jueves, 8 de noviembre de 2012

“Mamá, mamá, en la escuela me dicen…”

 Cristian E. Valenzuela Issac – Docente
Natalia Perrotti – Lic. en Psicología

Se dice de mí… se dice de mí… Lo que pareciera ser una alusión a la voz de Tita Merello puede adquirir un tono aún más grave cuando uno no logra responder con gracia a lo que los demás dicen de sí. Pero… ¡qué complejo puede resultar pronunciar con paso firme un “yo soy así” y salir ileso del intento!

El murmullo de barrio, los comentarios de pasillo, las mudas miradas acusadoras… Muchas son las formas en que se instala en nuestras conciencias el límite entre lo que es aceptado y lo que no lo es. ¿Cuál es el precio de querer siempre agradar a los demás? Resuena en nuestros oídos, como un lamento perturbador, aquel epígrafe que Hermann Hesse elige escribir para su novela Demian: ‘Quería tan sólo intentar vivir lo que tendía a brotar espontáneamente de mí. ¿Por qué había de serme tan difícil?’
¿En dónde reside la dificultad de vivir como uno desea? Existe una instancia, que quizás podamos atribuir a la sociedad, que nos exige ser de un modo. Se instituye, así, en los discursos que circulan, cierta normalidad cuestionable: “éstas son cosas de señoritas”, “comportate como un hombre”, “no seas salvaje”, “estás loco”, “no te puede no gustar”, etc.

Romper con la regla de la normalidad es arriesgarse a no ser eso que pretenden de uno, es jugarse a ser tildado de raro, diferente, anormal. Romper con la regla social de la normalidad puede llevarnos a caer en un profundo sentimiento de soledad.

Pero, ¿qué significa ser anormal? Podría significar, acaso, tan sólo diferir de los estándares que la sociedad determina para cada aspecto del ser humano. Así, habría un estándar de belleza, un estándar de inteligencia, un estándar de conductas eficientes (un buen amante, un buen alumno, un buen amigo, un buen hijo, un buen padre).

Pero, ¿podemos vivir en sociedad si cada uno hace absolutamente lo que quiere? La legalidad social -tanto la jurídica como la implícita en nuestras prácticas y discursos- garantiza un tipo de convivencia. Sin embargo, ¿cuánto podemos realmente decidir sobre ese orden que nos viene dado, que nos enseñan en nuestra casa, en la escuela, en la calle, en los medios de comunicación?

Seguramente cierto orden sea necesario. Lo conflictivo de ese orden residirá, más bien, en los intereses a los que responda. Si vamos a establecer con nuestras palabras cómo ser, hagámoslo como nos sugiere otra hermosa voz cantante, como la de Julia Zenko, y no repitamos, con los que vienen atrás, eso de andar enseñando todo mal.


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