jueves, 16 de agosto de 2012

Deportes, Desaparecidos y Dictadura


Presentación del libro Deporte,Desaparecidos y Dictadura- Gustavo Veiga

El 4 de julio pasado y a poco más de un mes de cumplirse 34 años del comienzo del Mundial de Fútbol ´78 en el que la selección argentina se consagró campeona, el periodista Gustavo Veiga presentó la segunda edición de su libro Deportes, Desaparecidos y Dictadura.

Gustavo Veiga
El acto se realizó en auditorio Mabel Gutiérrez del edificio Cuatro Columnas, donde hoy funciona el Instituto Espacio para la Memoria y antes ocupaba la ESMA.
Estuvo acompañado por la periodista Miriam Lewin, una sobreviviente de aquel centro clandestino de detención, tortura y exterminio (CCDTyE) y por Leticia Costa, hermana de Adriana Costa, estudiante universitaria y jugadora de hockey platense, secuestrada y desaparecida en Buenos Aires pocos días antes del comienzo del mundial, cuya historia se incorporó como varias más a esta segunda edición. Coordinó el encuentro Víctor Basterra, otro sobreviviente de la ESMA.


Durante su intervención, Leticia describió a trazos gruesos la personalidad de su hermana, así como el calvario que significó y aún significa conocer cual fue su destino.

Mi hermana era una persona con compromiso social y una alumna brillante, que estudió Ciencias de la Educación en La Plata hasta que cerraron la carrera”.

Entonces pasó a medicina, pero debido al clima opresivo que se vivía en la ciudad, particularmente en la universidad, abandonó la carrera y se mudó a Lomas de Zamora, donde ingresó a Ciencias Económicas y trabajó para costearse sus estudios, lo que la obligó a abandonar el hockey competitivo.

El 27 de mayo de 1978 la familia recibió un llamado telefónico por el cual les avisaron que Adriana había sido secuestrada mientra comía con amigos en una pizzería del barrio de Devoto.
El libro
Esa información les permitió conocer cómo y cuándo desapareció.

Días más tarde la familia recibió la visita de una compañera de pensión preocupada porque Adriana no aparecía por allí y que ubicó el domicilio por una postal que ella guardada entre sus cosas .

Meses después, una joven liberada de un CCDTyE que compartió cautiverio con Adriana, la paró a Leticia en la calle para asegurarse que realmente era la hermana. Allí le contó que debían haber estado cerca de Puente 12, porque escuchaban pasar aviones y muchos autos; que entre los secuestrados consideraban a Adriana como segura candidata a quedar libre y le pasaban sus teléfonos para que avisara a las familias. Sin embargo, el día que los empezaron a sacarlos de allí, escuchó que uno de los represores decía “esta es perejil, pero es muy inteligente, así que no sale”.

Recién con el inicio de los juicios, la familia se enteró de los vuelos de la muerte y del posible destino de Adriana en el fondo del mar o del río.

Mi hermana era una persona “de honda””, dice Leticia. “Por ejemplo, si una persona necesitaba comprar algo y no tenía plata, si ella tenía se la daba y si no, pedía prestado y lo devolvía con su propio trabajo”. Sus amigos se refieren a Adriana como una persona “componedora”, de esas que arreglan problemas o resuelven conflictos entre la gente.

Como homenaje a su memoria, la nueva cancha de hockey del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD) lleva su nombre, lo mismo que otros lugares y eventos deportivos.

Miriam Lewin
Miriam Lewin, que durante el Mundial ´78 permaneció secuestrada enla ESMA, centró su intervención en analizar la operación montada por la dictadura con la intención de usar ese torneo para lavar su imagen ante el mundo, así como los resultados que obtuvo.

Habló sobre las discusiones que aún hoy sostiene cada vez que se toca el tema, sea alrededor de la mesa familiar o con militantes políticos y sindicales, que la acusan de no entender al fútbol como una pasión popular que le pertenece a la gente, más allá de la utilización que le quiso dar la dictadura e insiste en que “…para mi, viviendo el mundial entre esas cuatro paredes del casino de oficiales de la ESMA, me quedó muy claro que fue la más descomunal, genial, campaña de propaganda del gobierno militar y la única que les resultó exitosa, porque la otra fue la de Malvinas. Si ustedes comparan lo que sostenían esas dos campañas, verán que eran dos sentimientos muy arraigados en la población: por un lado el deporte, la pasión del fútbol; por el otro, un sentimiento legítimo, en este caso el territorio, que desde chicos nos han venido diciendo que nos pertenece, que es un enclave colonial en el hemisferio sur. Yo creo que los militares de la ESMA tenían muy claro esto. Lo tenían tan claro que nos imponían ver los partidos por televisión junto a ellos. Creo haber visto el de Perú con Astis al lado. Astis no era un tipo especialmente futbolero porque era más bien de características elitistas y sin embargo se manifestaba apasionado, mientras los demás, directamente estaban eufóricos”.

