Mauricio Epsztejn—
Los dos años de gobierno macrista ya permiten confrontar los
hechos con las promesas preelectorales de 2015, una nube de globos amarillos
que le permitieron encaramarse en la presidencia de la nación por una
diferencia mínima, promesas que Macri resumía en tres ejes: pobreza cero, lucha
contra el narcotráfico y unir a los argentinos. Y esa comparación, que no
resiste la menor prueba de los hechos, es independiente de las explicaciones
que se le puedan encontrar a los resultados electorales obtenidos por la
alianza gobernante en octubre último.
Lo que sí hizo, aunque no lo anunció, pero fue bandera de sus
“republicanos” adláteres, como la doctora Carrió, fue degradar las
instituciones de la República hasta una zona de alto riesgo, con persecución y
cárcel para los opositores, represión de las protestas a balazos de goma y más letales,
junto a gases y garrotes a granel, que ya se cobraron dos muertos en la
Patagonia y numerosos heridos en el resto del país, procedimientos que incluyen
la extorsión o directa mordaza a la prensa que no se le subordina. Además, la
insensibilidad, la mentira y el ocultamiento de información mostrados por el
gobierno ante el dolor y los reclamos de los familiares sobre la suerte de los
44 tripulantes del desaparecido submarino ARA San Juan, lo terminan de pintar
de cuerpo entero.
El andamiaje instrumental que respalda la política del
bloque económico y político dominante lo completa la gran prensa hegemónica que
le aporta una coherente construcción ideológica y un eficaz aparato de
propaganda sustentado en desinformación y mentiras, al que en combo se suma la
pata jurídica encabezada por el comité político-partidario de Cambiemos donde
militan varios jueces cuyos despachos funcionan en los tribunales federales de
Comodoro Py a través de los cuales intentan darle un barniz jurídico al embate
derechista que rezuma revanchismo oligárquico y odio ancestral de clase.
El punto de inflexión
que asoma
Sin embargo, si hasta ahora la política de Cambiemos pudo llegar
hasta donde lo hizo, se debe más al desconcierto de una oposición política todavía
carente de rumbo, que a los méritos propios o a la cooptación de personajes provenientes
de otros espacios cuyas veleidades y mezquindades nos remontan a la famosa
Banelco delarruista, aunque todavía no se conozca a cuánto se están cotizando tales
individuos o grupos.
Sin embargo, al momento de escribir esta nota, el gobierno
de Cambiemos viene de sufrir la primera derrota de su ofensiva salvaje por lograr
que el Congreso le apruebe de apuro el paquete de leyes dudosamente
constitucionales, con las que pretende darle un tiro en la frente al conjunto
del sistema previsional vigente y a lo más avanzado de la legislación laboral
que en Argentina se logró conformar durante los últimos 70 años; a eso se le
suma una reforma impositiva que sólo beneficiará al gran capital transnacional
y a las exigencias del Fondo Monetario Internacional, colocado nuevamente al
mando de la economía y del país. Tras ese objetivo, Cambiemos no trepida en
violentar groseramente la Constitución y volver a mentirle a los argentinos para
conseguir que en las recientes elecciones un sector no desdeñable le votara sus
candidatos.
Aún así, hace pocos días la acción popular le aplicó un
brusco freno al proyecto oficialista, aunque todavía cabe esperar la
reiteración del intento porque es difícil pensar que tan pronto se de por
vencido sin lanzar otro embate. Al contrario, lo más probable es que después del
fracaso inicial reorganice sus fuerzas y vuelva a acometer sobre el mismo
objetivo con un doble propósito: por un lado resolver lo concerniente al cierre
de su plan económico, pero por el otro lograr algo más profundo cual es el de dar
un duro escarmiento ejemplificador a los levantiscos que se le han atrevido.
Sin embargo, una mirada serena sobre lo que sucedió hace un par de días nos
indica que sobre el país empiezan a soplar nuevos aires, opuestos a los que
ambiciona la derecha y que no se originaron en conciliábulos secretos de
minorías sino al calor de una naciente democracia plebeya que, a partir de
movilizarse activa y creativamente, va empezando a imponer su sello en las
calles y plazas, teatro donde, en última instancia, se prueban, se templan, se pulen
y se consolidan o reemplazan antiguos o nuevos liderazgos.
