lunes, 18 de diciembre de 2017

Dos años de gobierno macrista

Mauricio Epsztejn—
Los dos años de gobierno macrista ya permiten confrontar los hechos con las promesas preelectorales de 2015, una nube de globos amarillos que le permitieron encaramarse en la presidencia de la nación por una diferencia mínima, promesas que Macri resumía en tres ejes: pobreza cero, lucha contra el narcotráfico y unir a los argentinos. Y esa comparación, que no resiste la menor prueba de los hechos, es independiente de las explicaciones que se le puedan encontrar a los resultados electorales obtenidos por la alianza gobernante en octubre último.
Lo que sí hizo, aunque no lo anunció, pero fue bandera de sus “republicanos” adláteres, como la doctora Carrió, fue degradar las instituciones de la República hasta una zona de alto riesgo, con persecución y cárcel para los opositores, represión de las protestas a balazos de goma y más letales, junto a gases y garrotes a granel, que ya se cobraron dos muertos en la Patagonia y numerosos heridos en el resto del país, procedimientos que incluyen la extorsión o directa mordaza a la prensa que no se le subordina. Además, la insensibilidad, la mentira y el ocultamiento de información mostrados por el gobierno ante el dolor y los reclamos de los familiares sobre la suerte de los 44 tripulantes del desaparecido submarino ARA San Juan, lo terminan de pintar de cuerpo entero.
El andamiaje instrumental que respalda la política del bloque económico y político dominante lo completa la gran prensa hegemónica que le aporta una coherente construcción ideológica y un eficaz aparato de propaganda sustentado en desinformación y mentiras, al que en combo se suma la pata jurídica encabezada por el comité político-partidario de Cambiemos donde militan varios jueces cuyos despachos funcionan en los tribunales federales de Comodoro Py a través de los cuales intentan darle un barniz jurídico al embate derechista que rezuma revanchismo oligárquico y odio ancestral de clase.
El punto de inflexión que asoma
Sin embargo, si hasta ahora la política de Cambiemos pudo llegar hasta donde lo hizo, se debe más al desconcierto de una oposición política todavía carente de rumbo, que a los méritos propios o a la cooptación de personajes provenientes de otros espacios cuyas veleidades y mezquindades nos remontan a la famosa Banelco delarruista, aunque todavía no se conozca a cuánto se están cotizando tales individuos o grupos.
Sin embargo, al momento de escribir esta nota, el gobierno de Cambiemos viene de sufrir la primera derrota de su ofensiva salvaje por lograr que el Congreso le apruebe de apuro el paquete de leyes dudosamente constitucionales, con las que pretende darle un tiro en la frente al conjunto del sistema previsional vigente y a lo más avanzado de la legislación laboral que en Argentina se logró conformar durante los últimos 70 años; a eso se le suma una reforma impositiva que sólo beneficiará al gran capital transnacional y a las exigencias del Fondo Monetario Internacional, colocado nuevamente al mando de la economía y del país. Tras ese objetivo, Cambiemos no trepida en violentar groseramente la Constitución y volver a mentirle a los argentinos para conseguir que en las recientes elecciones un sector no desdeñable le votara sus candidatos.
Aún así, hace pocos días la acción popular le aplicó un brusco freno al proyecto oficialista, aunque todavía cabe esperar la reiteración del intento porque es difícil pensar que tan pronto se de por vencido sin lanzar otro embate. Al contrario, lo más probable es que después del fracaso inicial reorganice sus fuerzas y vuelva a acometer sobre el mismo objetivo con un doble propósito: por un lado resolver lo concerniente al cierre de su plan económico, pero por el otro lograr algo más profundo cual es el de dar un duro escarmiento ejemplificador a los levantiscos que se le han atrevido. Sin embargo, una mirada serena sobre lo que sucedió hace un par de días nos indica que sobre el país empiezan a soplar nuevos aires, opuestos a los que ambiciona la derecha y que no se originaron en conciliábulos secretos de minorías sino al calor de una naciente democracia plebeya que, a partir de movilizarse activa y creativamente, va empezando a imponer su sello en las calles y plazas, teatro donde, en última instancia, se prueban, se templan, se pulen y se consolidan o reemplazan antiguos o nuevos liderazgos.
