domingo, 29 de diciembre de 2013

UN AÑO NUEVO ESPECIAL (Cuento)

Mauricio Epsztejn--
Ese día, tuvo una jornada de trabajo agotadora. Contra la creencia general de que los bebés prefieren asomarse a este mundo de madrugada, a ella le tocó intervenir en dieciséis partos durante su turno de catorce a veintidós.
Pareciera que de algún modo ellos también se hubieran conjurado para estar presentes en los festejos.

Regresó de la clínica sólo con ganas de zambullirse en el agua tibia de la bañadera, para esperar relajada que se hiciera la hora de su cita. Y lo consiguió.
Del baño emergió envuelta en una toalla y al consultar el reloj se terminó de convencer que disponía de suficiente tiempo como para elegir el vestuario adecuado a la ocasión. Cuando culminó la tarea de vestirse y se miró al espejo, se vio reflejada de punta en blanco y así, sin maquillaje, despojada de adornos y reloj, marchó al encuentro de su noche singular.

Al pisar la calle el tañido del carillón municipal le recordó que apenas en media hora más podría celebrar su esperado ingreso al año nuevo y a la nueva vida.

Cuando descendió del remise que la dejó frente a la maternidad, su cuerpo había encogido treinta centímetros. Entonces abandonó junto al cordón los ya inútiles zapatos e ingresó al edificio descalza, sosteniendo su encogido cuerpo contra las paredes.

Llegó hasta el ascensor dejando tras de si un reguero de medias y otras prendas ya inútiles e imposibles de sostener. Al bajar en el tercero, avanzó arrastrando por el piso la ropa interior, a modo de pañales de bebé.

Reptando entró a la sala de partos y justo un minuto antes de medianoche, desnuda y cubierta por un líquido viscoso, se adormiló entre las manos de la partera que, exactamente a las 24, junto al redoblar de campanas y el tronar de los fuegos de artificio, escuchó su vagido inicial antes de volverla a depositar en el útero materno.

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