Como desde las ventanas de donde tenían encerradas a las embarazadas, se alcanzaba a ver la gente que circulaba por la Avenida del Libertador, ante cada victoria del equipo argentino las cautivas divisaban a la gente alegre por la calle, que se abrazaba, que tiraba papelitos, que hacían sonar las bocinas de los autos, que embanderaba las casas. Incluso durante los partidos que se jugaron en la cancha de River, según de dónde soplara el viento, hasta escuchaban los gritos y el festejo de los goles.

Mientras tanto, a pesar de que hubo un cierto parate de los operativos callejeros debido a la presencia de la prensa extranjera, adentro las cosas seguían igual.

Yo no lo recordaba mucho, pero Ricardo Coquet, a quien llamamos Serafo, se acuerda de haber visto a un compañero acribillado y tirado en el pasillo del sótano de la ESMA. Dice que esos días soñó que tenía puesta la camiseta de River, pero que la franja estaba hecha por una ráfaga de ametralladora, toda sangrada”.

El día del último partido, en el que la selección argentina se consagró campeona, a varios de los secuestrados los sometieron a una tortura refinada y adicional: los sacaron a recorrer la ciudad en auto para que vieran los festejos y alegría de la gente. Incluso entraron en una pizzería sobre la calle Maipú. A los represores se los veía plenamente satisfechos con su inversión, porque “en ese momento pensaban que iban a gobernar para siempre y de hecho nosotros también estábamos convencidos que la dictadura iba a durar cuarenta años más…y cuando volvimos a la ESMA después de ese paseo triunfal, estábamos absolutamente persuadidos que nunca más nos íbamos a sacar de encima el yugo de los torturadores”.

Miriam Lewin sostiene que para la creación y mantenimiento de ese clima de euforia colectiva tuvo gran responsabilidad la mayoría de la prensa y de los periodistas deportivos liderados por José María Muñoz, que desde varios meses antes y a través de Radio Rivadavia incentivaba la expectativa contando los días que faltaban para el comienzo del mundial.

En cuanto al equipo mundialista aclaró, “yo no voy a entrar a analizar el rol que le cupo... Hubo algunas actitudes dignas… pero no puedo disculpar a Menotti, un tipo que tenía militancia, un tipo que tenía conciencia, porque era demasiado grave lo que sucedía en Argentina para que uno se prestara a semejante maniobra. Hay compañeros que piensan distinto. Incluso hubo compañeros que estando en libertad y después fueron secuestraron, estuvieron festejando en el obelisco”.

Disintiendo con quienes sostienen que la fiesta popular superó las intenciones de los dictadores, afirma que “…esa no fue mi experiencia, mi experiencia fue todo lo contrario, fue ver la inmensa satisfacción de los militares por haber podido seguir adelante con el engaño y que siguió cuando vino la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) que atendía a los familiares sobre la Avenida de Mayo mientras se jugaba el Mundial Juvenil en Japón y ante la victoria se le dio asueto a los chicos del secundario para que les gritaran en la cara a los familiares que los argentinos éramos derechos y humanos y que los desaparecidos no existían. O sea que la instrumentación del deporte y más concretamente del fútbol por parte de la dictadura es absolutamente indiscutible y fue mucho más allá del Mundial”.

Al terminar, Miriam Lewin propuso subir el libro a Internet para ponerlo al alcance de un público más vasto, porque al mostrar los rostros de tantos deportistas desaparecidos, se reivindica el deporte bien entendido como una expresión popular, donde incluso aparecen tantos jugadores de rugby, un deporte que se suele considerar de élite. Gustavo Veiga recogió y prometió estudiar la sugerencia.

Al cerrar el panel Gustavo Veiga agradeció al Instituto para la Memoria el haber facilitado sus instalaciones para presentar la segunda edición del libro, que amplía lo publicado en la primera,  un lugar en el cual “hay vida donde reinó la muerte, donde estuvo Miriam, que son los ojos y la memoria de esta etapa y donde estuvieron más o menos cinco mil compañeros”. Recordó que cuando era chico y “pasaba delante no sabía (o no imaginaba) que el lugar podía convertirse en un centro clandestino donde se torturó a tanta gente, donde se secuestró a embarazadas y después se tiró gente al mar”.

La tragedia lo alcanzó también en su familia, porque tuvo un primo desaparecido, hijo de una hermana del padre, su madrina.

Veiga escribió sus primeras crónicas deportivas después del ´78, cubriendo partidos poco importantes del ascenso. Pero cuando en 1979 ingresó a la revista Goles (que en esa época se llamaba Goles Mach) sintió que en su vida personal y profesional se había prodicido un gran cambio, se le “abrió la cabeza” —afirma. Allí tuvo la grata posibilidad de formar parte de una redacción que le hizo la primera entrevista en la Argentina a Adolfo Pérez Esquivel, una entrevista que todavía se puede encontrar en la web y que la realizó una revista deportiva en plena dictadura. Ese hecho lo recordó Veiga en 2010, a los treinta años de aquella nota, con un artículo en Página/12.

