir y aplicar acríticamente las directivas del gobierno?
Quien esto escribe cree que la idea de una construcción
frentista también debe rediscutirse porque la misma no puede circunscribirse a
prestar apoyo a un gobierno y a participar del mismo en un reparto de parcelas según
su peso relativo y los votos que aporta. Además, el frente debe mantener una
relativa independencia y capacidad de crítica hasta de su propio gobierno, sin
que eso signifique desestabilizarlo.
Un frente puede ganar o perder elecciones, crecer o
reducirse, pero este no es el caso porque la derrota de hace un año lo hizo
estallar en mil pedazos al punto de que ya nadie sabe dónde está parado, una
situación que no se resuelve repartiendo cucardas o cartelitos para diferenciar
a los leales de los traidores.
Por si faltaba algo, parió la abuela y ganó Trump
Con ese resultado en EEUU, parecería que la mayoría de los
pronosticadores deberían cambiar de orientación y dedicarse a confeccionar
horóscopos.
Escapa a la capacidad de quien escribe esta columna y al
espacio disponible analizar a fondo lo sucedido allá en el norte. Sólo vale
puntualizar que no fue un fenómeno aislado, sino que se inscribe en el marco de
una crisis profunda por la que está pasando esta etapa del capitalismo
financieramente globalizado, que incluye la abrupta caída en el nivel de vida
de vastos sectores de la población de los países centrales y la incertidumbre
sobre su futuro. Sin alternativas de izquierda visibles a nivel mundial, el
campo se le hace orégano a las más reaccionarias de la derecha, en las que
Donald Trump está incluido.
La duda que uno tiene es, ¿si triunfaba Hillary Clinton, a
los pueblos nos iría mejor? Vale recordar que ella fue la abanderada e
impulsora de todas las últimas guerras en que sigue embarcado EEUU.
Entonces, con el panorama local, pintado más arriba a trazos
de brocha gorda, este cronista atisba que hay mucha gente del campo nacional,
popular y democrático que tiene dudas a despejar y ganas de participar, por lo
quienes aspiran a ocupar un lugar entre la dirigencia de alguna de las
corrientes que pueblan este espacio, tienen un enorme desafío por delante.
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