viernes, 30 de enero de 2015

El camino de lo fantástico

Algunas apreciaciones acerca Distancia de rescate, de Samanta Schweblin

Por Mario Méndez—
Samanta Schweblin
Conocí a Samanta Schweblin, a su escritura magistral, preciosa (¿preciosista?), en 2005, leyendo el dossier que mi amigo Franco Vaccarini y los muchachos que trabajaban con él, le habían dedicado en la revista Mil mamuts (revista de cuento latinoamericano, dicho sea de paso, que era una verdadera joyita, y que algún día habría que proponerse resucitar). Era el número inicial de la revista, y el dossier estaba dedicado a una escritora que por ese entonces sólo había publicado un libro. Elvio Gandolfo dedicaba dos páginas a elogiarla, a presentarla, a darle paso a los tres cuentos que leí admirado: “Matar un perro”, “Hacia la alegre civilización de la capital” y “La furia de las pestes”. Tres excelentes relatos, los dos primeros de su primer libro de cuentos, El núcleo del disturbio. El tercero, en ese entonces, inédito. ¡Es que Samanta, al publicar su primer libro, tenía tan solo 24 años!
En los diez años que transcurrieron desde aquella primera lectura, Samanta Schweblin se convirtió en una de las más respetadas y admiradas y reconocidas voces de la literatura argentina. En el camino, un camino de crecimiento, sin duda, ganó el premio Casa de las Américas por su segundo libro de cuentos, Pájaros en la boca  y el premio Juan Rulfo por el cuento “Un hombre sin suerte”. Cuentista, sólo cuentista, Gandolfo “temía”, en aquella presentación del dossier, que Samanta deviniera en novelista. Lo cito: “… Le hice un pedido ridículo, llevado por mi impulso de lector vicioso de
cuentos: esperaba que no hiciera ‘como todos’ y empezara a escribir novelas. ¡Qué estupidez! ¡Lo que sería una novela de Schweblin, si sintiera la necesidad de armarla, de escribirla, de fascinarse recorriéndola de primera mano!”.
Pues bien, Samanta lo hizo. Como declaró en alguna entrevista, su Distancia de rescate iba a ser un cuento que se convirtió en novela, porque ella sintió que el relato a dos voces necesitaría de una mayor longitud. Schweblin escribió, entonces, una historia atrapante, hipnótica, que no da respiro y exige seguir la lectura, en el formato de una novela breve. Y a ella quiero referirme ahora, para, en principio, agregar algunos elogios a los adjetivos anteriores. La novela tiene un clima intenso; si uno supera el primer extrañamiento de ese diálogo con el que abre, ya no la puede soltar; la idea de la “distancia de rescate”, algo así como el espacio en que una madre tiene control y cuidado sobre su hijo pequeño, es brillante; el personaje y la voz de David; la ambigüedad de Carla, la voz de Nina cuando habla de sí misma en plural: todos logros para hacer de Distancia de rescate una novela de las que perduran en la memoria, de las que marcan. Pero no todos son elogios, por lo menos no esta vez. Yo tuve con Distancia de rescate, una decepción. A mi entender, sobre el final, Samanta se sale del camino de lo fantástico, y eso no le hace bien a la historia. No cometeré el error de “espoilear”, porque además, creo haberlo dicho claramente, más allá de esa “decepción”, la novela es más que recomendable, leerla es un gran placer, un placer como de película de suspenso, o incluso de terror. Pero en el final, ay, yo hubiera preferido (y muchos buenos lectores con los que compartí opiniones coincidieron conmigo) que Samanta se quedara en la ambigüedad de lo fantástico en vez de mostrar la idea, como quien muestra la hilacha: en vez de, de alguna manera, denunciar algo que no hacía falta denunciar.
Finalmente, un consejo zonzo, pero que aplica a esta y a tantas otras novelas. Si van a leer Distancia de rescate, ¡no lean antes la contratapa! Algunos editores, lamentablemente, más que escribir contratapas, las perpetran.

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