Osvaldo Riganti—
En 1930 le tocó a Yrigoyen; en 1955, a
Perón.
Hay algo una característica común de las
conspiraciones militares en Latinoamérica durante el siglo XX: un argumento repetido
enarbolado por los sectores de dudosa moral pública. La oligarquía utilizó en
su favor los prejuicios de ciertos sectores de clase media para montarse sobre
esa indignación pseudo moralista e instalar dictaduras que luego se volvieron
fatalmente contra quienes colaboraron a su ascenso.
La conspiración contra Yrigoyen se llevó
a cabo exagerando las fallas de la administración de su segunda presidencia, describiéndolo como un anciano
incapaz o pintándolo como un tirano.
La campaña periodística adquirió características morbosas. El periódico
derechista “La Fronda” llegó a denigrarlo en aspectos atinentes a su vida
privada, jactándose de haber descubierto
que “es analfabeto de padre y madre”.
La prensa golpista tenía su mejor exponente en “Crítica”,
de Natalio Botana. La noche previa al
golpe ese diario titulaba: “¡VÁYASE! GRITA TODA LA NACIÓN AL SR. YRIGOYEN”.
La mentalidad de la mayoría de los
opositores consideraba al yrigoyenismo una enfermedad del cuerpo social que con
el tiempo se curaría.
La mañana del 6 de setiembre se
levantaron algunas unidades del Ejército con el apoyo de la Marina. Los demás
sectores de las Fuerzas Armadas no intervinieron pero tampoco defendieron al
régimen constitucional. Yrigoyen fue detenido y trasladado a la isla Martín
García.
Al asumir, el general Uriburu dictó la
Ley Marcial, con el pretexto de prevenir desmanes. Esto no impidió que los
adictos al golpe de estado saqueasen tranquilamente la casa de Yrigoyen,
robasen sus pertenencias y papeles, quemasen sus muebles e incendiaran el
diario “La Época” y algunos locales radicales.
Todas las injurias caían sobre el
vencido, empezando por los diarios autocalificados de “independientes”, como
“La Nación” y “La Prensa”, el
sensacionalista “Crítica” y el socialista “La Vanguardia”.
Socialistas, radicales antipersonalistas
y conservadores proclamaban su euforia. A su vez Alvear, su antecesor y
correligionario, decía desde París que Yrigoyen “ha jugado con el país”, en
tanto que la Corte Suprema de Justicia, con Figueroa Alcorta a la cabeza,
reconoció al gobierno, fundamentando que el mismo “se encuentra en posesión de
las fuerzas militares y policiales necesarias para asegurar la paz y el orden
de la nación”
Ministros y funcionarios del gobierno
depuesto fueron difamados y acusados de los más variados negociados, sin que
las investigaciones posteriores encontraran ninguna malversación para
acusarlos, por lo que la justicia los debió sobreseer. Una práctica repetida
contra otros gobernantes que persiguieron a dictaduras militares.
Las consecuencias sociales del golpe
fueron el incremento de la desocupación y la delincuencia, se multiplicó la
prostitución y la enfermedad, mientras en la Costanera apareció la primera
“Villa Desocupación”. A Uriburu lo sucedió el general Agustín Justo, iniciando
el tiempo de la llamada Década Infame. La indigencia atacó no sólo a los
trabajadores y desocupados sino que arrasó con la clase media. La tuberculosis
diezmaba a la población.
En 1955 el enfrentamiento del gobierno
peronista con el núcleo concentrado de la oligarquía que logró arrastrar tras
de si a una parte significativa de la clase media, el conflicto con la Iglesia
cuya cúpula conspiraba abiertamente, el bombardeo a Plaza de Mayo llevado a
cabo por sectores militares con el activo apoyo de opositores, habían creado
una atmósfera tensa en aquella Argentina llamada la de la Gran Década, la de
Perón y Evita. El general Valle cuando
le entregó a Perón el Ministerio de
Marina que fue el epicentro de la
conspiración sofocada en junio de 1955, le había dicho: “Mi general, este
ejército no le va a servir para la
revolución popular. Arme a la CGT”. Sin embargo Perón optó por ofrecer una
tregua a la oposición, que esta rechazó. En
agosto mientras se desarrolla un plan de recuperación de la convivencia
y el diálogo, se descubrió un complot que se proponía asesinar a Perón.
Entonces el peronismo dio por terminada
la tregua política. El núcleo de la oposición estaba representado por las
tradicionales clases dominantes, siempre con negocios con el imperialismo de
turno. Pero se había extendido: los pequeños y medianos propietarios,
comerciantes e industriales no se encontraban cómodos con el fenómeno del
peronismo, que había alterado fuertemente las pautas distributivas
tradicionales, pese a que a ellos no les afectaba económicamente algunas
restricciones en la materia y la mayor nivelación social (como ocurrió con
Yrigoyen antes y ocurriría con Néstor y Cristina después) los fastidiaba.
Muchos intereses heridos se confabularon para crear un clima levantisco.
El 30
de agosto de 1955 Perón envió a los dirigentes máximos de su movimiento
una nota ofreciendo su retiro de la presidencia, como un medio para el logro de
la pacificación. A la mañana siguiente la CGT la rechazó y dispuso una
concentración en Plaza de Mayo. Perón salió a los balcones ante una multitud
exasperada. Su estado de ánimo era similar.
“¡A la violencia le hemos de contestar con una
violencia mayor!
Con
nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos
violentamente”. “Eso lo hemos de conseguir persuadiendo…¡y si no a palos!”. “Y
cuando uno de los nuestros caiga… ¡caerán cinco de ellos!” fueron algunas de
sus expresiones. “Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y
enemigos comprenden. Si no lo hacen ¡pobre de ellos!” terminó diciendo.
