Mauricio Epsztejn—
Agenda electoral nacional 2015 |
Decimos que puede hacer historia, para bien o para mal,
porque se conjugan factores nacionales e internacionales que colocan en un
marco dramático las elecciones nacionales del próximo octubre. Y no se trata de
amedrentar con fantasmas inexistentes, trampa en la que es difícil hacer caer a
nuestros lectores, sino describir, aunque sea a trazos de brocha gorda, una
realidad a la que nos enfrentamos en Argentina, pero también en Latinoamérica, sobre cuyo rumbo nos toca decidir con el voto en octubre. Lo que se jugará allí
no es la alternancia o competencia normales y lógicas entre personas o grupos que
se sienten capaces de conducir el gobierno en un mismo proyecto de país, sino que
el meollo de la disputa es justamente el proyecto de país que elegiremos los
argentinos. Como el resultado de los comicios no será inocuo, todos y cada uno deberemos
hacernos cargo de lo que suceda, sin derecho a descargar en otro los méritos o
culpas.
La cosa no es sencilla porque se cuestionan muchos privilegios e injusticias naturalizados por décadas, cuyos usufructuarios han logrado
reagrupar fuerzas y elaborar una estrategia común, bajo el comando unificado
del gran capital financiero internacional, que busca aniquilar los procesos
emancipatorios surgidos en esta Sudamérica y en Europa. No es casual el ataque
simultáneo y con métodos semejantes se haya lanzado contra los gobiernos
democráticos, nacionales y populares de Argentina, Venezuela, Ecuador, Brasil y
Bolivia. Y si lo logran voltear a uno, seguirán por los demás, sin que se salve
Chile, ni Uruguay, ni Centroamérica. Ya sufrimos tales experiencias.
Entonces conviene limpiar de maleza los discursos de campaña
electoral y dejar al descubierto la esencia de las propuestas que impulsan y
los personajes que las sostienen y circulan como contratados por los grandes
medios opositores: lo que dicen y lo que ocultan, porque cada uno de ellos
arrastra su historia, no siempre digna. Una vez despejado el campo veremos que
sólo quedan dos proyectos de país y nada más que dos, cuyos objetivos apuntan
en direcciones diametralmente opuestas. Para quienes superan la mediana edad
les puede alcanzar con recordar la trayectoria de tales personajes y a quienes tienen
atrás: son pistas que no fallan porque desnudan a quienes sirven, más allá de
las frases de circunstancias. Si a los candidatos los respalda la Sociedad
Rural, los principales grupos económicos, financieros y mediáticos y la embajada
norteamericana a la que acuden en busca de consejo o a rendir cuentas, no hace
falta más para saber hacia dónde rumbean. Pueden ser políticos, gremialistas,
periodistas, empresarios o intelectuales, pero si forman parte de ese colectivo,
no pueden alegar ignorancia sobre el juego al que decidieron adherir.
Algunos candidatos
opositores
Cuando uno recuerda que Macri se opuso a la recuperación del
sistema previsional por el Estado, a lo mismo con Aerolíneas Argentinas, a la
Asignación Universal por Hijo, a la re-estatización de YPF y que en el distrito
que gobierna reduce año a año el presupuesto destinado a educación y salud
pública en favor del negocio privado, que no hace nada por resolver el déficit de
vivienda y que ha endeudado exponencialmente a la ciudad sin que nada lo
justifique, que mide la gestión con la vara del negocio, que su modelo de país
es la España de José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy
con más de 25% de desocupados y que llega a casi el 50% entre los jóvenes, ya
sabe lo que nos espera si llega a la presidencia.
La otra esperanza blanca que se va desinflando es +S.A., cuyos principios de lealtad a la
palabra empeñada quedaron a la vista cuando le mejicaneó los votos a Macri, su ex
socio y hoy lucha por retener a una tropa que lo ve con más destino de arpa que
de bombo.
¿Qué decir de los partidos y coaliciones que se arman y
desarman a diario, con el único fin de retener ciertos cargos o sumarle votos al
opositor mejor ranqueado, formando un conjunto que evoca el fantasma de la
Alianza?
Frente a ese panorama opositor, se encuentra un kirchnerismo
que también debate su futuro, con demasiados aspirantes a la Rosada, sin que ninguno
aparezca dotado del carisma y la autoridad política capaz de cohesionar,
homogeneizar y disciplinar al conjunto cobijado bajo ese rótulo.