Ahora, dice, “han pasado tantos años y el libro que venimos a presentar tiene que ver prácticamente con la mitad de ese tiempo entre la dictadura y la actualidad, porque son catorce o quince años de escribir artículos. En realidad el libro es una compilación de los trabajos de algunos colegas que convoqué para cubrir historias que yo no había escrito, más las notas que publiqué en el diario de las Madres y en La Voz del Interior, un diario de Córdoba donde trabajé como corresponsal durante diez años”.

Creo que si el libro tiene algún valor es el de reunir a todas estas historias de deportistas desaparecidos y a las de los represores, el reverso de la moneda, que tuvieron que ver con el deporte”.

Entonces señaló que la síntesis fotográfica que se exhibe en el mismo Instituto sobre lo sucedido en el ámbito deportivo, coincide con el planteo del libro, ya que de una lado aparecen las caras de los compañeros desaparecidos y en el reverso las de los represores, secuestradores y asesinos, que los secuestraron y asesinaron por ser militantes políticos o por participar en organizaciones político-militares de izquierda, en Montoneros, en la Juventud Peronista o en otros grupos.

Allí están todas las historias reunidas, que le dieron (a la segunda edición del libro) una fuerza inusitada, muy distinta a la anterior, la de 2006”.

Me acuerdo que una de las primeras notas que escribí sobre este tema trató sobre Suárez Mason, el genocida represor ya muerto, que era socio honorario de Argentinos Juniors. Cuando me enteré de eso, de que le estaban concediendo un honor a un tipo así, me dije que tenía que escribir al respecto. Entonces publiqué una nota titulada algo así como “Un pajarito en el fútbola la que le siguieron otras.  Me siento gratificado porque los dirigentes de ese momento lo expulsaran, le sacaran esa condición de socio honorario”.

Según cree Veiga, esa nota puede haber sido la que inició la serie seguida por muchas otras vinculadas a las violaciones de los derechos humanos, en las que abordó el papel de la dictadura durante el Mundial ´78 y el rol de los deportistas, víctimas de un lado y represores del otro, una lista que abarca las más variadas disciplinas y que incluye a individuos como el represor Juan de la Cruz Cairus, que jugó en Atlanta y aún niega haber servido a los Blaquier del Ingenio Ledesma, a pesar de que Olga y Ricardo Aredes, esposa e hijo del que fuera Intendente de Libertador General San Martín, localidad jujeña vecina al ingenio Ledesma, lo reconocieron como uno de los desaparecedores del que fuera su esposo y su padre respectivamente. Una lista en la que está incluído el Coronel Naldo Daso, ahora procesado por causas de lesa humanidad.

Gustavo Veiga forma parte de una familia de periodistas, en la cual la política, tanto de izquierda como de derecha, siempre estuvo presente. El golpe de 1976 lo encontró con dieciocho años cumplidos y aún cursando la secundaria. Esas marcas, a nivel familiar y político, de algún modo fueron modelando su trayectoria periodística.

Por eso, “digo saber de dónde vengo —señala —para saber hacia dónde voy y más allá de este libro seguiré escribiendo historias de este tipo porque siempre me apasionó la política y me apasionó el deporte. Porque practiqué el deporte, creo que es una herramienta formidable para modelar y manipular conciencias y es indisoluble de la política. Soy de los periodistas que pregonan que el deporte y la política van de la mano. Acá se habló mucho del Mundial ´78, que hoy es el eje del libro que nos convoca, pero el fútbol en particular o los juegos olímpicos, que son otra demostración de grandeza o grandilocuencia deportiva, han sido manipulados desde Mussolini para acá. Mussolini, en 1934 saludaba a los deportistas con el saludo fascista, el romano del brazo en alto, el que después copiaron los nazis. Hitler, en los juegos olímpicos de 1936 en Berlín, hizo otro tanto (…) La manipulación del deporte como fenómeno de masas viene desde entonces o quizá desde antes. Los dictadores latinoamericanos hicieron copias más o menos logradas: Videla, Massera y Agosti en el ´78; Pinochet no sólo usó el estadio Nacional como campo de concentración sino que incluso durante algunos encuentros llenó con secuestrados las tribunas. Hay imágenes que lo atestiguan”.

Por último expresó su esperanza de que el libro sirva a la memoria colectiva y señaló que su contenido le pertenece a los familiares, a los compañeros de los desaparecidos, a los que ayudaron a hacerlo y a los colegas que incorporaron sus propias notas, porque sin esa colaboración el trabajo no hubiera sido posible. No es el caso de los represores que figuran en el libro aún a pesar de ellos y para que la gente también conozca sus trayectorias.

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