Mauricio Epsztejn—
Cristina-Bullrich-Massa |
Las Primarias
Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) realizadas el 13 de agosto de 2017
fueron una instantánea de cómo estaba el mapa político argentino en ese momento
y abren una incógnita difícil de desentrañar sobre los resultados electorales
del próximo 22 de octubre. Mostraron que el oficialismo de Cambiemos consiguió
un buen resultado nacional y que en distritos importantes, como la Provincia de
Buenos Aires y Santa Fe, está dispuesto a recurrir a cualquier artimaña para
escamotear un resultado adverso.
Por otro lado, se
vio que el espacio de Unidad Ciudadana u otras denominaciones que adoptaron en
algunos distritos las fuerzas que se reivindican integrantes del mismo campo
nacional, popular y democrático, triunfaron en las dos anteriormente señaladas
y tuvieron un desempeño aceptable en el resto del país, sin recuperarse todavía
de la derrota sufrida en 2015.
De todos modos,
a partir de los resultados obtenidos en estas PASO, se fue abriendo en su seno un
debate sobre cómo encarar las elecciones generales del próximo 22 de octubre
que permita frenar y empezar a revertir el avance de la derecha, corrigiendo lo
corregible en el campo propio, para después de ellas analizar sin autocomplacencias
ni canibalismo, por qué el PRO y Cambiemos, a pesar de los daños en el tejido
social que produjo su política, logró revalidarse en las PASO e incluso ampliar
lo logrado en octubre de 2015.
A esta altura
es indiscutible que la presencia activa y masiva del pueblo en la calle, con
sus reclamos, protestas y propuestas, es el actor principal del proceso que cuestiona
las extemporáneas y enmohecidas estructuras y liderazgos y que, de continuar
por ese rumbo, seguramente ayudará a crear las más adecuadas a la etapa
siguiente.
La
profundización de esa discusión es necesaria porque permitirá encarar con menos
errores hacia dónde, cómo y con quién debe avanzar el movimiento nacional,
popular y democrático para salir de la encerrona en la que todavía está
recluido y enfrentar al poder dominante con propuestas alternativas, creíbles,
movilizadoras y que entusiasmen, como lo requiere todo proceso social
transformador. De lo contrario, es muy probable que el país se siga degradando hasta
un escalón en que se haga insostenible y termine estallando con consecuencias
impredecibles, incluso hacia un pasado históricamente no tan lejano.
Según la óptica
de quien esto escribe, a pesar del peligro, pareciera que el sujeto social
portador la esperanza ya habría ingresado a la sala de partos y verá la luz
trayendo bajo el brazo no un pan, sino un paquete con el todavía deshilachado
conjunto de experiencias que se fueron formando y forjando casi anárquicamente al
calor de la reacción cotidiana y concreta que viene enfrentando la política
macrista, no con abstractas especulaciones de secta ni con el desconcierto que
cierta dirigencia arrastra desde la derrota de 2015, sino plagada de ideas
capaces de ser articuladas en una consistente propuesta política. Las notas
publicadas en Página 12 a partir del
17 de agosto, abren una respetuosa polémica, que no por eso deja de ser franca
y cruda cuando mira la realidad nacional e internacional, visiones que hasta difieren
diametralmente entre si. Es un debate saludable para el campo popular si quiere
retomar la ruta del progreso, que incluye no sólo reflexionar cómo logró la
derecha recuperar buena parte del espacio que habían perdido, sino cuales
fueron los errores propios que se lo facilitaron, porque no es haciendo la del
avestruz que los problemas desaparecen, sino enfrentándolos.
Acerca de la democracia
Para explicar las
razones por las que el campo nacional, popular y democrático o de
centro-izquierda, como otros lo llaman, sufrió una derrota en 2015, de la que
aún no se recuperó, no alcanza con hurgar en lo puramente anecdótico e
instrumental, como los egos de algunos candidatos, las fallidas estrategias
comunicacionales, la estética usada en las campañas y otras cuestiones del
mismo nivel, sino que hace falta sacudirse la pereza mental que no permitió
advertir los cambios de fondo producidos en la arena mundial a partir de la
hegemonía lograda por el capitalismo financiero, un complejo que no es una construcción
abstracta sino una realidad concreta, que se maneja con un patrón y una
concepción global común, que aplica de modo flexible y eficaz en cada país y
región, incluidas las diversas construcciones políticas a las que recurre. Hoy,
en la Argentina, eso se llama Cambiemos.
