sábado, 28 de febrero de 2015

Acerca de quesos y golpes

Mauricio Epsztejn--
No son lo mismo
Últimamente se ha puesto de moda calificar a los golpes de estado como blandos o duros, palabras que remiten a quesos u otros materiales, pero difíciles de entender en procesos sociales complejos. Una cosa son cuartirolos, gruyeres o sardos y otra distinta, mercados, parlamentos, justicias, militares, prensa y sus combinaciones.
Los quesos, después de elaborados no se pueden transformar en otra variedad, en cambio los golpes de estado sí, presentarse de un modo y ser en esencia lo opuesto. Por eso, con independencia de su variedad, los quesos son quesos y los golpes de estado, son golpes de estado. A no confundirse.
Unos se perciben en el paladar y terminan en el estómago; los otros, independientemente de su ropaje, violan la Constitución y la voluntad popular y se ejecutan para desalojar gobiernos que no les gustan. Sus consecuencias suelen ser tragedias colectivas.

Un poco de historia
Durante gran parte del siglo XX la Argentina fue gobernada por dictaduras, cuyos cabecillas ejercieron el poder y una vez que se lo cedieron a personajes más presentables, siguieron viviendo tranquilos e impunes. Las cosas transcurrieron así hasta 1983 en que el gobierno de Alfonsín llevó a juicio a los jerarcas del último golpe, que culminó en 1985 donde fueron condenados por jueces de la Constitución. Sin embargo, pocos años después el menemismo los amnistió, hasta que llegó el kirchnerismo y el Parlamento derogó la leyes de impunidad y los decretos de indulto, permitiendo reabrir los juicios y empezar a juzgar y condenar a los uniformados responsables por delitos de lesa humanidad. De todos modos, aún debieron pasar varios años antes que el reclamo ciudadano, encabezado por los organismos de Derechos Humanos, perforara los muros tribunalicios y algunos jueces avanzaran hacia una visión integral e incorporaran como responsables del genocidio al resto de la cadena conformada por grandes empresarios de la banca, de la industria, del comercio y el campo, a políticos, periodistas, jueces, funcionarios y miembros de la iglesia.
Así fue como lentamente se fue pasando del concepto de dictadura militar al de cívico-militar-eclesiástica o simplemente de dictadura.
El hablar hoy de golpes blandos, duros y/o combinados, no implican que sean una novedad.
Vale la pena recordar que nuestro país recién logró unificarse y tener un gobierno central capaz de ejercer su poder sobre el conjunto del territorio durante el último tercio del siglo XIX. Esa evidencia es independiente de la consideración que nos merezca el proceso que permitió alcanzarlo.
Por aquellos años, hablar de república, democracia, soberanía popular y federalismo —estampados en nuestra Constitución —entraban más en el terreno de las quimeras que en el de las realidades, pues los gobernantes se elegían en conciliábulos del Jockey Club o la Sociedad Rural y recién la irrupción del radicalismo, la Ley Sáenz Peña y del triunfo de Yrigoyen en 1916, logró abrir una brecha y el conservadorismo tuvo que ceder en parte tal potestad, sin lograr construir un partido político capaz de disputar el gobierno a través del voto ciudadano. Eso hizo que a partir de 1930 las fuerzas armadas se transformaran en el instrumento político de la oligarquía que abrió el ciclo de golpes de estado cada vez más sangrientos, cuya última expresión suprema fue la dictadura instaurada en 1976. Durante esas más de cinco décadas se sucedieron golpes “blandos” y de los otros, se anularon elecciones, el poder ejerció el fraude liso y llano, hubo décadas de proscripciones y otras lindezas por el estilo, sistemáticamente avaladas por el respectivo Poder Judicial con sus Cortes Supremas a la cabeza. Hay ejemplos paradigmáticos, entre los cuales el derrocamiento de Arturo Frondizi y su reemplazo por el titular del Senado, José María Guido, es sólo uno, sin hablar de las zancadillas y reemplazos sin derramamiento de sangre ni tanques en la calle, que proliferaron durante los mismos gobiernos de facto o la eyección anticipada de Raúl Alfonsín, episodio que muy pocos identifican como un golpe de estado impulsado por las corporaciones empresarias y mediáticas.
