martes, 31 de mayo de 2016

El espacio nacional y popular y un necesario debate que avanza

Mauricio Epsztejn—
La etapa de la globalización capitalista que el mundo está transitando se caracteriza por que la batuta pasó a manos del gran capital financiero. Desde hace ya unos cuantos años hay diversos autores que destacan la incidencia que en ese proceso tuvo la revolución de las telecomunicaciones y la informática, sin lo cual el mismo hubiera sido imposible. Eso vuelve a poner sobre la mesa un postulado marxistas formulado hace unos 150 años, sobre cómo los avances en los instrumentos de trabajo inciden en el desarrollo de las fuerzas productivas y a la larga en todas las relaciones sociales. Dado que el debate particular que encierra este ítem excede largamente el objeto de este blog, aquí sólo interesa señalar que cualquier proyecto de desarrollo en beneficio de las mayorías populares que hoy se piense, no se puede concebir del mismo modo que hace setenta o más años atrás, porque las condiciones materiales y los actores sociales han cambiado y, en consecuencia, las metodologías para alcanzar tal objetivo no deben repetir cánones obsoletos, llámense tipos de organizaciones políticas, metodologías de funcionamiento, alianzas políticas y sociales o estructuras estatales.
Y es sobre esto que se está empezando a discutir de modo autocrítico, todavía tímidamente y casi con temor a reconocer que a las derrotas del campo nacional y popular se llegó por subestimar al adversario y por las propias lagunas, insuficiencias, errores y pensamientos anquilosados, cuyos análisis pudieron ser válidos para otras épocas, otras realidades y otros desafíos, pero demostraron no servir para la actualidad. A ese atraso de concepción, se le sumaron errores de gestión —algunos muy notables y dañinos— que en Argentina desembocaron en el resultado electoral conocido.
Posiblemente, al encarar la revisión de esta etapa, el movimiento popular, sus grupos más o menos organizados y el contingente de adherentes que giran en derredor y agrupan a mucho más individuos que la suma de los anteriores, ha demostrado en su variedad tener una capacidad y reserva de energías capaces de enfrentar al derrotismo que suele acompañar estos reveses históricos durante el repliegue, que es regional, y que habitualmente provoca desconcierto y dispersión de fuerzas. Sin embargo, por lo menos en Argentina, la restauración conservadora se viene encontrando con una resistencia creciente de sectores que no están dispuestos a ceder derechos y que a pura prueba y error van intentando dar respuesta a las exigencias que la cotidianeidad impone, mientras lame sus heridas y avanza por el camino de corregir errores y recomponer fuerzas.
Es necesario destacar que el movimiento popular vino transitando este camino sin manual, ni ejemplos previos donde inspirarse y va haciendo teoría al mismo tiempo que construye, acierta y se equivoca. Siempre que no nos atemos a un dogma, los errores, aunque puedan ser dolorosos, tienen remedio. Por eso no se trata de buscar culpables, sino de aprender, para no repetirlos.
Ante la evidencia de que el macrismo no es un fenómeno local, sino parte de un proyecto global que el gran capital financiero viene desarrollando en su intento por rediseñar el mundo, está claro que las fuerzas populares no supieron o no pudieron construir una alternativa viable, al mismo nivel, y cedieron la iniciativa. El debate que se va abriendo paso en su seno abarca una temática que se puede agrupar en cuatro bloques sobre los cuales este escriba no se privará de opinar en los límites de su capacidad y del espacio que este blog permite y que, por supuesto, queda abierto.
Resumiendo, los mismos serían: 1) proyecto de país alternativo al neo-liberal; 2) profunda reforma del Estado que eso implica; 3) tipos de organización política de la sociedad civil y los liderazgos que eso requiere para impulsar tales propuestas; 4) alianzas sociales capaces de sostenerlo.
La realidad como única verdad
En principio se demostraron falsos ciertos presupuestos sostenidos por vastos sectores del movimiento nacional y popular que subestimaron al macrismo creyéndolo carente de una visión global de país, contrario al estado, con una endeble organización política y carente de liderazgos capaces de conducirla y establecer alianzas con otros sectores políticos y sociales. Todos esos presupuestos fueron desmentidos por la realidad: tienen un proyecto de país integrado a la división internacional del trabajo diseñado por los centros de poder mundial; trabajan aceleradamente, no por destruir el Estado, sino para rediseñarlo al servicio de su proyecto; construyeron una fuerza política con liderazgos en todo el territorio nacional y armaron alianzas institucionales y sociales que, hasta ahora, les permiten gobernar e impulsar sus proyecto.
Lo que en la Argentina está cada vez más claro es que en diciembre pasado no se produjo un simple cambio de gobierno y de personas, sino que han asumido el control del Estado los representantes directos de los sectores más concentrados del poder económico y político mundial, es decir, el país pasó a ser gobernado sin intermediarios por sus dueños. Eso significa un brusco cambio de rumbo respecto a lo que venía sucediendo. Y lo han hecho sin enmascararse, lo que implica una jugada a fondo, casi a todo o nada, porque su objetivo no es sólo recuperar lo que efectiva y simbólicamente debieron ceder por más de una década, sino escarmentar a quienes se atrevieron a desafiar ese poder para que nunca más otros lo intenten. Lo novedoso es que llegaron sin recurrir a los golpes de estado tradicionales, sino avalados por el voto mayoritario de la ciudadanía que les dio el apoyo por variados factores, entre los cuales un lugar predominante lo ocupa el hecho de que su proyecto de país logró la hegemonía ideológica y cultural en la sociedad, a pesar de que el llamado “modelo” kirchnerista permitió mejorar la calidad de vida y ampliar los derechos de la inmensa mayoría de la población, una parte de la cual, aunque recibió el beneficio, le dio la espalda y votó al macrismo.