Proyecto y organización acordes
Como consecuencia de tal movilización se va empezando a escribir la plataforma mínima de reivindicaciones que deberá sostener el frente político y social alternativo, todavía en gérmen y la correspondiente construcción política para los desafíos de la próxima etapa y que seguramente será más democrática y participativa, como las tareas a resolver lo exigen, porque la sociedad activa y movilizada ya no soporta el verticalismo tradicional, mesiánico y obsoleto, funcional a los sectores del privilegio, que ni el propio Perón reivindicó cuando regresó al país después de la proscripción y el exilio, cuando acuñó la frase de que “sólo la organización vence al tiempo” y con esa consigna exhortó a sus seguidores y al campo nacional y popular a construirla como sostén de un proyecto político, una tarea todavía pendiente, porque nadie puede imaginar tal objetivo transformador sin una construcción orgánica capaz de llevarlo a la victoria, sostenerlo y defenderlo. Proyecto y organización son dos aspectos de una misma cuestión, no suplibles por un listado de consignas y un manejo propagandístico pensados para encarar sólo la urgencia de un momento electoral.
A esta altura no quedan dudas que el arribo de Cambiemos al frente del estado representa mucho más que un simple recambio de equipos en la cúpula del poder. Por el contrario, es el intento más inteligente, audaz e inescrupuloso ideado por la derecha local y mundial para rediseñar el país en función de los intereses del capital financiero globalizado, donde a la Argentina le han asignado un rol específico en la división internacional del trabajo por ellos dirigida. En consecuencia, ese proyecto dominante sólo puede ser reemplazado por otro, en favor de las mayorías, si el mismo existe más allá de una entelequia y si se articula con las fuerzas similares de la región en busca de movilizar a la sociedad en pos de alcanzarlo. La ancestral experiencia de que es necesario contar con la díada que entrelaza proyecto político y construcción orgánica se da en un proceso dinámico de acción y reflexión que, a dos años de macrismo explícito, pareciera que el movimiento popular va empezando a tomarle el pulso y a dar fuertes señales que la etapa del duelo y los lamentos se va alejando del centro de la escena para dar paso a los protagonistas centrales de la vigorosa etapa que se avecina y que obligatoriamente no se podrá desarrollar y sostener si no se plantea derrumbar los soportes de la vieja estructura y levantar nuevos.
En consecuencia, si la constitución de 1853 y sus posteriores reformas sellaron con fuerza jurídica el poder que las clases dominantes ya detentaban, de las recurrentes crisis que el país viene soportando sólo tendrán una salida estable en favor de las mayorías y del país en su conjunto, si se producen las transformaciones que amplíen a fondo la democracia real, tanto en lo económico, como en lo político, lo institucional y lo jurídico, pero que sobre todo tenga claro que para darle firme sustento a tales objetivos hay que reemplazar la hegemónica ideología dominante basada en el individualismo egoísta y la simple búsqueda del lucro, por otra en la cual cada individuo se sienta parte de un colectivo solidario, donde el bienestar y la seguridad de cada uno esté indisolublemente vinculada a la del conjunto. Es una gigantesca tarea que llevará tiempo, pero que es necesario encarar porque allí residió la causa básica de la derrota sufrida por el movimiento popular en Argentina y en otros países de la región, incluido el muy fresco de Chile. Por eso no tiene sentido dedicarse a buscar inexistentes atajos que suplan esa tarea. A esta altura de la civilización, es evidente que con cataplasmas y gualichos que repiten fórmulas perimidas no se remedian las calamidades sociales, ni se preparan las fuerzas necesarias para alcanzar una sociedad más justa, que luego deberá ser sostenida y defendida.   

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