La etapa kirchnerista
Esta trayectoria de la derecha antidemocrática argentina es lo que pone en duda una denominación que suaviza el carácter desestabilizador y golpista de los movimientos que este sector llevan a cabo desde 2003, cuyo punto de partida se ubica en el ultimátum rechazado que Claudio Escribano le presentó a Néstor Kirchner a poco de asumir la presidencia y que fue derivando hacia una creciente violencia a medida que el kirchnerismo profundizó las medidas de gobierno en favor de los más necesitados y su política de Derechos Humanos. Este rubro, de a poco se fueron incluyendo no sólo los derechos civiles y políticos, sino otros que afectan privilegios e impunidades, con causas abiertas en el Poder Judicial, pero que permanecen cajoneadas porque tocan a poderosos capitostes empresarios que organizaron, respaldaron, se beneficiaron y siguen lucrando con lo obtenido durante el terrorismo de estado.
Entonces, a la luz de nuestra historia, convendría observar de cerca los antecedentes y los verdaderos propósitos de los organizadores de la famosa marcha del 18F: los que aparecieron públicamente, pero también a los promotores vergonzantes y ocultos.
A esta altura están bastante claros los motivos del grupo de fiscales que fogonearon la manifestación opositora tras la figura de Nisman muerto. Que la misma tuvo poco que ver con el reclamo de justicia interferida por ellos mismos, sino por una mezcla para la defensa de privilegios corporativos, oposición a las políticas del gobierno por cortar el maridaje de corrupción entre sectores desplazados de los servicios de inteligencia con jueces y fiscales involucrados en el encubrimiento de la conexión local del atentado a la AMIA o los crímenes de lesa humanidad, junto al intento de mantenerse bajo el ala de los servicios de inteligencia norteamericanos e israelíes en contra del interés nacional.
Por eso no es casual que todas las agrupaciones de víctimas del atentado a la AMIA se hayan negado a participar de la marcha.
Esa derecha que desde 1916 sólo llegó al gobierno aupada por golpes de estado ¿se habrá resignado y encontrado al fin el modo de organizarse y competir por el voto ciudadano?
Si así fuera, aunque uno discrepe con sus propuestas, sería positivo. Sin embargo, cabe la duda porque para ganar elecciones hay que explicitar un proyecto de país, y hasta ahora a ninguno de ellos se le escuchó una propuesta y sólo cabe inferir a partir de sus actuaciones en el ámbito que se mueven.
En ese sentido, Nisman es sólo el pretexto de una oposición destituyente o, en el mejor de los casos, un intento de “golpe blando” que, como hemos dicho, es siempre “duro” en sus resultados.
Cuando el efecto mediático del caso Nisman se empiece a debilitar, por sus incongruencias, por su inconsistencia jurídica o por el hastío del público, seguramente que sus usinas creativas ya tienen preparada una batería de campañas en reemplazo como parte de su guerra de desgaste. No es necesario ser un genio para inferir que uno de los caballitos de batalla utilizados por las derechas, es el de la corrupción, según ellas sólo atribuible a los gobiernos o movimientos populares. El otro es el del fraude, que ya se empieza a escuchar y tiene un doble propósito: si pierden es por el fraude y si ganan, es a pesar de él. Sin embargo, como esos recursos sólo son parte del inagotable arsenal marketinero, cabe esperar una renovación constante tomado del manual de propaganda nazi en el que buena parte de sus ideólogos se inspira: “miente, miente, que siempre algo queda”.
A falta de un programa superador al el kirchnerismo, lo más probable es que tal lógica impregne la campaña de la entente opositora, por lo menos, durante el resto del año.

De parte del oficialismo cabría esperar que no caigan en la trampa de contestar puntualmente a cada infundio y centren su atención en la gestión y el debate político de fondo: los dos proyectos de país en disputa y la expresión que eso tiene en cada territorio concreto. 

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