sábado, 31 de agosto de 2013

Fábrica de acordeones Anconetani

Nota realizada en noviembre de 2012 para la Facultad de Periodismo Eter
Ignacio Pescetti
Fabiana Solano
Victoria Fregenal
Juan Martín Pinella 
Mercedes Alemán
Nazareno Anconetani
Nazareno Anconetani es el único heredero de la primera fábrica de Sudamérica que construye acordeones artesanales. Hoy es la única en Argentina. Fue fundada por  su padre en 1918. A sus 90 años  y con más de 80 de profesión, Nazareno repasa la historia de una marca que eligen grandes músicos como Antonio Tarragó Ros, Raúl Barboza y “el Chango” Spasiuk.
Con rigurosa puntualidad se levanta a la diez de la mañana la persiana metálica de color rojo opaco que resiste el paso del tiempo. Detrás está el salón de ventas donde los acordeones se lucen en antiguas estanterías envidriadas y una computadora desentona con un lugar que tiene el estilo de un bodegón. Esa es la entrada a la antigua casona, que parece ser un túnel del tiempo, donde nació el menor de los cinco hermanos Anconetani, Don Nazareno. En el centro de la casa hay un gran patio desde donde se asoman los escalones que llevan al primer piso. Allí está el taller, un agujero lleno de historia y arte en plena Chacarita, en el que el lutier mañana y tarde se dedica a lo que hace desde los cuatro años: construir acordeones con sus manos.
Con una memoria tan fiel como la compañía de “el mariscal”, un gato que duerme sobre la silla al costado de la mesa de trabajo, Nazareno cuenta en un español con pronunciado acento italiano que su padre, Don Giovanni, nació en Loreto, provincia de Ancona, de allí el origen de su apellido. Aprendió el oficio en la fábrica de Paolo Soprani -el veccio Soprani- le dice él, un famoso fabricante con quien su padre compartía una gran amistad. Esta, junto con la marca alemana Hohner, eran los mejores fabricantes mundiales de acordeones. Giovanni viajaba a Buenos Aires para vender la marca italiana. En 1918 se instaló definitivamente en Argentina y empezó a construirlos con materias primas que traía desde Italia, a la vez que los importaba terminados y los vendía en casas de música. Pero cuando se desató la Segunda Guerra Mundial tuvo que arreglárselas de otra manera. “No hay mal que por bien no venga. La guerra impidió que mi padre continuara importando acordeones y las maderas para construirlos. Entonces decidió hacer sus propios instrumentos.  Empezó solo hasta que un día le pidió a mi mamá, mientras le cebaba mates, que le alcanzara la cola para pegar un fuelle  y así fue como ella se convirtió en su mejor ayudante, mientras mi abuela nos atendía a los cinco”, relata el lutier.
Afinando los instrumentos
Afirma que su padre era una persona que buscaba la perfección y a eso atribuye la calidad de los acordeones Anconetani.  Con ese fin fue que compraron terrenos en la localidad de Coronel Brandsen, Provincia de Buenos Aires, donde plantaron pinos que todavía utilizan en la fabricación y reparación de los acordeones. Comenta que cuando los siete integrantes de la familia trabajaban en la fábrica, demoraban no menos de un año en terminar cada instrumento. “Mi mamá decía que ‘cuando entregábamos un acordeón, entregábamos un pedazo de la vida nuestra’ y tenía razón porque con cada pedido se ponía el alma”, asegura Nazareno y el brillo de sus ojos muestra la emoción de un tiempo que no parece lejano y refuerza la anécdota cantando un fragmento del tango ‘Silencio’ de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel: “Eran cinco hermanos, ella era una santa… mi madre era una santa, trabajaba más que nosotros cinco juntos”, reconoce con un nudo en la garganta.
