miércoles, 30 de septiembre de 2015

El debate sobre los debates

Mauricio Epsztejn—
Dialogando
Faltan poco más de tres semanas para que en las urnas se cierre la duda sobre cuál es el proyecto político de país preferido por la mayoría de los ciudadanos para conducir sus destinos durante los próximos cuatro años: si la continuidad actualizada del que hoy encabeza al Estado o el propugnado por la oposición.
Esa es la verdadera disyuntiva y dado que los números no le dan bien, pareciera que todo el espectro antikirchnerista se hubiera puesto de acuerdo en instalar el tema de un supuesto debate televisivo entre los candidatos, como lo prioritario y paradigma de la democracia. A esta altura del partido, exaltar en abstracto la necesidad e importancia de tal evento entre los seis aspirantes que superaron las PASO refleja, cuanto menos, falta de realismo y sentido práctico, cuestión que esta nota descarta, atento a la batería de artimañas utilizadas por esos mismos actores para deslegitimar todo el proceso electoral en curso, a partir de los resultados que en general hasta ahora no cubren sus expectativas.

Entonces, ¿a qué viene tanto barullo en el que incluso suelen engancharse algunos oficialistas?
Como en cuestiones políticas, la ingenuidad suele ser sinónimo de inmadurez —para usar un término suave —y este cronista cree no serlo, al igual que no lo son quienes desde las diversas estructuras partidarias disputan el poder, es conveniente poner negro sobre blanco el objetivo de tan repentina vocación democrática, sobre todo cuando uno de sus principales impulsores es el grupo Clarín y sus afines, caracterizados por ocultar información relevante, deformarla o simplemente mentir. Dados los antecedentes de estos adalides de la transparencia en favor de un modelo importado, es lícito sospechar que su objetivo no es informar, sino todo lo contrario, desviar la atención ciudadana de los temas principales que hacen al modelo de país e instalar que el resultado electoral no depende de la voluntad libre de los ciudadanos, sino de requisitos instrumentales, cuya eficacia es discutibles, pero imposibles de resolver en el corto plazo.
Por otro lado, vale la pena preguntarse ¿a qué se han dedicado las respectivas fuerzas políticas prendidas en tal campaña, durante los días, meses y años previos, si para dar a conocer sus propuestas y proyectos de gobierno y de país dependen de uno o dos programas televisivos?
En realidad, tras esta agitación mediática hay un intento por sustraer del debate de fondo a los candidatos preferidos por el establishment, cuya cosecha de adhesiones frente a auditorios atentos no mide lo que esperaban. Entonces apuestan a un torneo de chicanas y acusaciones falaces, vaciado de ideas y manejado por asesores de imagen detrás  de las bambalinas: puro histrionismo y marketing, más propio de un predicador electrónico que de un político explicando sus propuestas.
Además, hay una cuestión operativa que esteriliza las supuestas bondades del instrumento.
A las elecciones del 25 de octubre llegan seis fórmulas que, aun cuando se acepta que las con mayor posibilidad de alcanzar el premio mayor sean menos, un elemental criterio democrático obliga incluir a todas, para brindarle iguales posibilidades a las que hoy son o se consideran minorías y mañana pueden cambiar de lugar, ejemplos de lo cual abundan aquí y en el mundo.
Suponiendo que se dividiera el match en partes: la primera, con media hora para que cada candidato responda a seis preguntas iguales y consensuadas, sin debatir entre ellos, insumiría tres horas de monólogos; la segunda parte serían las preguntas y repreguntas mutuas, en otro tiempo igual; y aún cabría una tercera para que los moderadores sacaran conclusiones. ¿Qué oyente / espectador se bancaría semejante maratón frente al televisor? Aún si existieran sin ir al baño, ni levantarse a preparar un mate, ¿a ellos les agregaría algo a lo que ya saben? Y a los que no saben nada, ni les interesa enterarse, ¿tal show los motivará para alejarlos del control remoto y de la tentación por el zapping?

Por último, también queda la posibilidad de que la propia dinámica utilizada hasta ahora por la oposición transforme el encuentro en un mayúsculo “Intratables” y le deje al espectador peor imagen que la de ciertos programas vespertinos de chimentos.

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