Osvaldo Riganti—
Dr. Ramón Carrillo |
EL 7 de
marzo se cumplieron 109 años del nacimiento del doctor Ramón Carrillo en
Santiago del Estero. Fue neurocirujano, neurobiólogo y sanitarista. Produjo investigaciones
sobre las células cerebrales que no son neuronas. Su prestigio fue creciendo.
Era Jefe del Servicio de Neurobiología del Hospital Militar y conoció a Perón en un pasillo del mismo.
Fue
durante 8 años el primer Secretario de Salud Pública en la Argentina, donde
inauguró la Medicina Social sobre la base de una concepción que hacía hincapié
en la prevención. Durante su formación en la materia influyeron sus estudios
sobre experiencias sociales en Europa y los de la época en general.
Perón
manifestó en “La fuerza es el derecho de las bestias” escrito a poco de ser derrocado:
“Aunque parezca increíble, hasta 1946 no existía un organismo estatal encargado
de velar por la salud de la población. Existía un Ministerio de Agricultura,
que tenía una dirección de Sanidad vegetal y animal. Interesaba más la salud de
los animales porque estos tenían buen precio. Se combatía la garrapata y la
langosta en el norte, pero el paludismo que diezmaba la población no llamaba la
atención. La lepra era un problema serio. La tuberculosis y la sífilis eran
problemas agravados por la inercia de las autoridades”
Una de
las primeras medidas del gobierno peronista fue establecer la Secretaría de
Salud Pública, virtual ministerio. Se dividió la acción a desarrollar en las ramas
asistencial, sanitaria y social.
El
doctor Carrillo fue el hombre indicado para una política sanitaria de largo
alcance. Estableció normas generales de profilaxis y avanzó en el estudio de
las enfermedades endémicas. Se erradicó el paludismo en dos años de incesante
labor. Con modernos antibióticos prácticamente se terminó con las enfermedades
venéreas. Se redujo considerablemente la lepra. Y se eliminaron muchas
endemias. La vigilancia estatal articulada por Perón y Carrillo aseguró el
control de epidemias propias y migratorias. Se constituyeron modernos
policlínicos como los de Avellaneda, Lanús, Catamarca y Ezeiza, que fueron modelos.
Su
acción innovadora se detuvo en julio de 1954, cuando renunció a raíz de un cuadro de hipertensión
no atendido. Al no poder solucionar el problema en Estados Unidos, no pudo
volver a su patria. La instauración de la Revolución Libertadora lo obligó a
radicarse en Brasil, donde le ofrecieron trabajar en Belem para atender la
tribu de los indios caboclos. Se ocupó de ellos — que jamás habían visto un
médico— con su acostumbrada dedicación.
Falleció
en ese país en 1958.
“Frente
a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y
el infortunio social de los pueblos, los microbios como causas de enfermedad
son pobres causas” había dicho. “El arma más poderosa del país es la salud” fue
otra de sus definiciones.
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