sábado, 30 de abril de 2016

“Buenos y malos”, de Rubén Darío: o las alas de la poesía en una escuela

Mario Méndez—
La maestra suplente
En el ciclo de encuentros organizado por Patricio Zunini, de y en Eterna Cadencia, hace unas semanas nos juntamos a charlar acerca de libros y lecturas con las amigas Sandra Comino y Paula Bombara, “moderados” por Larisa Chausovsky: es decir, que Larisa, con su gracia habitual, nos dio los pies para ir desarrollando la conversa.
No diré mucho de la charla, porque pronto será desgrabada y subida al sitio de Eterna (y, ay, vaya a saber lo que uno dice al calor de la conversación y el intercambio). Pero sí quiero decir que me quedé con las ganas de compartir una poesía, que amenacé en un momento con leer, y al final me olvidé. Una poesía que venía a cuento de uno de los ejes de la conversación: los libros alados, metáfora por aquellos libros que nos hicieron volar, que nos metieron en la literatura, en la lectura y en la escritura. O, como muy lindamente dijo Sandra, los libros anclados, aquellos que se nos quedaron dentro del pecho.
En un momento, cuando hablábamos de esos libros que se nos hicieron carne, de la niñez y de la escuela como la gran ocasión (Graciela Montes dixit), yo recordé una anécdota de mi séptimo grado, en una escuela de Temperley, en 1978. Había llegado una maestra suplente, joven y linda como suelen ser las suplentes, de la que muchos nos enamoramos, también como suele pasar.
La maestra, y lamento mucho no recordar su nombre, nos propuso que lleváramos al aula, una cada uno, una poesía para compartir. ¿¡Una poesía?! Yo jamás había leído ninguna, salvo alguito de María Elena Walsh, una vez que en cuarto grado copiamos del pizarrón la “Canción de tomar el té”, y creo que casi nada más. Leía, sí, historietas y cuentos, pero nunca poesía. Así que, como a esta linda maestra había que cumplirle, busqué en la biblioteca de Mary, la señora de mi viejo, mi segunda mamá, a ver qué tenía. Y me encontré con un libro de tapas duras, de papel de arroz, muy bello: eran las poesías completas de Rubén Darío. Yo no sabía quién era ese señor con nombre de galán de teleteatro, pero me puse a hojear. Y mi suerte quiso que me encontrara con “Buenos y malos”. Me la aprendí de memoria, y la recité al otro día. Me llevé de premio las palabras de la señorita: “vos vas a ser poeta”, me dijo, y su presentimiento, que esa mañana me infló el pecho y me coloreó los cachetes, anduvo cerca. No lo soy, pero escribo. Y en parte se lo debo a ella y a su original, poético pedido.
Les comparto entonces “Buenos y malos”, del gran Rubén Darío. Ya no la recuerdo de memoria, pero todavía puedo recitar algunas partes, sobre todo el contundente final, que de vez en cuando repito, con muchísimo cariño y algo de nostalgia.

Buenos y malos

Rubén Darío


¡Alto los viajeros!... ¡Presto
La vida o todo el dinero!
Un trabucazo al primero
Que haga una amenaza, un gesto.

Inútil es todo afán…
¡Vamos! El dinero, amigos.
Pero, calle, son mendigos.
Son mendigos, van a San..

Idos con vuestros regalos,
Pues, señores, pordioseros.
Y decían los viajeros:
-¡Qué buenos que son los malos!

               ***
Mataron al pobre Juan…
-¡Qué desgracia, Don Simón!
-¿Quién lo mató? –El santurrón
Y místico de Beltrán.

Lástima grande, ¡oh dolor!
Que bien Beltrán se portaba
Confesaba y comulgaba
Cada domingo, señor.

Y de sentimientos llenos,
Suspiraban y gemían
Y uno a otro se decían:
-¡Qué malos que son los buenos!

                    ***
Lectores: por Dios o a palos
Os convenceréis al menos
Que son muy malos los buenos…,

Que son muy buenos los malos…

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