lunes, 28 de agosto de 2017

Acerca de la alabada y denostada clase media



Mauricio Epsztejn—
Citroen 2CV emblema de la clase media y de la movilidad social ascendente
“La victoria tiene cien padres y la derrota nació huérfana”—dijo Napoleón Bonaparte hace 120 años—. La sentencia conserva plena actualidad y viene a cuento cuando sectores “biempensantes” descargan en la vapuleada clase media, —un concepto sociológico, más que económico, en el que se incluye un vasto abanico de sectores que va desde asalariados formales (en blanco), hasta profesionales independientes y pequeños empresarios, en todas las combinaciones imaginables—, la responsabilidad por las reiteradas derrotas electorales que diversas variantes del movimiento nacional y popular vienen sufriendo en la Ciudad de Buenos Aires (CABA) y en otros grandes centros urbanos.

El recurso facilongo de encontrar alguien sobre quien cargar la culpa de errores o falencias propias no sólo esconde pereza intelectual, sino que, además, es dañino porque no resuelve el problema sino que lo agudiza expulsando hacia la vereda de enfrente a sectores que objetivamente deben alinearse en el campo popular. Por eso, descartar tales muletillas es una condición ineludible para analizar la compleja composición social, política, económica y cultural de la llamada clase media y elaborar políticas acordes, porque sin el concurso de ese sector no hay salida democrática y popular posible.  Por otra parte, no es necesario recurrir a la prehistoria para recordar que esa “culpable” no fue denostada cuando en 2007 Aníbal Ibarra, respaldado por Néstor Kirchner, ganó la jefatura de gobierno porteño y en 2011, en la CABA votó mayoritariamente a Cristina para presidenta.
Si en las últimas PASO casi la mitad de los votantes de la Capital, lo hizo por Elisa Carrió que ganó de modo transversal en todas las comunas, más que duplicando lo obtenido por Daniel Filmus y el resto de Unidad Porteña, a lo mejor convendría ser un poco más humildes y sensatos, dejar de echarle culpas al ganador por haberlo sido y analizar la acción política propia y del espacio, su relación cotidiana con los vecinos, el rol que vienen jugando sus actuales legisladores y concejeros vecinales, averiguar si quienes los votaron los siguen respaldando y cómo desarrollan su militancia barrial en clubes, sociedad vecinales, sindicatos y organizaciones de base, si tiene presencia entre los jubilados de su zona, si participan en el movimiento de mujeres y en los ámbitos culturales y, en general, cuál es su inserción real en el movimiento social donde vive, trabaja, estudia, disfruta o sufre junto a los demás vecinos que están en la misma condición. Es decir, si participa y cómo, en la vida de su comunidad, no al estilo del paracaidista que un día aterriza para “bajar línea” y luego sigue su gira, sino poniendo el cuerpo a diario. Por otro lado, esa es la mejor herramienta para escuchar a la “gente” y aprender de ella, que no es una entelequia sino una serie de fulanos, zutanos y menganos como uno mismo y no un conjunto de reclamantes frente al mostrador de una oficina pública.
Por allí pasa la acción de una organización política que se precie de tal. De lo contrario se transforma en una burocracia de comité, unidad básica o como se llame, que funciona casi como una gestoría que trata de resolver administrativamente o por contactos con estamentos del Estado problemas individuales de la vida cotidiana y que cada tanto organiza alguna actividad para recontar en cuánto se incrementó el grupo inicial o cuántos de los que empezaron, aún quedan y se reúnen para hacer terapia de grupo, consolándose por las derrotas, mientras divagan interpretando mal al Jauretche que escribió sobre “El medio pelo en la sociedad argentina”.

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