Mauricio Epsztejn—
A menos de un mes de elecciones cruciales, el planteo de que
la disputa es sobre dos proyectos de país adquiere particular relevancia porque
no se trata de una consigna propagandística, sino de un dilema profundo, como
pocas veces letocó enfrentar a los argentinos, en medio de un mundo
particularmente complicado. Es que el tsunami que sufrió el sistema político de
nuestro país en 2001 recién podría encontrar en las próximas elecciones el instrumento
para consolidar el definitivo rumbo iniciado en 2003 o dar un salto atrás en
dirección a profundizar aquella crisis. Por eso es tan polarizado y duro el
debate entre quienes, se resisten a ceder poder sin escatimar recursos ilícitos
y la democracia.
Es que la debacle de 2001 no fue una simple crisis política,
sino la implosión de un sistema político y económico dominante por muchas
décadas, sin que en ese momento la sociedad tuviera a su disposición uno
alternativo con capacidad para reemplazarlo, porque los procesos sociales y sus
instituciones se construyen con el tiempo y en ardua lucha entre intereses
opuestos.
Lo particular de la caída del gobierno de la Alianza fue que
no lo causó una revolución popular, ni un golpe de estado o una derrota electoral,
sino el fracaso al que estaba destinado por su propia inviabilidad de origen,
un rejunte encabezado por lo más conservador del radicalismo, cuyo único fin
era “en contra de…”, aventura a la que se plegó y avaló el FREPASO, en aquel
momento un refugio de buena parte del “progresismo” de las clases medias
urbanas.
Para graficar una semejanza con la actualidad, le
plagiaremos a Marx una de sus frases más conocidas: si al proceso de la Alianza
se lo puede caratular como tragedia, al de “Cambiemos”, le cabe el de farsa.
El tema de la Alianza viene a cuento porque 2001 no sólo
golpeó a aquel gobierno, sino al conjunto de las fuerzas políticas y estructuras
estatales. Hasta ahora, de todas las fuerzas sobrevivientes, pareciera que sólo
el peronismo, en su variante kirchnerista, tuvo la capacidad de regenerarse y dar
los pasos hacia un necesario recambio generacional, con nuevos liderazgos en claro
proceso de consolidación, lo que, ante un conglomerado que sólo piensa en la
contra a cualquier costo, lo coloca como única garantía de gobernabilidad y
estabilidad.
La oposición necesaria
De todos modos, la subsistencia de una oposición
conspirativa, desflecada y obtusa, es otro déficit del sistema democrático, claro
que no atribuible al actual oficialismo nacional, sino a aquellos que traban
cualquier iniciativa kirchnerista, sólo por su origen y su añoranza de un retorno
al pasado que nos arrojó a los quintos infiernos.
Para quienes sólo se llenan la boca hablando de democracia,
vale recordarles algunos de los presupuestos básicos que ella implica: respeto
a la voluntad popular libremente expresada en las urnas; libertad de
pensamiento y expresión; derecho a ser mayoría —que puede ser circunstancial o
no —;a organizarse en partidos políticos que ganan o pierden elecciones, donde
unos pasan a ser oficialistas y los otros opositores; que ser lo último no
significa trabajar a diario para derrocar al gobierno de turno, sino ofrecer
propuestas alternativas puntuales o globales dentro del respeto a las reglas de
juego. Estas consideraciones tan obvias y pueriles, desde hace años no forman
parte de la agenda de las principales fuerzas ajenas al actual oficialismo. Aún
así, la salud institucional de cualquier sociedad democrática necesita de
oficialistas y opositores, donde el rol de cada uno es distinto: el de la
mayoría es gobernar y el del resto, controlar, aportar y acicatear, para evitar
que el ejercicio del gobierno burocratise la gestión, la corrompa y esclerose
el pensamiento creativo tanto en el oficialismo como en su propio seno. Pero cuando
en lugar de respetar el resultado de las urnas la oposición sólo lanza campañas
tendientes a deslegitimar un proceso que contradice sus expectativas, objetivamente
se posiciona en una zona de penumbra que linda con la ilegalidad.
Como desgraciadamente hasta ahora, por fuera del oficialismo
y del kirchnerismo, el panorama es desolador en cuanto a ejercer el rol que le
corresponde, esa tarea también la debe asumir el oficialismo y por eso es
auspicioso que dentro del Frente para la Victoria siga palpitando con energía una
actitud crítica, rebelde y heterodoxa, que sirva para continuar construyendo
sobre lo ya logrado y modificar o corregir lo que haga falta.
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