Mario M. Méndez*—
Cuando el padre de Agustín llegó a Toranzo esperaba encontrar a su hijo muy enojado, y por eso, además de un buen regalo, se había preparado para recibir muchas recriminaciones o, peor aún, ese silencio furioso que el chico solía usar, y que a él tanto le dolía. Sin embargo, Agustín estaba feliz. Feliz como nunca, y acompañado de un cachorrito blanco, su nueva adquisición.
–Desde que encontró al cachorrito es otro chico –le dijo el abuelo Ramón al padre de Agustín, que se rió, contento con el comentario.
Y era cierto, hasta la risa de Agustín era distinta.