jueves, 31 de julio de 2014

Mundo digital y responsabilidad social

Estela Pérez Lugones—

Control social. Sin sangre, sin discursos, sin cuerpo. Acciones simples como visitar portales informativos; colocar un inocente “me gusta” o subir fotos familiares en Facebook; compartir un estado de ánimo o una opinión en Twitter; mirar la condición meteorológica o la guía de calles en un celular; derivan, sin que seamos conscientes, en la entrega voluntaria de información privilegiada sobre quién se es, qué se hace y qué se piensa.

Si esto es inquietante para algunos, más lo es percatarse de que semejante caudal informativo sobre la conducta de millones de usuarios, es verificado y controlado no por personas sino por máquinas. Servidores que agrupan o separan,
seleccionan o desechan, profundizan o ignoran la información que reciben, sin más patrón que un algoritmo diseñado por algún ingeniero al servicio de algún poder (económico, político o ambos conjugados) para saber qué ocurre en el minuto a minuto de una población determinada. La meta es conocer las variantes del humor social. El signo de ese poder ya no importa. Esa información es imprescindible para cualquier poder.

Hasta no hace mucho, el material sobre el cual se construían los mensajes publicitarios para generar consumos emanaba de la información suministrada por las personas bajo la forma de la Encuesta o el Censo. Es decir: una situación en la que claramente una persona era consciente de estar entregando información personal a una entidad determinada en forma voluntaria. Pero el poder ha perfeccionado su capacidad de informarse acerca de los gustos, ideas y conductas de millones de personas, sin tener que preguntar nada. Sin exponerse. Sin cuerpo. Y con esa información, actuar y generar conductas.

Para prueba basta un botón. Facebook acaba de reconocer que en el 2012 experimentó con las emociones de millones de usuarios de habla inglesa, para evaluar la repercusión de sus contenidos e interacciones en la población. Entonces dividieron a una población de 700 mil usuarios en dos grupos. A cada uno le ajustaron el tipo de información que recibían a fin de determinar el impacto de “buenas” o “malas” noticias en su respuesta emocional.

Lo hicieron sin consultar. El conocimiento público de esta acción generó un escándalo que seguramente en poco tiempo habrá de apagarse. Básicamente por la tendencia humana a adaptarse culturalmente al tiempo que vive, signado hoy por la hiperconexión.

Que el estudio inconsulto haya ocurrido en el hemisferio Norte no debería tranquilizar a nadie. De hecho el español ha pasado ser la segunda lengua más activa en Facebook de acuerdo a las últimas informaciones. El tiempo corre.

Literatura y la Sociología vienen alertando desde hace más de medio siglo sobre la inminencia de la Sociedad del Control. Kafka, Orwell, Bradbury, Ballard, Foulcault, Borroughs, Deleuze y Baumann, por mencionar algunos, han expuesto los peligros de un mundo en el que cada movimiento, por minúsculo que sea, es observado por alguien.

Tanto se ha normalizado esta lógica, que las personas que carecen de perfiles en redes sociales y cuyos nombres no generan resultados en los motores de búsqueda en Internet, son considerados “extraños al sistema” si tienen menos de 50 años.

Este mundo, esta manera de ser y estar en la realidad que a las generaciones pre-digitales asusta y resulta ajena, entraña a la vez una responsabilidad social insoslayable. La de interiorizarse y meterse a comprender qué intereses y valores mueven a los más jóvenes a participar constantemente de este universo. Ningún movimiento a través de las pantallas y teclados es inocente. Genera información. Y ese material, convenientemente manipulado, genera sentido.

El extrañamiento ante el Mundo Digital, esa extranjería que los pre-digitales suelen padecer, es de gran utilidad. Permite hacerse preguntas imposibles de formular estando en su interior. Faculta a meterse y salir, pertenecer y no. Como un recurso maravilloso para ejercer con distancia la posición del análisis.

