domingo, 29 de septiembre de 2013

¿La burguesía argentina va al paraíso?

Mauricio Epsztejn--
Burguesía nacional según Fabián Prol-Publicado en Ramble Tamble
Nadie suponga que el título incita a un perdidoso contrapunto contra un clásico del cine italiano.

La duda sólo intenta fijar la atención sobre alguna de las ideas en las que el kirchnerismo toma explícita posición y a las que el grueso de la oposición le saca el cuerpo pronunciarse.
Sintéticamente: ¿Qué quiso decir Néstor Kirchner cuando habló de recrear una burguesía nacional y el rol que le asignó al Estado democrático en ese proceso?

Después de diez años, estas líneas no buscan indagar en la subjetividad del ex Presidente, ni hacer una exégesis de sus palabras. Con lo que lleva de gobierno a cuestas el mismo oficialismo—entre aciertos y errores —aportó suficiente material para que se lo interprete sin ambigüedades.

Sin embargo, como no se trata de una discusión abstracta y secundaria, conviene detenerse a pensar en las implicancias que tendrá ese actor a partir de octubre en la futura conformación del país.

Cuando Néstor Kirchner asumió el gobierno, en el para hoy remoto 2003, entró a la Rosada con menos respaldo de votos que desocupados había en la Argentina y en diez años, con viento de cola, de frente, de costado o de donde fuera, el proyecto político que lanzó duplicó la economía y mejoró la calidad de vida de su población, a pesar de las sacudidas de un mundo atravesado por una crisis económica sin precedentes.

Justamente sobre este escenario es que se libra el debate acerca del rol que le cupo, le cabe y le cabrá a los protagonistas del proceso, a la dirección en que avanzará o retrocederá y en manos de quién corresponde depositar el comando del Estado para dirigir esa tarea.

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La primera cuestión que vale la pena recalcar porque no parece tan obvia, es que vivimos en un mundo globalizado bajo el sistema capitalista, algo que reconocen aún aquellos países cuyas dirigencias se proponen construir una alternativa socialista, pues lo que tienen por delante es completar el insuficiente desarrollo capitalista. No hablamos de una Europa donde los partidos socialdemócratas ya no tienen nada que ver con el socialismo —como en Francia, Inglaterra, España y demás —, sino en la Latinoamérica de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Ecuador, Bolivia o Brasil, cuyos gobierno se esfuerzan por elevar las condiciones de vida de sus pueblos y varios hasta proclaman ideales socialistas, pero como meta inmediata se proponen se proponen cosas más modestas, como la de alcanzar una sociedad más justa e igualitaria. Dentro de ese grupo revista la Argentina y el kirchnerismo en sus diversas variantes, que explícitamente aspira a distribuir del ingreso nacional por mitades: una para los asalariados y la otra para los poseedores del capital. En la actualidad y según datos oficiales, rondaría un en 48% para los primeros y el resto para el capital, por lo que, sea cual fuere la credibilidad que merezcan las estadísticas del INDEC, no caben dudas de la distancia sideral entre el presente y aquel 2003 de partida.

Siendo la Argentina parte del sistema capitalista donde el rol de la burguesía es primordial y que, al decir de Marx, es una clase que revoluciona permanentemente las relaciones de producción y con ellas todas las relaciones sociales, el indiscutible crecimiento de los puestos de trabajo (en diez años se crearon más de cinco millones) implica la existencia de más burguesía.

Entonces vale preguntarse qué sucedía por esto pagos antes de 2003. Quien se atenga a los actores que a continuación se enumeran se preguntará si la dirigencia de la Unión Industrial Argentina, de la Sociedad Rural y del resto de los dueños de la tierra, de los bancos, grandes cadenas comerciales, de servicios y transporte, ¿no estaban integradas en buena medida por burguesía nacional, la misma que al comando del Estado nos condujo al desastre y casi a la disolución?

Y si eran, como es obvio, por qué nos mandaron al infierno de 2001, según la acertada metáfora del mismo Néstor Kirchner.

Entonces, ¿qué cambió el 10 de diciembre de 2003 y a qué se refirió él mismo con su planteo de recrearla?

Esta columna no pretende hacer la exégesis de su pensamiento, sino analizar las líneas generales de la práctica kirchnerista durante estos diez años, signados por la paulatina recuperación para el Estado nacional y democrático de las decisiones políticas y el control sobre los resortes fundamentales de la economía, que muchas veces se fue dando a través de prueba y error y despierta tanta resistencia en gran parte de aquella dirigencia. A esta altura es evidente que el cambio no se debió a que perdieron beneficios, sino a las transformaciones habidas en otros campos, tales como el de la política y el de la democracia.

Política y democracia

La respuesta al interrogante sobre la burguesía nacional pareciera conducirnos a un callejón sin salida si no le incorporamos el cambio en los contenidos de la política y la democracia.

Curiosamente, sobre estos temas gira el debate y coinciden objetivamente la derecha política y las distintas variantes de la izquierda simplota. Los primeros afirman que si el país es capitalista, quienes deben dirigir su economía son sus dueños, como sucedió durante casi toda nuestra historia, reservándole al Estado sólo un rol de garante para el declamado libre juego del mercado, donde en realidad rige la ley de la selva, la de los poderosos. Desde la supuesta vereda opuesta contestan que la superestructura (el Estado, las costumbres, la cultura) está fatalmente determinada por la estructura de una sociedad y, en consecuencia, el Estado es el órgano de opresión de la clase económicamente dominante, por lo que a los oprimidos sólo les cabe resistir hasta acumular una fuerza capaz de derrocar el poder de los opresores y transformarse a través de un nuevo Estado en clase dominante.

La derecha miente cuando vocifera contra el Estado, un aparato que siempre utilizó en su provecho y que sólo desmanteló aquellas estructuras capaces de poner límites democráticos a su poder omnímodo.

A su vez, quienes recitan a Marx como un catecismo, suponen que cualquier estatización es socialismo.

Enfrentando a ambos, la experiencia ha demostrado que en un sistema democrático el Estado es a la vez herramienta y campo de disputa por la hegemonía, donde la profundización de la democracia y la ampliación de ciudadanía que se abre a la participación de la sociedad civil son la garantía más efectiva para transformarlo en instrumento eficaz de desarrollo al servicio de las mayorías y prevenir o curar la enfermedad del burocratismo.

De allí que en el proceso de recuperación de las empresas y servicios públicos debe prevenirse de recaer en los errores del pasado y combinar la participación de la sociedad civil en su gestión y control, junto a la formación de una burocracia eficiente y capaz de asegurar su continuidad operativa sean cuales fueran los avatares circunstanciales de la política.

Es de esto sobre lo que se discute cuando se habla de proyectos de país y es allí donde encaja la idea de recrear una burguesía nacional, una recreación que incluya al movimiento sindical y al resto de las organizaciones sociales y del Estado, que acerquen a la construcción de un país mejor. Pero esto amerita otra discusión que incluye una reforma constitucional, cuyo tratamiento excede los límites de esta nota.

Y es también en relación a estas cuestiones que se vota en las próximas elecciones. Lo que se sintetiza al afirmar que se trata de optar por uno u otro proyecto.

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