Lo primero es lo primero
Es de una lamentable pereza mental quererle achacar el resultado a la ingratitud de algunos colectivos sociales pobres o medios, a traiciones de dirigentes, a funcionarios corruptos, a la acción de los medios de comunicación concentrados, a parte de los jueces o a otros chivos expiatorios que se busquen y encuentren. Todos esos factores estuvieron y están, pero aislados o conjugados, no explican lo sucedido si no se analizan autocríticamente los errores de diagnóstico y concepción sobre cuáles son las fuerzas sociales que en esta etapa del desarrollo capitalista en países como los de nuestra región son capaces de liderar a todos los objetivamente interesados en impulsar y sostener los procesos de cambio necesarios y hacerlos irreversibles.
De no conseguirlo estamos condenados a repetir el ciclo porque ingratos, traidores, arribistas y otros especímenes por el estilo hubo y posiblemente habrá siempre en los grandes procesos sociales.
El debate sobre la ley antidespidos, que al final terminó vetada, da una pista sobre lo que cabe esperar de cómo juegan históricamente los diversos actores, algo muy parecido a lo sucedido en 2008 durante el conflicto con las grandes patronales rurales.
Acerca de la llamada burguesía nacional, el estado y el mercado
La llegada de Néstor Kirchner al gobierno, “con más desocupados que votos”, demostró no sólo su coraje por asumir los riesgos que eso imponía, sino la decisión de dar un viraje hacia el crecimiento del mercado interno como motor para el desarrollo nacional. En ese sentido se propuso ayudar desde el gobierno a reconstruir la burguesía nacional para que la misma juegue un rol protagónico en ese proceso. Sin embargo, esos actores urbanos y rurales que aprovecharon para crecer y llegar a grandes, rápidamente asimilaron todas las características y mañas de la burguesía realmente existente, la que venía de antes, con la que se asociaron en negocios y objetivos, sin cumplir con el rol que Néstor imaginó para ellos. Casos emblemáticos son el grupo Eskenazi, Grobocopatel, Pagani, Brito, Coto y otros, cuyo detalle está al alcance de cualquiera que le interese y lo busque por Internet.
Por eso cuando hablamos de la burguesía realmente existente no nos referimos a la miríada de empresarios medios o pequeños, mayoritarios en número de establecimientos y trabajadores, pero deficientes en poder real sobre las palancas decisivas de la economía nacional, que sigue en manos del bloque de los más grandes, cuya influencia económica e ideológica es lo único que derrama hacia abajo y causa entre gran parte de los más chicos el efecto “Síndrome de Estocolmo” o, traducido al lenguaje jaurecheano, “el del medio pelo”: pensar en dólares, mirar hacia afuera y fugar capitales.
Es esa burguesía realmente existente la responsable del drama argentino y que, en el mundo actual, es incapaz de recuperar el rol que le pudo caber en otra época del desarrollo nacional y que resignó hace por lo menos un siglo y medio, cuando decidió transformarse en simple proveedor de materias primas para Inglaterra. Y cuando el desarrollismo llegó al gobierno de la mano de Arturo Frondizi – político del cual el presidente Macri se dice adepto–, puso a Álvaro Alsogaray como ministro de economía, declaró el estado de sitio, enfrentó con tanques a los trabajadores y llenó las cárceles con obreros y luchadores sociales. Y hoy un desarrollista como Fernando Hernique Cardozo, es uno de los gestores del golpe contra Dilma Rousseff en Brasil. Estos son los desarrollistas que este cronista conoce bastante bien.
Entonces el tema que se plantea ante los sectores nacionales y populares es el de quién hoy puede cumplir el rol del que la burguesía ya es incapaz. Y la respuesta es que sólo lo puede hacer el Estado, teniendo en sus manos las palancas claves de la economía, sólo o asociado con el capital privado, pero sin ceder el control.
En este punto, el desafío es preguntarse si el Estado que hoy tenemos, para colmo en camino al completo rediseño neoliberal, o incluso el alcanzado durante la etapa kirchnerista, puede jugar ese papel o debe ser reformulado, profundamente reformado y democratizado en todas sus estructuras, dando más participación a la sociedad civil en las propuestas, en el control e incluso en la gestión.
Y en cuanto al tema del mercado, es una falacia hablar de libre competencia como si viviéramos en la época de Adam Smith, entre productores pequeños, independientes y libres. Esta es la época de los monopolios y en ese mundo el Estado no puede estar ausente como actor fundamental en los lugares claves de la producción, la banca y el comercio interno e internacional.
A criterio de este columnista, un proyecto alternativo al del neoliberalismo, obligatoriamente pasa por abordar y dilucidar estos temas.

Como la cuestión da para más y esta columna es sólo eso, una columna, hasta acá llegamos.

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