sábado, 31 de mayo de 2014

Una historia de Hacha y tiza

Mauricio Epsztejn—

“Hacha y tiza” es el nombre bajo el cual un grupo de jóvenes fundó allá por el 2002 la Biblioteca popular que desde entonces funciona en San Pedrito 1026 de la Ciudad de Buenos Aires.

Para conocer lo que hace la biblioteca y la radio comunitaria que desde allí mismo sale por Internet, unoytres.com.ar entrevistó a Julián Belistri (34 años, programador) actual presidente de la Asociación Civil que la impulsó.

—Para hablar de nuestros orígenes —nos dice —es necesario remontarnos a los años ´97 y ´98 del siglo pasado. En aquella época éramos unos quince adolescentes a punto de terminar el secundario, que militábamos en centros de estudiantes de diferentes escuelas. Fue algo curioso, porque en un momento en que la política estaba mal vista, ese pequeño grupo nos planteamos cómo hacer para seguir militando juntos después de egresar. Entonces decidimos orientarnos hacia el trabajo social y cultural barrial y aprovechamos una propiedad que nos facilitó la abuela de un integrante del grupo para asentarnos en Pompeya, una zona dejada por el Estado a la mano de Dios. A la casa, que estaba desocupada y deteriorada sobre Ventura de la Vega 3800, muy cerca del Hospital Aeronáutico, literalmente le metimos manos a la obra hasta dejarla más o menos habitable y funcional a los dos objetivos que básicamente nos habíamos propuesto: sacar una revista y fundar una biblioteca popular. Para mensurar el valor que tenía una biblioteca en esa época es necesario recordar lo que, en medio de la pobreza y desocupación, le costaba a los sectores postergados conseguir un libro de estudio o lectura.
Inauguramos la biblioteca el 1º de Mayo de 1998.

—Pero algo así lo emprende gente que tiene cierta comunidad ideológica.

—Es que ya antes de terminar el secundario veníamos participando en charlas de Norberto Galasso sobre historia argentina, uno de los referentes de esa corriente a la que se conoce como “izquierda nacional”. Después de instalarnos allá, él nos siguió ayudando.

—¿Cuál era el nombre de la revista?

—Le pusimos “El último organito” y apareció entre el ´98 y 2004. Fueron 64 números en seis años. Alrededor de esta publicación tenemos una anécdota curiosa y hasta risueña —nos cuenta.

Resulta que para sacar la revista decidieron formar una cooperativa de trabajo que cumpliera con la legalidad vigente, para lo cual empezaron los trámites ante el antecesor del INAES (Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social) que, en principio, les concedió el reconocimiento; pero como necesitaban inscribir la cooperativa en la actual AFIP descubrieron que ninguno de sus integrantes tenía CUIL porque eran menores de edad y no lo podía sacar. La perspectiva de pelearla no los inmutó porque para eso contaban con la experiencia que traían desde el secundario, así que la siguieron con el argumento de que “una institución no es mayor ni menor de edad, aunque sus integrantes lo sean”. Al final, entre idas y vueltas consiguieron el CUIT para la Cooperativa que, —“seguramente debe haber sido la primera en el país formada por todos menores de edad” —acota.

—En ese tiempo llegamos a ser unos 25 ó 30, de los cuales la mayoría sigue militando en algún espacio, sea político, gremial o social, después de haber superado la etapa del menemismo y del delarruismo. Fueron años en los que el objetivo militante del grupo pasaba por ayudar a que los de nuestra edad no cayeran en cualquier cosa, en la falopa, en el individualismo o que se hicieran pelota de cualquier forma. Por aquellos años contábamos cuántos muertos de cada camada de egresados no iba dejando la situación y sentimos que a partir de 2003 la cosa empezó a cambiar producto de la mayor presencia del Estado.

—Vos decís que de los 15 integrantes originales, pasaron a 25 ó 30. ¿Qué motivó a los nuevos para que se acercaran?

—Desde que nos instalamos con la biblioteca en Pompeya tuvimos como norte estar lo más cerca posible de donde está la gente necesitada. Posiblemente sea eso lo que los motivó —sintetiza. —Incluso llegamos a compartir el lugar con una dependencia de la Defensoría Pública de la Ciudad para recibir denuncias por carencias en los servicios públicos y otros problemas vecinales que afectan a “Rivadavia abajo”, como simbólicamente dividía la ciudad uno de los nuestros, donde “Rivadavia arriba” correspondería a la zona más favorecida. Es decir, una parte del día la casa funcionaba como dependencia pública y el resto se destinaba a actividades culturales. Una vez hasta nos visitó Abelardo Castillo para debatir sobre la relación conflictiva entre política y literatura…y qué cátedra nos dio —agrega entre sonrisas. —La actividad cultural de la biblioteca era permanente, sin que por eso la llamáramos Centro Cultural, por respeto a ese concepto nomás, porque no basta con organizar algunas charlas o cosas por el estilo para llamarse Centro Cultural.