En los días siguientes se aceleró la
conjura. El general Eduardo Lonardi la encabezaba. Aconsejaba a sus íntimos
“proceder con la máxima brutalidad” (fue el considerado más “moderado” de los
dos presidentes de la llamada Revolución Libertadora).
El entonces capitán Jorge Rafael Videla
participaba de la sedición. Prestaba su casa en Bella Vista al coronel Guevara
para que sumara al alzamiento a varios oficiales.
El 16 de setiembre se habían producido
levantamientos en puntos distintos del país como Córdoba, Curuzú Cuatía, Río
Santiago y Puerto Belgrano. Desde Córdoba el jefe del movimiento subversivo
leía su proclama. “La espada que ha sido desenvainada no se guardará sin honor”,
decía Lonardi. El general leal Iñíguez
rodeó Córdoba pero no llegaron las órdenes del Comando de Represión. Hubo
desmovilización y fue fatal. El 19 de setiembre, el Almirante Rojas, Comandante
en Jefe de la Armada que cuando el bombardeo de junio aseguró lealtad al orden
constitucional y que había sido edecán de Evita, intimó a rendirse al General
Lucero, Jefe del Comando de Represión del gobierno peronista bajo amenaza de
bombardeo a las costas de la ciudad de Buenos Aires. Vastos sectores de la
población ribereña abandonaban sus casas, en las zonas más expuestas. Los
hechos se precipitaron. Perón ofreció su renuncia invocando su “patriotismo y
amor al pueblo” si bien “mi espíritu de peleador me impulsa a la lucha”. El
Comando en Jefe del Ejército no negoció sobre la base del ofrecimiento de la
renuncia. Capituló. Lonardi llegó a Buenos Aires aclamado por una multitud de
componentes de clases medias y altas y ovacionado en Plaza de Mayo. Había
terminado la experiencia peronista.
El general Perón, tras unos días de estar
alojado en una cañonera paraguaya se trasladó a este país, iniciando un periplo
que duraría más de 17 años.
Se destrozaban todo tipo de símbolos del
peronismo y hasta pulmotores y frazadas en los hospitales por tener la
inscripción “Eva Perón”. Hubieran sido de necesidad en la epidemia de poliomielitis
que afectó al país al año siguiente.
El motivo del golpe del ’55, más allá de
toda hojarasca “democrática”, fue el pasaje de una economía que centralizaba el
capital en la industria y en los sectores populares a una economía que
centralizaba el capital en los sectores tradicionales de la ganadería y la
agricultura ligados a los trust cerealeros.
Lonardi fue rápidamente tumbado por una
conspiración palaciega articulada por el vicepresidente almirante Rojas y los
partidos políticos que integraban la Junta Consultiva, con el radicalismo y el
socialismo a la cabeza. Asumió Aramburu, que acentuó la represión y la entrega.
El encarcelamiento de peronistas estuvo
a la orden del día. Mientras actuaban Comisiones Investigadoras viciadas de nulidad incautando
bienes de gobernantes y adictos al “régimen depuesto”, el gobierno de Aramburu
liberaba al pistolero “Cacho “Otero, alegando “servicios prestados a la
democracia”. Un levantamiento contra la tiranía de Aramburu epilogaría con el
fusilamiento del general Valle y civiles y militares que lo acompañaban en la
patriada. La prensa difundía las fantasías difamatorias de Aramburu y Rojas.
La historia se iría repitiendo hasta
1983. En 1976 se elaboraban las Actas Institucionales que privaba de sus bienes
y derechos políticos a los integrantes del gobierno de Isabel que estaban
presos.
Los militares que gobernaron con Uriburu,
Aramburu, Videla, Onganía, etc. fueron penetrados por la corrupción con tanta o
más facilidad que cualquier político. Terminaron deviniendo socios y hasta jefes de empresas que competían con las
del Estado.
Los grandes medios persiguen con saña a
los gobiernos que son conducidos por
movimientos populares. Nada o muy poco dicen de la entrega del patrimonio
nacional, las delictuosas privatizaciones, el empobrecimiento de todo un
pueblo, las causas de quiebras de cientos de miles de establecimientos
productivos. Simplemente porque detrás de esos inmensos delitos contra el país
están los acreedores externos y sus socios nativos. Tampoco obviamente del
manejo de esos medios de comunicación por los grandes intereses. Como hoy, que
nada dicen de que so pretexto de una “modernización” en las relaciones de
trabajo, Macri quiere volver al esclavismo laboral por el que tanto bregaron
Menem y De la Rúa.
Cada vez que la derecha captura el
Estado, instaura una feroz persecución contra los gobernantes del campo
nacional y popular. Ocurre en nuestros días.
Hoy como ayer los comunicadores sociales del establishment se
limitan al tratamiento frívolo de los casos de corrupción y callan el saqueo
que efectúan los grandes intereses.
Explicaba Arturo Jauretche que cuando se
producen denuncias de corrupción y las grandes empresas periodísticas montan un
gran escándalo hay que desconfiar. Hacía hincapié en que la moral pequeño
burguesa se escandaliza cuando mejora notablemente su posición un avivado
criollo pero no se pregunta cómo se hicieron multimillonarios los Rockefeller,
Fortabat, Pérez Companc y tantos otros que se nos quiso poner como paradigmas.
No se trata de angustias morales. Los
que montan campañas “moralizadoras” razonan en función de los negocios que se
están perdiendo y los que se ven afectados.
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