Proyecto y
organización acordes
Como consecuencia de tal movilización se va empezando a escribir
la plataforma mínima de reivindicaciones que deberá sostener el frente político
y social alternativo, todavía en gérmen y la correspondiente construcción
política para los desafíos de la próxima etapa y que seguramente será más democrática
y participativa, como las tareas a resolver lo exigen, porque la sociedad
activa y movilizada ya no soporta el verticalismo tradicional, mesiánico y obsoleto,
funcional a los sectores del privilegio, que ni el propio Perón reivindicó cuando
regresó al país después de la proscripción y el exilio, cuando acuñó la frase
de que “sólo la organización vence al tiempo” y con esa consigna exhortó a sus seguidores
y al campo nacional y popular a construirla como sostén de un proyecto político,
una tarea todavía pendiente, porque nadie puede imaginar tal objetivo
transformador sin una construcción orgánica capaz de llevarlo a la victoria, sostenerlo
y defenderlo. Proyecto y organización son dos aspectos de una misma cuestión, no
suplibles por un listado de consignas y un manejo propagandístico pensados para
encarar sólo la urgencia de un momento electoral.
A esta altura no quedan dudas que el arribo de Cambiemos al
frente del estado representa mucho más que un simple recambio de equipos en la cúpula
del poder. Por el contrario, es el intento más inteligente, audaz e
inescrupuloso ideado por la derecha local y mundial para rediseñar el país en
función de los intereses del capital financiero globalizado, donde a la
Argentina le han asignado un rol específico en la división internacional del
trabajo por ellos dirigida. En consecuencia, ese proyecto dominante sólo puede
ser reemplazado por otro, en favor de las mayorías, si el mismo existe más allá
de una entelequia y si se articula con las fuerzas similares de la región en busca
de movilizar a la sociedad en pos de alcanzarlo. La ancestral experiencia de
que es necesario contar con la díada que entrelaza proyecto político y
construcción orgánica se da en un proceso dinámico de acción y reflexión que, a
dos años de macrismo explícito, pareciera que el movimiento popular va
empezando a tomarle el pulso y a dar fuertes señales que la etapa del duelo y
los lamentos se va alejando del centro de la escena para dar paso a los
protagonistas centrales de la vigorosa etapa que se avecina y que
obligatoriamente no se podrá desarrollar y sostener si no se plantea derrumbar
los soportes de la vieja estructura y levantar nuevos.
En consecuencia, si la constitución de 1853 y sus
posteriores reformas sellaron con fuerza jurídica el poder que las clases
dominantes ya detentaban, de las recurrentes crisis que el país viene
soportando sólo tendrán una salida estable en favor de las mayorías y del país
en su conjunto, si se producen las transformaciones que amplíen a fondo la
democracia real, tanto en lo económico, como en lo político, lo institucional y
lo jurídico, pero que sobre todo tenga claro que para darle firme sustento a tales
objetivos hay que reemplazar la hegemónica ideología dominante basada en el
individualismo egoísta y la simple búsqueda del lucro, por otra en la cual cada
individuo se sienta parte de un colectivo solidario, donde el bienestar y la
seguridad de cada uno esté indisolublemente vinculada a la del conjunto. Es una
gigantesca tarea que llevará tiempo, pero que es necesario encarar porque allí residió
la causa básica de la derrota sufrida por el movimiento popular en Argentina y
en otros países de la región, incluido el muy fresco de Chile. Por eso no tiene
sentido dedicarse a buscar inexistentes atajos que suplan esa tarea. A esta
altura de la civilización, es evidente que con cataplasmas y gualichos que
repiten fórmulas perimidas no se remedian las calamidades sociales, ni se preparan
las fuerzas necesarias para alcanzar una sociedad más justa, que luego deberá
ser sostenida y defendida.
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