Sin embargo vale recordar cómo nació, creció y maduró esta
fuerza, la cantidad de cuadros y dirigentes jóvenes y capaces que promovió a
puestos de responsabilidad política y de gestión, que ejercen con solvencia,
eficacia, responsabilidad y firmeza en función de un proyecto de país ampliador
de derechos, inclusivo e independiente, a pesar de lo que aún falta. Vale
destacar tal diferencia con la oposición porque esa generación que no tira
veteranos por la borda tiene futuro y nutre sus raíces con esos saberes sin dudar
en adaptar a los nuevos tiempos las premisas que van quedando obsoletas.
También vale la pena recordar que Néstor Kirchner llegó al
gobierno en 2003 en medio de una crisis abismal, aupado por una de esas casualidades
en las que a la necesidad histórica se le cruzó por delante la personalidad
adecuada. Como era de esperar y no podía ser de otro modo, el proyecto nació
impuro dentro de un conglomerado complejo, cuya importancia como germen de nueva
alternativa de poder frente a los intocables de siempre, era difícil de vislumbrar
incluso para sus originales impulsores y protagonistas. Seguramente su núcleo
duro tenía claros y definidos algunos ejes centrales, básicos, fundacionales, pero
no una teoría, una doctrina, que alumbrara los nuevos tiempos. Esa se fue
construyendo bajo las exigencias de la gestión de gobierno y solucionando las
urgencias cotidianas. Además, al confluir con fuerzas que venían de experiencias
políticas y sociales distintas sumó otros saberes y fue conformando un plexo de
doctrina que enriqueció al conjunto y ayudó a delimitar los campos, los
compromisos individuales y los de grupo. Del magma original nació una nueva
identidad, el kirchnerismo, en proceso de maduración, consolidación y
crecimiento, que se corresponde al peronismo de esta época, pero del que
participan no sólo quienes se reconocen tributarios puros de esa tradición sino
los que creativa y críticamente llegan desde otros manantiales y se sienten
cómodos con la nueva identidad que muestra capacidad para superarse a si misma.
Los nuevos desafíos
en puerta
Esquemáticamente, esta parecería la situación política que
enfrenta la Argentina en 2015, un año electoral en el que, además de presidente
y vice, se renuevan los senadores nacionales de ocho provincias, la mitad de
los diputados, todos los gobernadores menos dos, legisladores provinciales,
intendentes, concejales y otros cargos electivos.
Es una realidad cualitativamente distinta a la de hace doce
años atrás, pues si bien los gobiernos de Néstor y Cristina fueron jaqueados
desde su primer día, como le sucedió a Chávez en Venezuela, a Correa en
Ecuador, a Evo en Bolivia o a Lula y Dilma en Brasil, en los últimos 30 años nunca
antes la ofensiva de la derecha continental y mundial había adquirido tal nivel
de virulencia. Pareciera que por fin lograron articular en la región un bloque
de fuerzas con poder, estrategia común y comando unificado, capaz de lanzarse a
la gran batalla contra el proceso emancipador que recorre el continente. Tampoco
este propósito tuvo que enfrentar antes el grado de unidad y voluntad de
resistir al vasallaje no sólo de los pueblos, sino de la mayoría de los gobiernos.
Eso hace prever que se acercan momentos de gran tensión y definitorios, donde
las próximas elecciones en Argentina son
un hito trascendente y por eso no es casual que en Venezuela, Brasil,
Argentina, Bolivia y Ecuador, las derechas locales estén lanzadas a destituir a
los respectivos presidentes como lo lograron en Honduras y Paraguay.
El pretexto, con matices, en todos lados es idéntico: hay
que desalojar como sea a los gobiernos populistas, antidemocráticos y corruptos.
Por eso, sin renunciar a los tanques, armas tradicionales de los golpes de
estado, hoy le dan ese rol a la prensa hegemónica y a la banca internacional.
En ese marco se inscribe y entiende el operativo mediático y
de parte del Poder judicial para transformar en santo y mártir a Alberto
Nisman, un funcionario judicial ligado a los servicio de inteligencia locales,
a la CIA y al Mosad israelí, que de estar vivo debería ser procesado al menos por
los delitos de malversación de fondos públicos, peculado y por aliarse a poderes
extranjeros en contra del propio Estado y de los intereses nacionales.
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