Mauricio Epsztejn—
En menos de un mes y medio hubo tres multitudinarias
movilizaciones populares que inutilizaron las mesas de arena sobre las que venía
diseñando sus estrategias el conjunto de asesores oficialista. Supusieron que
los éxitos obtenidos en su atropellada inicial sobre derechos adquiridos sería perdurable
ante una dirigencia opositora dispersa, confundida, extorsionada, cooptada por
diversos medios o simplemente comprada.
Sin embargo, las respuestas asamblearias que al principio
sólo convocó en varias plazas a los sectores afines al kirchnerismo no
encuadrados en sus estructuras más cerradas, personas que necesitaban
reconocerse entre si y darse aliento viendo que no eran pocos, se hizo conocido
en las redes sociales como los de “Resistir con aguante” a cuyo llamado empezó
a concurrir cada vez más gente alejada de la militancia, pero con ganas de
participar, de “hacer algo” ante los crecientes atropellos del poder contra los
derechos ciudadanos y las instituciones, actos que fueron sistemáticamente
ignorados por el apagón informativo y el blindaje mediático. Duró lo que la
mayoría de la población suele permitirle como período de gracia a los gobiernos
que son de un signo distinto al anterior. Fue menos que lo habitual porque el
gobierno avanzó brutalmente, con ciego revanchismo gorila sobre los derechos
adquiridos y las condiciones de vida de la gente, mostrando su verdadera imagen
y objetivos.
El sonsonete de la “dura herencia”, que al principio
funcionó, se empezó a desgastar rápido y la primera ocasión en que se expresó masivamente
el creciente fastidio social fue el 24 de marzo, durante la concentración
convocada por los organismos de Derechos Humanos conmemorativa del 40º
aniversario del golpe cívico-militar, la mayor, más unitaria y más diversa en
el reclamo por los derechos avasallado por el gobierno macrista, que se
desarrolló en la Ciudad de Buenos Aires y en otras, a lo largo y ancho del
país.
El segundo hecho trascendente se dio cuando el juez Claudio
Bonadío citó a la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner para el 13 de
abril pasado a una declaración indagatoria, imputándola como miembro de una
asociación ilícita por la venta de dólares a futuro del Banco Central, una
acusación disparatada por donde se la mire, según opinan los principales
juristas nacionales. Como había anticipado, CFK se presentó a declarar y como a
la salida la esperaban decenas de miles de personas que se habían congregado para
respaldarla. Le habló a la multitud que en silencio prestaba atención a sus
palabras esa mañana de un día laborable y bajo un aguacero persistente, sin que
nadie abandonara la calle. Allí la ex presidenta les habló y planteó la
necesidad de conformar un Frente Ciudadano para defender cada una de las
conquistas y derechos adquiridos.
Fue un mensaje que sus seguidores esperaban escuchar directo
de su boca y así lo hizo, no a través de
algunas notas en facebook. En posteriores reuniones con distintos sectores de
la actividad política, social, cultural y hasta eclesiástica, explicó las
razones de su anterior silencio y del regreso a la tribuna. Pero la ocasión se
la debe al involuntario papel que jugó Claudio Bonadío, uno de los famosos
“jueces de la servilleta”, casi a la medida para que los más fervientes
seguidores de Cristina estuvieran tentados de exclamar “¡Gracias Bonadío!”.
Y otra vez ocupó el centro de la escena, porque su aparición
pública sacudió todo el tablero político, incluido el Frente para la Victoria y
el P.J.
El palacio y la calle
Según diversos analistas, si bien en el discurso ante la
multitud refirmó las principales líneas directrices de la política impulsada
desde 2003, al mensaje no le faltaron matices autocríticos respecto a la
política que condujo al FpV a la derrota en las pasadas elecciones. Llamó a los
partidarios a dialogar, a no enojarse ni enrostrarle su proceder a quienes en aquella
oportunidad habían votado distinto. La convocatoria a conformar el Frente
Ciudadano en cada lugar donde la gente sienta que se le haya vulnerado,
conculcado o amenazado un derecho, sin que eso implique un compromiso
electoral, ni asuma una estructura definida, apunta en tal dirección.
Esa actitud también se reflejó, según manifestaron los
participantes de las reuniones que mantuvo durante su permanencia en la ciudad,
en que ella escuchó, preguntó y tomó notas, más de lo que le habló a los
presentes. Sería muy saludable que tal actitud la recoja su militancia y la
aplique creativamente en los ámbitos de su actuación.
Claro que eso implica muchas veces esforzarse por ampliar la
participación, la democracia y la tolerancia en el debate y la toma de
decisiones, limitando el verticalismo no sólo hacia afuera, sino también hacia
el interior de la propia fuerza, un camino recomendable que evita errores o
ayuda a corregirlos más rápido y con el menor costo.
El tercer acontecimiento fue la marcha y concentración
convocada por todo el espectro del sindicalismo organizado, realizada el
reciente 29 de abril, donde los principales reclamos fueron el de parar los
despidos y recuperar lo que los trabajadores perdieron desde que Macri asumió
la presidencia.
La envergadura que alcanzó fue imposible de ignorar por el
gobierno y el ninguneo con que los principales medios que le son afines la
trataron, no hace más que resaltar el impacto real que recibieron bajo la línea
de flotación.
Es imposible desconocer el significado que tiene esta
conjunción de dirigencias con trayectorias y conductas tan dispares para
acordar un pliego de reclamos común. Y si esta situación se alcanzó, el mérito
principal se debe más que a la dirigencia, a los frecuentadores del palacio, al
conjunto de los trabajadores, a su nivel de conciencia y disposición a
enfrentar la política antipopular del gobierno, que puso entre la espada y la
pared a varias conducciones sindicales, que hasta hace muy poco compartían
agasajos con los responsables de las políticas que la concentración y sus
consecuencias cuestionan, es decir, a quienes conviven con la calle y siente su
pulso.
De esto se trata la política reflejada por estos tres
acontecimientos que parecerían desconectados pero que no lo son y que por eso
deberían ir buscando los caminos y mecanismos de la articulación entre los actores
sociales que los componen para ir construyendo una real alternativa de poder que
encabece un bloque popular para impulsar un programa de liberación al servicio
de las mayorías.
Los organismos de Derechos Humanos han ido incorporando,
junto a su reclamo histórico de memoria, verdad y justicia, el de garantizar el
ejercicio de los nuevos derechos formalmente reconocidos. El movimiento
sindical, independientemente de su circunstancial dirigencia, exige participar
en las decisiones del Estado, por ser los trabajadores los principales
constructores de la Nación. A su vez, desde el movimiento nacional y popular deberán
ir surgiendo los liderazgos naturales y las formas de organización que
garanticen ese proceso porque esos no se inventan ni fabrican, sino que surgen
y se construyen.
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