sábado, 31 de diciembre de 2016

Los desafíos para 2017

Mauricio Epsztejn—
El primer año del gobierno macrista de Cambiemos cerró con presos políticos, como Milagro Sala y sus compañeros en Jujuy, a lo que se suma la violación de los compromisos del Estado argentino con el sistema jurídico internacional, las balas de goma contra los inundados de Pergamino y los que protestaban por los despidos en el sector público en Villa Traful, más la redoblada persecución mediática y del Partido Judicial contra Cristina Fernández de Kirchner y otros integrantes de su gobierno. Todo en medio de una crisis del “mejor gabinete en 50 años” (Macri dixit) y de una exigencia del presidente por mayor ajuste.
Por eso vale echar una mirada sobre algunos aspectos que representó el resultado electoral de hace poco más de un año tanto para la Alianza gobernante como para el resto de la sociedad la experiencia novedosa, desconocida hasta ese momento por estas pampas, de una fuerza homogénea y abiertamente de derecha que llega al gobierno aupado por el voto popular y que, a pesar de ser minoría en el Congreso, se las arregló para construir mayorías contingentes que le permitieron hacer pasar sus principales proyectos económicos, políticos e institucionales, incluso los más groseros, como nombrar jueces supremos por decreto, intentando introducirlos al máximo tribunal por la ventana, en abierta violación de la Constitución, iniciativa que al final el Senado convalidó. Y ese paquete inaugural lo logró con el apoyo de gran parte de la oposición en nombre de la gobernabilidad, argumento que le fue funcional al oficialismo en ambas Cámaras para aprobar la rendición incondicional ante los fondos buitres, el inicio de un nuevo ciclo de endeudamiento, un presupuesto de ajuste, el blanqueo de fondos mal habidos (incluidos los del posterior decreto a favor de los familiares de funcionarios) y otras lindezas por el estilo.
A su vez, aunque el movimiento popular empezó a resistir, aún sus luchas son bastante aisladas entre sí y sin claras referencias políticas o con vacilaciones, agachadas o simples claudicaciones de actores importantes que no respaldaron con hechos las declaraciones altisonantes contra el deterioro creciente de las condiciones de vida como el tarifazo en los servicios públicos, los despidos masivos de trabajadores estatales y privados, la pérdida del poder adquisitivo salarial, la crisis de las economías regionales y la política económica que destruye el aparato productivo nacional, castigando sobre todo a los más humildes. La debilidad de estas respuestas todavía se debe a que la mayoría se da cuando sus efectos se hacen patentes y casi irreversibles para los directamente perjudicados. Es decir que son luchas sectoriales, descoordinadas entre sí, frente a un oficialismo que actúa homogéneamente, siguiendo un plan sistemático encaminado a rediseñar el país en favor del gran capital financiero internacional, cuya expresión local es el macrismo y sus aliados de Cambiemos. Por eso, si bien la resistencia logró morigerar el efecto de algunas medidas gubernamentales, las luchas siguen librándose en condiciones desventajosas, lo que se agrava por la dispersión de la oposición real, sumada a la confusión que introduce una dirigencia opo-oficialista que, con el argumento de la gobernabilidad, acompañó las peores medidas y políticas del gobierno. Un caso paradigmático es la actuación de esa dirigencia en Jujuy donde el gobernador radical Gerardo Morales y su vice, el massista Carlos Haquim, comparten y apoyan la orientación del gobierno nacional mientras mantienen ilegalmente presa a Milagro Sala y sus compañeros, sin que ni de casualidad a Sergio Massa se le caiga una palabra de repudio y el justicialismo provincial de Eduardo Fellner brilla por su ausencia.

Acerca de la gobernabilidad

Gobernabilidad es una palabra que no casualmente se empezó a reiterar en los informes del Banco Mundial. Básicamente expresa la preocupación del mundo de las finanzas sobre la capacidad de los gobiernos para aplicar las políticas que ese organismo respalda.
Por definición, el conflicto es inherente a las sociedades democráticas. Sin embargo, la experiencia mundial demuestra que cuanto más igualitarias son, la resolución de los mismos se torna más sencilla, menos áspera.
En consecuencia, la gobernabilidad  no depende de acuerdos entre cúpulas o pactos más o menos sanos o espurios, sino del nivel de desigualdad causante de los conflictos sociales. Eso significa que la gobernabilidad y la igualdad van de la mano y que una sociedad sometida, engañada o amedrentada puede ocultar los conflictos, pero a la larga estallan y rompen las barreras con una violencia directamente proporcional al nivel de desengaño o represión sufrido.
Entonces hoy en Argentina hay numerosas personas que se preguntan por qué Sergio Massa, que aspira a ser presidente, hace un uso tan frecuente de tal argumento y se proclama garante de la misma, cuando eso hoy significa convalidar el injusto statu quo de los poderosos de siempre. Se supone que él debería saber que la verdadera gobernabilidad se logra si el Estado promueve la justicia social y no cuando profundiza las desigualdades, y que el responsable de su avance en una u otra dirección es el gobierno de turno con sus políticas, no las mayorías que sufren las consecuencias en la caída de su nivel de vida. Ante un oficialismo que impulsa la concentración de la riqueza en el polo de las minorías y excluye al resto, las fuerzas políticas y sociales que dicen estar del lado popular, incluida la conducción de la CGT, no tienen derecho a consentirlo con su pasividad, porque mientras hablan de gobernabilidad y diálogo, la brecha real entre ganadores y perdedores del modelo macrista se profundiza a diario. Entonces deberían tomar partido y jugarse, no sólo registrar el deterioro de la situación, mientras el otro polo sigue engrosando sus arcas. Porque si el famoso diálogo sólo es un amable intercambio de opiniones que termina con un obsceno brindis de fin de año, convalida la multimillonaria transferencia de riquezas desde los pobres hacia los ricos.

