miércoles, 30 de enero de 2013

LA CASA DEL TIO JUAN

Miriam Bigliano--

Esquina-de-Chivilcoy-Ruben-Baima-2008
Es tiempo de vacaciones, tiempo soñado, esperado, bendecido...Es divertido proyectar un lugar nuevo adónde ir, y es maravilloso si eso es posible de concretar. Poder hacer realidad lo que por tiempo es solo fantasía. Y en ese mirar para adelante, con caminos cargados de nuevas experiencias, se me cuelan los recuerdos. Esos recuerdos traviesos que aparecen sin avisar, sin pedir permiso, que estuvieron escondidos vaya a saber dónde...y sin darme cuenta vuelvo a ese lugar y siento aquellos aromas, y veo los mismos colores, y en mi cara, como entonces, se dibuja una sonrisa...

…………….

Era la hora de la siesta, el calor brotaba de las baldosas y la quietud gritaba silenciosa.

Todo parecía teñirse de otros colores. El patio derramaba ocres y naranjas por decisión del sol y las habitaciones que lo cercaban en un rectángulo perfecto, se engamaban con azules y grises… estaban frescas.

Yo salía a la puerta, me sentaba en ese escalón que separaba la vereda del zaguán y contemplaba la calle. Un auto cada tanto rompía la monotonía y distraía un instante al perro, que buscaba desesperadamente un lugar con sombra.

En tanto la imaginación invitaba a jugar a las hojas, que caían desganadas desde el frondoso árbol que cuidaba la puerta.

Yo las juntaba, las elegía, las limpiaba y con ellas podía armar hermosos ramos que un día eran flores, otros delicados tocados de novias, también aparecían estrellas, y corazones enormes que latían enamorados.

Me gustaba encontrar hormigas escondidas entre ellas, y seguirlas en su camino con la mirada.

Un señor en bicicleta pasaba intentando apurar su pedaleo, yo adivinaba su necesidad de llegar.

Amaba ir a la casa del tío Juan, allá en Chivilcoy. Siempre iba en verano, siempre disfrutaba de la siesta. Era un momento solitario y mágico. Era un momento mío en la puerta de esa casa grande, que en su fondo, conectaba con la panadería.

Una panadería de barrio, de un barrio de pueblo, de un pueblo con historia, de una historia familiar.

Era el aroma que salía de ella lo que me despertaba todas las mañanas, un aroma a levadura dulce, a tortitas negras, a medialunas gorditas y brillantes. Se colaba por las banderolas y se iba apoderando de mi sueño. Era lindo abrir los ojos y sentir que me envolvía ese olor, ese perfume a sabrosura.

Hace tanto tiempo…seguramente ya no exista la panadería, ni la casa del tío Juan siga teniendo ese patio amable para el descanso. Ya ese pueblo ha dejado de serlo.

Pero esas imágenes y esos dulces aromas siguen impregnando mi niñez escondida, y esa casa, esa calle y esa esquina seguirán escribiendo historias, mis historias compartidas…

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