Ana María Cafarelli—
“El fueye que sonó con pantalones cortos”
“Pichuco”, supuestamente
de la deformación del napolitano “picciuso”, que significa llorón, fue muy
querido por toda la comunidad tanguera y cada momento de su vida fue teñido por
el culto a la amistad.
Su nombre completo era
Aníbal Carmelo Troilo y fue la figura central de la década del 40 y su obra
artística al decir de José Gobello, “no admite discusión”.
Nació el 14 de julio de
1914, en la casa donde para esa fecha vivía la familia, ubicada en la calle
Cabrera 2937, pero más tarde vuelven al
domicilio familiar, en Soler 3280 de la que se habían ido cuando murió su
hermanita de seis meses, a quien no llegó a conocer. Su padre había prometido
que el próximo hijo, después del primogénito Marcos, se llamaría “Aníbal, como su padre y el nono”.
Don Aníbal falleció cuando el niño tenía 8
años. Era carnicero, guitarrero y cantor y le dejó como enseñanza el valor por
la amistad. A veces, con unas copas de más, solía alzar al “gordito” y sacarlo
por la ventana diciendo: “¡este es mi
hijo!”… “como clavando un estandarte
en el corazón de los porteños”, al decir de Otero.
Al año de la desaparición
de su padre, su madre lo llevó a un picnic, en unos terrenos junto al río, al
costado de donde hoy se levanta la cancha de River; allí vio tocar a unos
bandoneonistas que lo encandilaron. Al día siguiente llevó unas flores caseras
a la tumba de su padre. Fue entonces que comenzó su sueño por tocar ese
instrumento y simulaba hacerlo con un almohadón de plumas durante horas.
Su madre, Felisa vislumbra
que su hijo no iba a dedicarse a otra cosa y, junto con el tío de Aníbal,
deciden comprarle un bandoneón. Para eso se contactan con “un ruso” de la calle Córdoba y lo compran en doce cuotas, de las
cuales sólo pagaron dos, porque ese hombre dejó de pasar a cobrar el resto y no
se supo más nada de él. Su madre significaría para él esa “saca” —como solía decir —de corazón grande, esperándolo con un
plato servido, el mate y su cariño lleno de ternura. Fue también la que
posteriormente comprendería sus “excesos” de copas y escolazo después de la, música,
que lo hacían volver al hogar de Palermo. Cuando Felisa muere, lagrimeando una
y otra vez, confesó que fue el día más triste de su vida.
Pichuco, tomó clases con
Juan Amendolaro durante seis meses, pero como empezaron a quedarle cortos los
conocimientos que recibía, se largó a sus prácticas día a día hasta que estableció
una unión indestructible con el fueye . El primer tango entero que tocó fue
“Boedo” de De Caro. Su debut oficial fue en el café Ferraro de Pueyrredón y
Córdoba, cuando tenía sólo trece años, con pantalones cortos y medias largas, como
parte de una orquesta de señoritas, junto a tres mujeres. De allí saltó a la
orquesta de Eduardo Ferri. Luego pasó por las de Juan Maglio Pacho , Vardaro-Pugliese, Julio De Caro,
Alfredo Attadía, otra vez Vardaro, Ángel D`Agostino, acompañó al trío Irsuta-Fugazot-Demare junto a Héctor Varela y Alfredo Gobbi; otra
vez Ferri, D´Arienzo, la RCA Víctor, Ciriaco Ortiz y, en los carnavales del 37,
con Juan Carlos Cobián. Así comenzó su carrera artística. y A esta altura,
ya su virtuosismo con el fueye ya era
indiscutible.
Admiraba a Pedro Mafia y a
Pedro Laurenz —“los fueyes más grandes de la historia” —decía. Sintió un fervor
incondicional por Carlos Di Sarli, por esa homogénea estructura instrumental de
la orquesta y la mano izquierda en el piano. Cuando Di Sarli quiso llevarlo a
su conjunto, le manifiestó: “hacés muchos firuletes”, justamente fue lo que
caracterizó el estilo estético de Troilo.
A los 23 años, el 1º de
julio de 1937, debutó con su propia orquesta en cabaret Marabú de la calle
Maipú, entre Corrientes y Sarmiento. Con esta formación, inició un rumbo en el
tango, en particular con los fueyes: Toto Rodríguez, Yanitelli y Troilo;
violines: Stilman, Nichele y Sapochnik; contrabajo: Fassio; teclado: Goñi y la
voz inconfundible de “Fiore” con
reminiscencias de canzonetta del sur de Italia. Esta orquesta fue una joya para
escuchar y bailar. Las dos primeras grabaciones fueron: “Comme il faut” de
Arolas y “Tinta Verde” de Agustín Bardi.
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Homero Manzi |
Fue el primero que hizo
cantar a Fiorentino, la primera, segunda y tercera parte de la poesía, hasta el
momento las orquestas tenían estribillistas que hacían sólo la segunda parte.
Al contratar a Alberto Marino, estableció la yunta de cantores fijos que apenas
había intentado años atrás Canaro. Además incorporó el violoncelo y la viola
(Alfredo Citro y Simón Zlotnik). Tuvo arregladores como Argentino Galván,
Artola, Piazzolla (revolucionario) y Garello. Pero se dice que fue famosa su
“goma de borrar”, modificando arreglos que a su parecer arruinaban la melodía o
tapaban a los cantores. Su punto final era infaltable y distintivo. Lo llamaban
la orquesta de los cantores, porque los cuidó, los hizo lucir y les dio el
empujón para el posterior lanzamiento como solistas. Ellos aprendieron de él
porque le daba a cada palabra el valor exacto y entonaba con su media voz para
dar el ejemplo. Incluso componía cantando, por eso decían que su bandoneón
“hablaba”. Sus cantores más recordados, entre otros fueron: Fiorentino, Marino,
Floreal Ruiz, Goyeneche, Rivero, Berón,
Casal, Rufino.
Se lo consideró un
adelantado para ubicar a los músicos en la sala. En esa época no existían las
técnicas actuales para examinar las reverberaciones y resonancias en las
paredes. Se utilizaba la intuición para ubicar a los músicos en un estudio de
radio. Troilo, manejaba los espacios artesanalmente, contaba las baldosas y
utilizaba un criterio geométrico a fin de señalar el lugar de los músicos para
que la orquesta sonara adecuadamente.
Estuvo siempre rodeado de intelectuales
y su máxima era: “no se trata de ser poeta sino vivir en estado de poesía”…También
solía decir “no soy músico, soy tanguero…”
Sobre Manzi dijo: “que no
era una persona era un acontecimiento”. La muerte de Homero lo golpeó duro, pero
no lo destruyó y lo homenajeó a su manera con “Responso”.
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