Los desafíos que enfrenta el campo popular en 2017

No es necesario ser politólogo para saber que el destino de un país se juega en la política. Sin embargo, como hay un sector que no comparte este criterio, está desinformado o no está suficientemente atento a los entreveros de la política, usaremos este apartado para indagar un poco en su seno.
Una de las fracciones que integran este espacio lo componen individuos que cree que su futuro depende del esfuerzo personal y que si uno quiere, puede, porque si trabaja duro le irá bien y si le va mal es por vago o inútil. Son los que afirman “yo no me meto en política, porque la política no me da de comer y si no trabajo no como”. Es decir, conciben que es un asunto privado, sin relación con el contexto en que viven. Se trata de un sector numeroso, que atraviesa todas las clases sociales, donde la derecha recoge buena parte de sus adeptos y en la cual abreva la xenofobia y el racismo cuando las políticas conservadoras producen estragos. A ese sector apuntan en buena medida políticos como Miguel Pichetto, todavía presidente de la bancada senatorial del Frente para la Victoria. A tales o parecidos personajes, pero de igual calaña aunque lo disimulen mejor, es a los que busca cooptar la Alianza Cambiemos cuando, con la vista puesta en las próximas elecciones, les habla Rogelio Frigerio –el actual Ministro del Interior y posiblemente el político más sagaz del gabinete–, cuando se refiere a ampliar su base parlamentaria de sustentación, tanto nacional como provincial para profundizar la política de Cambiemos.
Tal es el objetivo derechista de mínima para 2017.
En la sociedad también existe otro sector sobre el que –a los efectos de esta nota nos interesa que el lector presta atención porque hasta puede involucrarlo–, es el que se ilusionó con la idea de que la no conflictividad agitada por Massa es posible en una sociedad tan desigual e injusta, o la marketinera del cambio y del show carnavalesco porque, entre otros motivos, posiblemente el kirchnerismo no lo supo o pudo interpretar y contener, impulsando las transformaciones que satisficieran las nuevas demandas de una comunidad que había cambiado, producto de la movilidad social ascendente por él mismo promovida durante sus doce años de gobierno, por lo que en las últimas elecciones le dio la espalda y votó a Massa o Macri. A este sector, la cruda realidad lo va poniendo en órbita cuando enfrenta las góndolas del súper y lo enceguecen los precios “sincerados”, lo horrorizan las facturas de los servicios públicos, las cuotas crecientes de la escuela privada donde manda a sus hijos o lo que le anuncia por carta la prepaga. Allí se empieza a preocupar por algo que antes no tenía en cuenta: su estabilidad laboral, la capacidad de compra que conserva su salario o la jubilación de sus viejos y otras cuestiones por el estilo, menos etéreas que “la revolución de la alegría”, los globos amarillos y los fantasmales segundos semestres.
Entonces mira en derredor en busca de que lo orienten quienes hasta hace poco más de un año aparecían como los representantes del proyecto al que dejó de lado y se encuentra con un desparramo difícil de entender, salvo que se admita que tal realidad ya estaba en germen y la derrota sólo fue su disparador.

Incógnitas

Evidentemente, en el Frente para la Victoria y en el peronismo en particular, la principal discusión no pasa por dirimir liderazgos, algo que se resuelve con una elección interna, sino por cuestiones más profundas, programáticas y de construcción política, dos aspectos de una misma cuestión, que si no se abordan y resuelven bien y lo más rápido posible, pueden transformarse en su principal debilidad a favor de Cambiemos.
En cuanto a lo programático, si bien desde las limitaciones que imponen estas páginas sólo es posible pensar en algunos ejes principales, quien esto escribe cree que entre ellos está la necesidad de explicitar el país que queremos, el rol que le cabe al Estado en ese proyecto y el tipo de Estado que se le corresponda, porque está claro que el actual no es apto para las transformaciones que la ampliación de la democracia requiere en todas sus estructuras, haciéndolas más participativas y no sólo delegativas, es decir, que contemple el papel que le cabe a la sociedad civil en esa nueva organización del país, social y estatal.
Si el campo nacional y popular logra a tiempo en Argentina recomponer su unidad en un escalón superior al que traía antes de la derrota, puede contribuir a frenar, como actor de primer orden, y revertir a nivel continental el embate conservador (las primeras noticias que al cierre de esta edición se conocieron sobre las resoluciones del congreso del justicialismo bonaerense y la innegable influencia que las mismas pueden tener sobre el tablero nacional, abren una ventana de prudente optimismo)

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