Cuando debieron irse de Pompeya, empezaron a buscar otro edificio donde funcionar. Para eso pusieron la vista sobre las propiedades que el Gobierno de la Ciudad tiene vacías, casi en estado de abandono y con deterioro importante, sin un destino específico. Así descubrieron el de San Pedrito 1026, en Flores sur, frente a la actual Plaza Tupac Amaru y a la terminal de la línea “E” del subte y se largaron a conseguirla para lo que se constituyeron en Asociación Civil sin fines de lucro que empezó a trajinar oficina tras oficina hasta que en 2002 lograron que se la otorgaran en comodato por diez años con destino a biblioteca pública, mandato que les fue renovado por otros diez a contar del 2014, mediante una Ley de la Legislatura después de pasar por la primera lectura y Audiencia Pública, un trámite que confían se ratifique en la segunda.

La debacle de 2001 también afectó al grupo y “durante un tiempo estuvimos un poco quedados, porque cada uno estaba más metido en su propio trabajo —dice Julián —, pero alrededor de 2004 ó 2005 volvimos con más fuerza y estamos creciendo”.

Si antes de 1998 acumulaban experiencia en el movimiento estudiantil secundario, a partir del paso por Pompeya, la incrementaron incursionando en terrenos ajenos a los burocráticos. Al hacerse cargo de un lugar deteriorado los obligó a aprender albañilería, carpintería, plomería, electricidad y demás materias ajenas a la currícula escolar, pero imprescindibles a la hora de transformar un edificio recibido en estado lamentable, en uno habitable y adecuado a una biblioteca pública. Por eso a partir de 2002, con el comodato otorgado, no sólo consiguieron el reconocimiento de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP) para empezar a funcionar como biblioteca popular, sino que aprovecharon los conocimientos que traían de Pompeya para construir lo que ahora es “Hacha y tiza”, incluido el estudio desde donde transmite las 24 horas por Internet, la Radio Comunitaria, que pasa música y algunos programas en vivo: http://radio.hachaytiza.org.ar/wp-content/themes/soundwave/radiovivo.php?dde=web

Evocando aquellos tiempos de estrecheces en Pompeya, Julián recuerda: “si de ese lado habremos recibido un par de subsidios mínimos, es mucho y apenas alcanzaban para comprar muy pocos libros, nosotros, en lugar de destinarlos a los que el oficialismo nos sugería, los usamos para comprar los que más nos interesaban, que eran los de Scalabrini Ortiz, Jauretche y, por supuesto, Galasso”.

El grupo entendió que a partir de 2003 la cultura fue rescatada del lugar secundario en el que estuvo recluida y empezó a ocupar un espacio cada vez más relevante dentro de las políticas públicas, con una CONABIP que estimulaba de manera concreta a instituciones del tipo Hacha y tiza. Y eso lo comprobaron porque si antes recibían subsidios menguados, con el cambio político las bibliotecas populares empezaron a concentrar una mayor atención del Estado y a crecer notablemente en la cantidad de libros que les mandaban desde la Secretaría de Cultura de la Nación —ahora elevada a Ministerio — lo que les permitió incrementar significativamente los que ya tenían, “incluso nos empezaron a llegar los que antes comprábamos por la nuestra”, se sincera Julián.

—Teniendo en cuenta que los argentinos tenemos una tradición de bibliotecas populares que viene de bastantes décadas atrás, ¿cómo tienen organizada la lectura de libros en “Hacha y tiza”: la gente los retira para leer en su casa o lo hace en el local?

—Lo más común es llevárselos a sus casas. Son pocos los que los consultan acá. Hay épocas en que los lectores retiran dos o tres por día o sea entre cuarenta a sesenta por mes y en otras la cantidad baja, pero siempre hay movimiento. Sin embargo la actividad de las bibliotecas populares pasa más que por prestar libros. Incluso una de las condiciones para considerarlas tales es que no se reduzcan sólo a eso. Entonces aquí funcionan hasta ahora seis talleres: guitarra, canto, artes plásticas, ajedrez, percusión y radio (edición y operación), y si bien a los concurren son en su mayoría chicos (más de cien), como vienen acompañados por adultos, la circulación cultural se amplía. A su vez, cada taller tiene un profesor y un operador. Este último se encarga de hacer el seguimiento para que los chicos no abandonen y, en caso necesario, los ayuden a superar las trabas que se les presenten.

A los talleres concurren vecinos de las cuadras que rodean a la biblioteca, pero también otros más alejados como los chicos de la Villa 1-11-14, de la Ramón Carrillo, Fátima, Villa 3 y Piletones.

—Junto a los talleres y al préstamo de libros tenemos otras actividades con la comunidad. Por ejemplo, el mes pasado se concretó un taller de formación docente sobre historia argentina, coordinado con UTE (Unión Trabajadores de la Educación) al que sólo pudieron concurrir cuarenta personas porque debimos cerrar la inscripción debido a lo reducido del espacio, ya que en el local no caben más de treinta sentados, lo que nos compromete a repetirlo para los que esta vez no lo pudieron hacer.

