jueves, 16 de agosto de 2012

Para entenderte mejor…

Mauricio Epsztejn
… no es lo que le dijo el lobo feroz a Caperucita, sino las primeras palabras para introducirnos en la cuestión de cómo la circulación del lenguaje suele extraviar en sus vericuetos a los poco avisados que lo utilizan a diario. No es tema de esta nota hablar de la grafía o fonética igual o semejante que usan distintos idiomas para referirse a cosas que no tienen relación entre si.

Por ejemplo, cuando en castellano decimos “curva”, hablamos de una forma geométrica, sea la de una ruta, de un trazo sobre papel o la silueta de una dama. En cambio, si la misma palabra se pronuncia en un país donde la influencia de la Iglesia católica es muy fuerte, como Polonia, señalando a cualquier mujer, es probable que lo entiendan distinto y hasta que alguna lo tome a mal.
Por eso, para no correr riesgos innecesarios, nos vamos a referir sólo al poco mundo que conocemos, es decir a la Argentina y dentro de ella a la lengua oficial para su territorio. Sin embargo, aún así no es fácil lograr que distintos actores sociales le asignen a las mismas palabras igual significado. Por eso, cuando algunas chocan con los intereses de los sectores dominantes, las invisibilizan o las consideran pasadas de moda e introducen otras cuyos límites son difusos.

A esta altura de la civilización es imposible ignorar la acción deliberada de los modernos medios de comunicación sobre el conjunto de la población, para imponer la visión del país y del mundo que coincida con los intereses del sector al que pertenecen, expresan y lideran como verdaderos actores políticos.

Dado que no estamos hablando de abstracciones ni del sexo de los ángeles, empecemos nombrando algunas.

Gente y pueblo

No es ni casual ni inocente el modo confuso de presentar estas palabras como si fueran sinónimos y al que a veces se prestan sectores llamados progresistas o incluso de izquierda. Siempre que surgieron grandes movimientos de masas que lucharon por transformar las sociedades a favor de las mayorías, predominó la palabra pueblo para identificar a lo plebeyo, bajo, chusma, negro, pobre, descamisado, donde aún con toda la diversidad social que implicó este espacio multitudinario, su criterio unificador fue el orgullo de pertenecer al mundo de los trabajadores y sus familias, fueran de la ciudad o del campo, asalariados, artesanos, pequeños o medianos empresarios, campesinos.

Las derrotas y masacres introdujeron temor, desaliento, desconcierto, repliegue. La palabra pueblo empezó a ser vista por algunos como pasada de moda y hasta con un dejo subversivo propio de una época olvidable, que dejaba a quienes seguían pensando en esos términos al margen de la gente. Pero la gente es la gente bien, la que tiene mucho poder y dinero, al que un sector de clase media con peso en el ambiente cultural ansía pertenecer. Sin embargo la dura realidad del 2001 y el desastre consiguiente le enseñó a varios ilusos que a pesar de todo seguían siendo pueblo, un concepto que se fue afirmando al impulso de una joven generación que exige su lugar, que aprendió de las derrotas y a la que acompañan los que nunca bajaron las banderas.

Democracia y dictadura de las mayorías

En los medios dominantes abundan los comunicadores, algunos de ellos se regodean con la historia de la antigua Grecia y Roma —de la historia antigua, de la que cuanto más se hable y menos de la del presente, mejor —a los que se le suma una compacta colección de personajes que hablan después de fotocopiar el libreto, tratando de instalar la idea no muy original de una democracia donde no gobiernen las mayorías.

A pesar de la gente bien, la chusma de Yrigoyen conquistó durante la segunda década del siglo XX el voto general, secreto y obligatorio, al que desde 1947 los descamisados incorporaron a las mujeres, por lo que a partir de 1912 el país sancionó leyes distintas a las tradicionales para elegir sus autoridades. Eso provocó que los votos de los asociados al Jockey Club no alcanzaran la legalidad republicana diseñada por ellos, lo que no les importó demasiado: modificaron la legalidad y a partir de 1930 volvieron a votar por los candidatos del Jockey Club, pero desde esa vez en los cuarteles.

Son los mismos cuya inventiva golpista local no descansa, sin desdeñar los métodos importados, sean los de Honduras, Paraguay o los que intentaron contra Chávez y Correa, porque en ese sentido no son dogmáticos: usaron el golpe de mercado contra Alfonsín, la actual campaña mediática, el cerco sojero del 2008 y va a aparecer más, entre los cuales se inscribe el reciente invento de una democracia que no sería tal sino una dictadura de las mayorías. Es decir, según esa teoría, quienes debieran gobernar serían los que no tuvieron votos.

Evidentemente, la gente bien tiene poder, recursos y tiempo que utiliza sin mezquinar. La prensa monopólica es uno de ellos y no es para desdeñar.

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