Osvaldo Riganti—
Entre 1973 y 1974 Argentina había logrado
el máximo nivel de reservas en divisas desde la década del ‘40 y el mínimo
nivel de deuda. Salieron del Parlamento un conjunto de leyes económicas avanzadas,
se proyectaron obras estratégicas, se diversificó el comercio exterior, hubo un
plan de desarrollo de la ciencia y la tecnología. Se incrementó la
participación de los trabajadores en el ingreso mediante la concertación social,
con inflación casi nula. Había apenas un 5% de pobres en las zonas urbanas,
donde se encontraba más del 70% de la población. La desocupación era de un 6%.
Tras la muerte de Perón, Isabel adoptó
medidas que significaban mejoras para los trabajadores e incluso tomó decisiones
de corte nacionalista en lo económico que le motivó durante unos meses un
considerable sustento popular. Pero gradualmente fue virando para aplicar una
política de círculo, la de reclinarse exclusivamente en los grupos adictos más
verticalistas y abandonar el Pacto Social que impulsó Cámpora y mantuvo Perón
en sus breves 9 meses.
A comienzos de 1975 se produjo un
agravamiento de la situación económica a lo que contribuyó la escases de
divisas y la suspensión en el Mercado Común Europeo de las compras de carnes
argentinas, originando la paulatina devaluación del peso y la caída de los
salarios reales. Ello llevó a la renuncia del ministro de Economía, Gómez
Morales, un hombre de la vieja guardia
peronista, que había sucedido a José Ber Gelbard, desplazado por la camarilla
de López Rega y por las escasas simpatías que suscitaba en la cúpula gremial.
López Rega colocó entonces en Economía a
un hombre que respondía a él, Celestino Rodrigo, que a poco de andar desató el
recordado “rodrigazo”, propiciando una política
económica liberal ortodoxa, cercana a los postulados de los grupos más
concentrados. La debacle económica fue espectacular. Hubo una devaluación de
más del 150%, aumento de tarifas entre el 100 y 200%, aumento de la nafta de un
172%, con su correlato en los precios. El aumento de salarios en paritarias no
podía superar el 38%,, según las pautas que aplicó Rodrigo en acuerdo con un
funcionario de su equipo, Ricardo Zinn, que ya había estado en esa cartera en
tiempos de Onganía y que luego sería el segundo de Martínez de Hoz durante la
dictadura genocida. Todo con el fuerte respaldo político del cada vez más
odiado “Brujo”, López Rega, a quien se atribuía la jefatura de una organización
terrorista de derecha, la tristemente célebre Triple A, armada con matones y el
visto bueno del Partido Militar.
La fuerte reacción de los gremios derivó
en aumentos de salarios que hasta quintuplicaron las citadas pautas oficiales.
Ello se dio en el marco de paritarias, que además sancionaron mejoras para los
trabajadores.
Isabelita y López Rega |
Pero la noche del 26 de junio el
Ministro de Trabajo, Ricardo Otero (hombre de la UOM), informó a los
secretarios de los gremios que Rodrigo había anulado los Convenios Colectivos de Trabajo y la presidente había
convalidado la medida. Inmediatamente los sindicalistas dispusieron una
concentración en Plaza de Mayo en apoyo a la viuda gobernante pero solicitando
la homologación de los convenios colectivos. El titular de las 62 Organizaciones
Peronistas, Lorenzo Miguel, y el secretario general de la CGT, Casildo Herreras,
se encontraban en Suiza en una reunión de la Organización Internacional del
Trabajo. Ambos avalaron la convocatoria. “Evidentemente hay quienes quieren
hacer equivocar a la señora presidente”, sostenía Lorenzo Miguel.
El 27 de junio tuvo lugar en la
histórica plaza una gigantesca movilización popular en pos de la homologación
de las paritarias. Hubo consignas de respaldo a la Jefa de Estado
(“¡I-sa-bel!”) pero acompañadas de demandas que pedían la sanción de los
acuerdos paritarios y la renuncia de López Rega y Rodrigo.
“Isabel, coraje//al Brujo dale el raje” era
uno de los cantos, seguidos de otros menos académicos del tipo “aplaudan, no
dejen de aplaudir//que el Brujo hijo de p… se tiene que morir”. Los
emplazamientos no cesaban: “Afuera, afuera//Rodrigo y López Rega”.
Isabel desoyó la presión popular y avaló
a los ministros cuestionados, al tiempo que anuló las paritarias. Pero la
caldera estaba a punto de estallar. Por primera vez, un gobierno peronista
soportaba una huelga general de 48 horas, los días 7 y 8 julio. Renunciaba el
ministro de Trabajo Otero, tras una áspera reunión de gabinete en la cual se
llegó a decir que corrió por todo el despacho presidencial a López Rega (“La
Opinión” de la época). Las manifestaciones epilogaron con la homologación de
los convenios, en pocos días el alejamiento de Rodrigo y, tras cartón, la
renuncia de López Rega. “Isabel//el pueblo te lo ruega//queremos la cabeza del
traidor de López Rega” era una de las consignas predilectas en las reiteradas
marchas que protagonizábamos.
Los hechos se precipitaron. López Rega
se replegó hacia funciones de menor exposición, conservando el de secretario
privado de la Presidenta, de donde ella lo apartó, pese a lo cual siguió recluido
en la Quinta de Olivos, una situación que derivó en incidentes con el
Regimiento de Granaderos, que lo obligó a alejarse del chalet presidencial.
López Rega se fue del país, iniciando un
largo periplo que epilogó durante el gobierno de Alfonsín cuando el entonces
fiscal Aníbal Ibarra logró su extradición desde los Estados Unidos. Durante
años fue un secreto a voces que, pese a la orden de captura internacional que
pesaba sobre él por sus crímenes y otros delitos, ese país lo protegía.
La ceguera de gran parte de la dirigencia
peronista política y gremial, junto al desprestigio del gobierno, hizo que los
golpistas capitalizaran el desplazamiento de López Rega.
A 41 años de aquella movilización, vale
la pena reflexionar sobre esa experiencia.
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