Osvaldo Riganti—
Se identifica a la derecha con
tendencias propensas al mantenimiento del “status quo”, con las posturas
neoliberales de achicar el estado, desregular la economía, defender el libre
comercio y estimular la avanzada de las multinacionales.
Identificada con posturas reaccionarias,
aparece opuesta al cambio social que beneficie a los desposeídos y buscando
ahogar los reclamos en ese sentido.
“La derecha argentina surgió a la escena
política del siglo XX como una expresión claramente reaccionaria frente a
hechos internacionales como la democracia liberal en Europa y la Revolución
Rusa y nacionales como la sanción de la Ley Sáenz Peña, la llegada al poder del
radicalismo y la organización del movimiento obrero argentino” escribió Felipe
Pigna el 23.12.2007 en “Clarín” en una nota titulada: “Las ideas de la derecha
argentina”.
Las diferencias sociales no forman parte
de sus preocupaciones esenciales. El escamoteo a la voluntad popular signó los
tiempos de apogeo del conservadorismo, cuando se modeló una Argentina deudora y
dependiente.
Las maquinaciones en los colegios
electorales, la intimidación y el fraude, fueron una constante en la Argentina
del siglo XIX y del Centenario. Finalmente Yrigoyen pudo imponer sus banderas
de pureza en el sufragio, que pasó a ser secreto y obligatorio. Así ganó las
elecciones de 1916 y las posteriores, mientras el viejo conservadorismo
sucumbió una y otra vez en las compulsas populares por lo que terminó
instrumentando a las Fuerzas Armadas para voltear gobiernos que alentaban una
concepción nacional y popular. Pero los hechos del ‘30 ahondaron aún más la
crisis de las fuerzas conservadoras, porque las elecciones amañadas que en 1931
convocó el dictador Uriburu en la provincia de Buenos Aires llevado por la
ilusión de que, con su líder preso y sus principales dirigentes detenidos y
perseguidos, el yrigoyenismo sería un bocado fácil de deglutir, arrojaron el
triunfo de la entonces vapuleada UCR. Vinieron los tiempos de la proscripción y
abstención de este partido.
El general Justo, montándose sobre el
rápido desprestigio de su camarada de armas y compañero de correrías conspirativas,
logró gestar un acuerdo entre el deteriorado conservadorismo y los antipersonalistas
que abjuraron del ideario de Yrigoyen.
Fue la época signada por el “fraude”,
más precisamente el “fraude patriótico”, como lo llamaba la dirigencia de la
época, que se ufanaba por presentar un método que era el único capaz de frenar
el desorden que atribuían al accionar de las fuerzas populares.
Así Justo, Ortiz y Castillo gobernaron
al país durante la llamada Década Infame de 1932/1943, mediante la marginación
de las mayorías y el imperio de la Concordancia, una alianza política de
conservadores, radicales antipersonalistas y socialistas independientes, hasta
que la revolución de 1943 expulsó de la escena nacional a los personeros de la
“década infame”. Luego vendría la revolución popular del 17 de octubre de 1945
y el triunfo de Perón sobre las tendencias del viejo orden conservador.
Pero la intriga que comenzó ni bien el
peronismo ganó en febrero de 1946 logró sus designios con el golpe de 1955.
Otra vez la oligarquía conservadora se entronizaba en el poder. Sin embargo, las
experiencias les resultaron frustrantes tanto durante los años de proscripción
al peronismo, como después: así le sucedió a UDELPA, del dictador Aramburu y a la
Nueva Fuerza, del capitán ingeniero Álvaro Alsogaray. Luego, en los ‘80, tras
años de dictadura y con la democratización del país, apareció la UCEDE como
expresión de la derecha, comandada otra vez por el mismo capitán ingeniero de
tantos inviernos, que durante un tiempo escaló en la cosecha de voluntades pero
no pudo con Carlos Menem, quién la derrotó en las urnas, la fagocitó como
partido político y, después de abjurar de las banderas del peronismo, la
integró, junto a la familia Alzogaray, a la nueva alianza, mientras los dedos
ágiles de Domingo Cavallo llevaban adelante las políticas que los grupos de
poder pedían.
El justicialismo brindó sus bases populares
a la sorprendente experiencia neoliberal. La Alianza, que vino después, no
respondió a las expectativas de configurar una amalgama de democracia económica
y restablecimiento de formas republicanas. El callejón sin salida a que
acostumbra llevarnos el monstruo de mil cabezas que es el liberalismo terminó
en la explosión de 2001, la caída de toda una dirigencia y el reclamo de “que
se vayan todos”.
Producto de esa debacle, por derecha
nació el PRO, al que se pretendió mostrar como una fuerza nueva surgida de la
crisis del sistema de partidos, en medio de cacerolazos y piquetes. Se lo
exhibió como una experiencia que garantizaría eficiencia, seguridad y
transparencia. Hasta ahora tuvo más vida que los experimentos similares del
siglo anterior.
Copó la ciudad de Buenos Aires,
reuniendo a la derecha tradicional, con algunos peronistas y parte de los
radicales dispersos, más grupos provenientes de ciertas ONG, todos bajo el liderazgo
de Mauricio Macri, presentado como un dirigente de fútbol y empresario exitoso.
El PRO expresa una derecha que intenta
aparecer como “moderna”, entendida como festiva por unos y frívola por otros.
El accionar de Macri puso muy en duda
sus reiteradas invocaciones a “la transparencia”. Experiencias como la prórroga
del contrato de Manliba derivaron —como expresa el libro “MUNDO PRO” de Gabriel
Vommaro, Sergio Morressi y Alejandro Bellotti —en manejos turbios o
directamente coimas. “No pudieron evitar la indignación pública contra Macri,
Grosso y el Concejo Deliberante, al que se pasó a conocer —dada la acumulación
de casos —como el “Palacio de la Corrupción”, dice el libro. Ya había quedado
atrás el escándalo de las cloacas de Morón, un convenio que el intendente
Rousselot y Macri “llevaron adelante sin que se realizara la licitación correspondiente”,
señala el libro. Pero Macri hizo pie en Boca y se proyectó a la escena
nacional. El hecho de Cromañón abrió las compuertas a las maquinaciones de la
derecha y a la destitución de Ibarra. Macri se asentó allí y su fuerza ganó
sucesivas votaciones en la Ciudad de Buenos Aires.
“Para un país como la Argentina, que a lo
largo de décadas experimentó golpes de Estado, proscripciones, gobiernos
ilegítimos, el surgimiento de una derecha comprometida con la democracia es una
noticia positiva que no puede dejar de ser celebrada”, opina el citado libro en
sus tramos finales.
Si a la esquemática enumeración anterior
se le agrega la caja de Pandora que destapó el caso Niembro, cuyo contenido se
amplía a diario, la susodicha “transparencia” queda muy maltrecha.
Ciertamente esta nueva derecha ha
aparecido y se presenta como dispuesta a aceptar el juego democrático. Sin
embargo situaciones como el apaleamiento de marginales en las plazas a cargo de
la UCEP, a los internados en el psiquiátrico Borda, el uso permanente de la
violencia contra diversos reclamos sociales y las recientes posturas denunciando
un supuesto “fraude”, que sólo ellos y los grupos económicos concentrados ven, hacen
dudar de su vocación democrática. Además, como participa activamente de cuanta
operación desestabilizadora contra el gobierno democrático promueven los
factores de poder y se alinea con las tendencias golpistas latinoamericanas, se
arma un combo que alimenta serias dudas sobre la real vocación del macrismo por
ajustarse a las reglas del juego democrático, tal como sucede con sus similares
de derecha en el resto del continente.
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