Como desde esta
columna apenas podemos picotear someramente sobre la cuestión, sólo nos
atreveremos a enfrentar unos pocos ítems que extraemos del montón que explican los
éxitos de la derecha en el país.
Uno de ellos,
es la cerrada defensa que el campo popular hace del “Estado”, enunciado así, en
abstracto, como si se tratara de un ente neutro, que el capital financiero dominante
quisiera destruir y reemplazar por un, también abstracto, “mercado”. Quien
aborde la cuestión sin anteojeras, constatará que la derecha no destruyó el
estado, ni eso entra en sus planes, una evidencia que está a la vista, porque
usa el Estado a diario. Lo que el campo popular aún le debe a la sociedad es
señalar con qué tipo de Estado se debe reemplazar al existente para que le
sirva a la democracia y no a las grandes corporaciones empresarias. Dado que
ese Estado aún no existe, mientras en los ámbitos académicos se piensa sobre la
forma jurídica que debería adoptar, el gobierno que tenía su base en los
sectores populares, en su momento debió, y cuando lo recupere deberá, impulsar experiencias
colectivas concretas de cómo los ciudadanos de a pie, pueden empezar a ejercer
algunas funciones que le corresponden a un aparato de Estado democrático de
nuevo tipo, no sólo representativo, sino más participativo, y aportarle a los
académicos las conclusiones de la experiencia para que ellos consoliden de
derecho lo que la sociedad ya aprendió y ejerció de hecho. Esas construcciones
colectivas también serán la mejor herramienta para salvaguardar ese nuevo Estado
de los ataques que sufrirá por parte de los reaccionarios externos e internos, porque
sus creadores no actuarán como simples observadores del desguace, sino que se
verán involucrados porque con su esfuerzo y creatividad lo levantaron. Dejarán
de ser simples consumidores de programas televisivos, para transformarse en
ciudadanos plenos, conscientes de sus derechos y responsabilidades, que los
defienden y pujan por ampliar la democracia.
Por lo hasta
aquí dicho, nadie podrá acusar a este escriba de propugnar la destrucción del
Estado y de la democracia porque, palabras más, palabras menos, hace rato viene
opinado igual desde esta publicación. La insistencia de que la democracia
representativa está en crisis y que para salvarla se la debe profundizar hacia
una más participativa, es porque si en países como Argentina no se la hace subir
de nivel, peligra hasta la propia democracia liberal, porque la palabra misma fue
usurpada y bastardeada por la derecha global.
La derecha y la democracia
A confundir las
cosas aporta tanto un sector del kirchnerismo que identifica a Macri con la
dictadura, como cierto progresismo que agita credenciales de independencia pero,
sin juzgar sus intenciones, en la práctica ayuda a lavar la cara de la actual
derecha gobernante.
Es el caso del
periodista José Natanson que en el artículo “El macrismo no es un golpe de suerte”, publicado en Página12 el reciente 17 de agosto, dice
textualmente:
“Cambiemos, ya lo hemos señalado,
expresa una nueva derecha: democrática, dispuesta a marcar diferencias
económicas con la derecha noventista, y socialmente no inclusiva pero sí
compasiva”.
Para que nadie
nos acuse de sacar esa frase de contexto, a continuación mostramos lo que el
mismo periodista afirmó el 28 de abril de 2015 (ver “Zoom a los globos amarillos”) en el mismo diario:
“La nueva derecha es democrática y
posneoliberal. Por una simple cuestión etaria los dirigentes que la lideran no
tuvieron participación en las dictaduras de los ’70 y ’80…”.
Cuando más de
dos años después el mismo concepto se repite, ya no se trata de un error de
tipeo.