Además, organizamos radios abiertas en la calle, preparadas con el rigor que se merece un programa cultural dirigido a un público que se congrega para escuchar algo de calidad y no un simple pase de micrófono entre oradores; también pintamos junto a otro grupo un mural callejero; proyectamos cine en la plaza de acá enfrente; y cada seis meses hacemos una actividad más grande afuera.

Un capítulo especial es el de la Radio Comunitaria que se  inauguró el 27 de agosto de 2013, justo el Día de la Radiodifusión Argentina, en el que se conmemora la primera la emisión en el país, que se hizo en 1920. El armado del estudio involucró a mucha gente, tanto en la compra de materiales, como en el mobiliario y el equipo. “La pecera la hice yo —dice Julián —, y aunque la consola todavía no es la más adecuada, apliqué lo que se como programador de computación para hacer que el equipo funcione”, y al decirlo, hincha el pecho al punto que corren riesgo de saltársele los botones de la camisa. En capacitar a los operadores les dio una mano La Tribu, la conocida emisora colega, más antigua, equipada y experta.

Ambos emprendimientos, radio y biblioteca, así como el resto de las actividades de Hacha y tiza, está abierto a la comunidad, donde a nadie se le exige una adhesión partidaria ni nada por el estilo, sino sólo estar dispuestos a difundir lo que la cultura popular atesora. La línea que define los contenidos de la biblioteca pasa por hacer conocer “la literatura e historia argentina y la literatura e historia latinoamericana”. En ese marco cualquiera puede retirar libros o participar de los talleres, con sólo asociarse y usar lo disponible. Actualmente la biblioteca tiene unos 350 socios, que pagan una cuota de diez pesos por mes, siempre que en ese período retiren algún libro o película, cuyo catálogo pronto estará disponible también en Internet.

—Esa es una pista de cómo se financian. Sin embargo, tales ingresos no deben bastar para sostener la actividad. ¿Cómo cubren el resto?

—Efectivamente, pero al ser reconocidos por la CONABIP, ese ente nacional cubre los gastos corrientes de agua, luz, teléfono, libros y equipamiento. Gas no se paga porque no tenemos conexión. En cuanto al equipamiento, cada año elevamos un pedido con las necesidades previstas, que la CONABIP analiza y, por lo que aprueba, debemos rendir cuentas con la documentación correspondiente. En cuanto a la bibliotecaria, cobra una remuneración prevista por Ley de la Ciudad, a la que factura como monotributista.

Sin embargo, como a pesar de eso no alcanza, el déficit se cubre con donaciones y lo que ponen de su bolsillo los miembros de la Asociación.

—Decías que habían nacido como un grupo de militancia barrial, sin compromisos partidarios, preocupado por la cultura y temas sociales. Sin embargo, ahora participan en Unidos y Organizados. ¿Cómo se entiende ese cambio?

—Nos sentimos convocados por el llamamiento de Unidos y Organizados a conocernos los que no tenemos compromisos partidarios pero coincidimos con los principales lineamientos del gobierno. Así empezamos a participar en reuniones de quienes militan en la Comuna 7 donde son unas 22 ó 23 organizaciones. En ese espacio encontramos un lugar para discutir temas que son comunes a la zona y que potencian lo que veníamos o seguimos haciendo por separado.

—¿Cómo están organizados en Hacha y tiza?

—La Comisión Directiva la integramos los de la Asociación Civil, que tenemos entre 25 y 40 años y nos dividimos en tres áreas de trabajo: la de militancia territorial, la de cultura y la de comunicación. De las dos últimas ya te hablé y tenés un panorama. En cuanto a la restante la concebimos en función de salir al territorio en que actuamos. Por ejemplo: está el Plan FINES del Ministerio de Educación de la Nación para ayudar a terminar la secundaria a quienes la tienen incompleta. Entonces salimos a anotar gente, pero resulta que quien debe habilitar un lugar es el Gobierno de la Ciudad y todavía no lo hizo, la gente que anotamos nos reclama y nosotros vamos a golpear las puertas que deben resolverlo.

La charla con unoytres ya lleva más de una hora y a Julián aún le quedaron cosas por contar. Sin embargo, con lo hasta aquí dicho seguramente los lectores alcanzarán a formarse una idea de en qué anda este grupo que ya aunque ya pasó de adolescente es uno más de los cientos y cientos que a lo largo y ancho del país hacen cosas que vale la pena difundir aunque no ocupen los grandes titulares de los medios porque, como la mayoría de nuestra sociedad, no están enfermos de violencia , un diagnóstico que preocupa a otros que callaron o acompañaron la violencia extrema cuando ésta se había enseñoreado del país.

Y cuando unoytres se despidió de “Hacha y tiza”, se fue acompañado por los acordes de aquel último organito, que seguirá yendo de puerta difundiendo una melodía de ánimo y esperanza.

Para comunicarse con Hacha y tiza:

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