2 comentarios:

  1. La nota plantea un tema de debate interesante y actual, cuyo nudo, interpreto, lo expresa el segundo párrafo, en el que vale la pena detenerse porque allí afirma lo que un par de renglones más abajo ella misma contradice y la conducen a alarmarse sobre el peligro de un “gran hermano”, sin que tal riesgo, real o supuesto, la lleve a comprometer una opinión de cómo debe ser encarado.
    El referido texto dice: “semejante caudal informativo…es verificado no por personas sino por máquinas…{a través}... de un algoritmo diseñado por algún ingeniero al servicio de algún poder…{cuyo signo}…ya no importa”.
    Entonces, pongámonos de acuerdo. Si hay “algún ingeniero” que diseña, entonces hay seres humanos con intereses detrás y justamente el “signo” de ese poder no nos puede ser indiferente, sino que eso es justamente lo que importa pues, lo primero que se debe hacer es identificar a los diseñadores y operadores de tal tecnología y ponerlos bajo la luz pública. Entonces descubriremos a seres humanos creadores y usuarios de tal tecnología y no al revés, es decir, seres humanos con determinados intereses.
    El siguiente paso es fijarle límites para evitar que, consciente o inconscientemente, exprofeso o por error, causen daño. Los recientes casos de Julián Assange y Edward Snowden, la cacería y el ensañamiento que contra ellos desató el poder imperial estadounidense, muestran que ha llegado el momento de establecer normas de gobierno internacional. En ese sentido, durante su reciente visita a Brasilia, el presidente chino Xi Jinping planteó que: “La comunidad internacional debe construir junta un espacio informático pacífico, abierto, seguro y cooperativo y crear un sistema de gobierno de Internet multilateral, democrático y transparente, de acuerdo con los principios de respeto y confianza recíprocos por medio de la cooperación internacional eficaz”.
    Por supuesto que propuestas como esa son atendibles y deben elaborarse entre todos y destinadas a todos, incluidos los propios chinos.
    Hay quienes opinan lo contrario y proponen dejar las cosas en manos libradas a “la libertad”, es decir, todo como está, sin modificar nada, lo que significa que sea regido por los más poderosos. En este sentido es necesario recuperar el valor de las palabras y ser claros: no hay “libertad” sin democracia y transparencia y eso no le compete a las máquinas sino a los seres humanos cuyo poder debe ser regulado democráticamente.
    Por eso, aunque parezca redundante, vale la pena aclarar que no tiene sentido prohibir el uso del martillo porque alguna vez un desequilibrado le rompió la cabeza a un semejante. Habrá que ver qué hizo o qué aprendió la sociedad, para evitar que tal aberración ocurra o se repita.
    Mauricio Epsztejn

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  2. Estela Pérez Lugones1 de agosto de 2014, 13:17

    Estimado Mauricio:
    Algunas precisiones sobre mi nota. Si tomás el párrafo que señalás en forma completa y sin recortes, tal vez mi expresión sea más clara y su sentido surja con mayor facilidad.
    Si aún así el texto no es claro, valga entonces esta precisión:
    Cuando yo digo que el signo político de ese poder ya no importa, me refiero a que aquello que debemos mirar es anterior a eso. Es más grande y preocupante. El poder que observa lo hace "más allá de su ideología" porque la única ideología que le importa es el control.
    En ese sentido, intenté apropiar la visión de Hanna Arendt en "Los orígenes del totalitarismo", quien logra ver más allá del discurso y pone en la misma línea de análisis al nazismo y al stalinismo.
    Aquello que yo digo es que el poder que controla, ese sujeto invisible y voraz, es anterior a un signo político y por dicha razón más peligroso aún. Puede ser de derechas o de izquierdas, ser un Estado, una empresa, un grupo terrorista. Y siguen las firmas.
    En la actualidad parte y no todo el control cibernético lo ejercen las potencias. Especialmente EEUU, Reino Unido, Rusia, Francia, Israel. Y China también. Los hackers chinos (de los mejores que hay en el mundo a juzgar por sus acciones) han hecho caer sistemas informáticos completos librando desde hace más de una década una guerra en un campo sin cuerpo: el Ciberespacio.
    Por eso digo que "no importa" el signo político del controlador. Me preocupa que sea quien fuere, puede saber todo. Y lo más grave: la mayoría de los controlados lo ignora y nada alegremente en la nube rosada de bits como en un parque de diversiones. Una cosa es transcurrir en Internet sabiendo. Y otra es ignorando. Por eso me preocupan más los chicos. A diferencia de vos y de mí misma, no pueden imaginar un mundo distinto a este.
    Es mi manera de ver las cosas, Maricio. Seguro soy contradictoria. Todo ser humano lo es.
    Te mando mis saludos afectuosos y te agradezco la oportunidad de escribir sobre un tema que me apasiona tanto,
    Estela

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