En esa línea de
pensamiento, si sólo importaran los parámetros etarios, no se podría catalogar
a Biondini y sus cófrades como nazis.
En cuanto a lo
democrático de esta “nueva” derecha, salvando lo de la edad, sería interesante
que Natanson explique en qué categoría inscribe la desaparición de Santiago
Maldonado, la prisión de Milagro Sala, la represión estatal de las protestas,
las violaciones a la Constitución, el acoso a la Procuradora General de la
Nación, el ataque a los jueces que no se subordinan al mandato del gobierno, la
colonización de la Corte Suprema, el 2 x 1 a los genocidas, el fraudulento
manoseo del resultado electoral, la derogación de leyes por decreto, el cerril
revanchismo y odio de clase que destila por todos los poros, y… hay más
informaciones para este boletín…
Por eso, a la
luz de la experiencia sería bueno que Natanson aportara elementos más concretos
para avalar las cucardas de democracia y modernidad con que adorna a la derecha
realmente existente que conocemos.
Las clases sociales y sus mutantes dinámicas, estructuras e intereses
De que las
clases sociales existen y disputan entre si desde que en la historia humana
irrumpió la propiedad privada de los medios de producción, es una constatación que
muy pocos cuestionan. Que la característica y composición de las mismas fue
variando en dependencia de los cambios en la economía, se inscribe en el mismo
curso. Que esto sucede ahora y seguirá ocurriendo durante un futuro más o menos
previsible, entra en el terreno de la evidencia, salvo para dos grupos:
aquellos que se juegan por una revolución social mundial que suprima de un
saque la propiedad privada sobre los medios de producción y los que, como
Francis Fukuyama, decretaron “el fin de la historia” y el consiguiente congelamiento
de las actuales relaciones sociales.
Como el que martilla
esta nota no adhiere a la visión catastrófica, ni tampoco a la congelante y
trata de mirar sin prejuicios la realidad que lo rodea, entiende que no se
puede hacer política repitiendo fórmulas que pudieron valer en otro tiempo pero
que ya no responden a la cambiante actualidad donde, si bien en la estructura
de la sociedad persiste la división clasista porque, a grandes rasgos, de un
lado están los dueños de los grandes medios de producción y del otro los que
están privados de los mismos, sus respectivas estructuras internas se han
acomplejado, tanto por las condiciones materiales en que desenvuelven su vida,
como por los intereses y visiones del mundo que esas circunstancias acompañan.
Además, no es una novedad que en toda sociedad hay una clase o un sector significativo
de la misma que es más dinámico y lidera al resto para concretar las
transformaciones que en su seno ya han madurado. Lo dicho repite la pura teoría
enunciada por gente muy inteligente hace bastante tiempo. Sin embargo, si el
abstracto enunciado de tales procesos cabe en menos de media carilla de papel o
soporte electrónico, su traslado a la vida real en un tiempo y lugar concretos debe
recorrer sendas plagadas de obstáculos físicos e ideológicos, que incluyen una
larga serie de pruebas y errores, de los que participan millones de individuos.
Transformar
esta masa informe de seres aislados en un colectivo con objetivos claros, una
conducción y una estrategia para alcanzarlos, es el rol que le cabe a las
fuerzas políticas y a sus líderes. Ojo, decimos fuerzas políticas, que pueden o
no ser partidos como los aún subsistentes y en crisis, como la sociedad misma.
¿El campo
nacional, popular y democrático ya dispone de esta herramienta? Está claro que
todavía no, pero hay suficientes indicios de que podría estar en construcción,
tanto a nivel nacional, como internacional, por un encuentro, combinación y
síntesis entre el movimiento espontáneo de multitudes que son impulsadas a la
resistencia por el agravamiento de sus condiciones de vida materiales, en defensa
de las que conservan o para recuperar las perdidas, junto a minorías activas
que tienen clara esa necesidad. Como siempre ha sido, cualquier especulación
ideológica previa se salda con la práctica cotidiana, de cara a la gente, momento
en que se aprueban o descartan las teorías y se forja, adquiere temple y
flexibilidad esa herramienta transformadora, algo vedado para los recintos
cerrados de secta.
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