Con la misma habilidad con que construía los instrumentos que llevan su apellido, Don Giovanni les mostró a sus hijos la importancia de mantener el culto de fábrica familiar. Así, cuando el hermano mayor le planteó que quería ejercer como constructor, ya que había recibido el título, Nazareno cuenta: “Mi papá lo sentó y le pidió que buscara en la guía, ya que éramos unos de los pocos que teníamos teléfono en el barrio, cuántos constructores encontraba. Mi hermano le dijo que había tres páginas. Ahora fijate cuántos fabricantes de acordeones encontrás. Al ver que figurábamos sólo nosotros, decidió que lo iba a pensar un tiempo. Al final nunca ejerció”, remata sonriente. Algo parecido sucedió cuando tres alemanes de la marca Hohner se presentaron en la casa de Guevara 478 con la propuesta de comprar un terreno y que los Anconetani pasaran a fabricar los acordeones alemanes, lo que implicaba que desapareciera su marca. Don Giovanni estuvo un tiempo reunido con ellos y luego que se marcharon les preguntó a los hermanos mayores qué les parecía la propuesta. “Esto es tocar el cielo con las manos, saltamos al primer plano”, dijo el mayor. “Mi padre con tono ofuscado nos trató de estúpidos, ya que nos había enseñado el oficio y se quejaba que al primer comprador que apareciera nos vendíamos”,  recuerda.
 Nazareno nunca viajó Italia, pero domina el italiano perfectamente, ya que en su casa no usaban el español. “El primer día que fui al colegio, llamó el director a mi casa para reprochar que yo le hablaba en italiano”, dice. “Mi padre le contestó que justamente me mandaban a la escuela para que aprenda el español”,  cuenta y larga una carcajada. Con gran humildad se sincera y reconoce que le hubiese gustado conocer Ancona, el pago de su padre, pero asegura que Buenos Aires es su lugar, ya que vivió siempre aquí y las palabras de su madre vuelven a tomar cuerpo en los labios de Nazareno: “Mi madre decía que era más argentina que italiana”.
Los acordeones Anconetani son hechos según los pedidos de los clientes. Nazareno se jacta de construirle los instrumentos a la mayoría de los músicos litoraleños, a los chamameceros, como Raúl Barboza, el Chango Spasiuk y Antonio Tarragó Ros. “Al padre de Antoñito le vendimos cinco Anconetani”, dice orgulloso.  El único heredero de la firma cuenta que un día fue al taller una persona que había perdido un brazo y quería que le fabricaran un acordeón que se adaptara a su discapacidad. “Mi padre se las ingenió para construir un instrumento de modo tal que abriera y cerrara el fuelle con unos soportes que se sostenían de las piernas y con la mano derecha tocaba el canto, es decir, el piano. Fue una maravilla, porque además ese tipo tocaba arriba del tren y así se pudo seguir ganando el mango”,  asegura todavía admirado por la habilidad de su padre.
Otra de las grandes pasiones de Nazareno es la batería. A pocos meses de cumplir 91 años (24 de diciembre), el menor de los Anconetani se presenta religiosamente el segundo domingo de cada mes en Carlos Calvo al 3800, donde una quermés organizada por la Asociación de Acordeonistas es la excusa perfecta para que Nazareno acompañe en la batería a todo aquel que sube a tocar una pieza de tango o un chamamé y así el lutier vuelve a sentir la misma adrenalina que corría por sus venas durante los 38 años que, junto a su orquesta, animaron los bailes tocando Típica y Jazz. Para invitarnos al evento, vuelve a recurrir a las estrofas de un tango, esta vez es “Sur”, de Homero Manzi y Aníbal Troilo: “Queda cerca de San Juan y Boedo, como decía el tango”.  
Si bien Nazareno no tiene hijos, algo de lo que no se arrepiente, confía en que Dieguito, un lutier hijo de una sobrina que ayuda en el taller, junto con las sobrinas que trabajan en la fábrica van a continuar con el legado. “Los acordeones Anconetani son un hecho familiar y así van a seguir siendo siempre”, responde apresurado mientras insiste en que bajemos a tomar los cafés que pidió, antes que se enfríen.

1 comentario:

  1. no savia la historia de ustedes hoy escuche con nacho a una señora que conto la historia de ustedes como famila y me puse a buscar por internet me gusto mucho lo relatado por la señora con nacho melucci del programa region atlantica,mi apellido es candria y mi nombre carlos hugo desendientes de genoveces y calabreces pueda ser que algun dia pueda conocer los pueblos de mis abuelos....

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