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jueves, 31 de julio de 2014

Atrapado

Mario M. Méndez*—

Cuando el padre de Agustín llegó a Toranzo esperaba encontrar a su hijo muy enojado, y por eso, además de un buen regalo, se había preparado para recibir muchas recriminaciones o, peor aún, ese silencio furioso que el chico solía usar, y que a él tanto le dolía. Sin  embargo, Agustín estaba feliz. Feliz como nunca, y acompañado de un cachorrito blanco, su nueva adquisición.
–Desde que encontró al cachorrito es otro chico –le dijo el abuelo Ramón al padre de Agustín, que se rió, contento con el comentario.

Y era cierto, hasta la risa de Agustín era distinta.

lunes, 30 de junio de 2014

Mudanza

Ma. Mercedes Alemán—

Varias cosas me quedé pensando respecto a la mudanza y quizá me mueva el hecho de emprender una, pequeña, pero mudanza al fin.

Dejar, como vos decís, ensoñaciones es en algún punto convertirse en el fantasma que va a habitar esos lugares. Uno cree cuando arrulla a un niño muy niño (que no va a recordar ni el canto, ni a la persona, ni su llanto, ni el motivo) que algo de eso queda en el niño. Supongo que lo que pasa es que los niños dormidos despiertan una ternura muy grande, gigante, y uno cree que el pequeño se conmueve como uno y que, entonces, el canto lo modifica. Pero el modificado es quien canta y mira dormir. Con los lugares pasa algo parecido, uno cree que las paredes absorben lo vivido. Que los objetos en general lo hacen, como si fueran permeables y/o sensitivos. Pasa entonces, cuando uno abandona (o simplemente deja un lugar) que cree haber modificado ese espacio tanto como el espacio modificó a uno. Uno, cuando digo uno hablo de mi, pero vista desde afuera, está convencido de que queda en el lugar habitado el fantasma de lo que supo ser en él.

sábado, 31 de mayo de 2014

Manuela

Ma. Mercedes Alemán—

Fotos: Lucía Alemán—


Manuela apareció el segundo día que estuvimos en la casita de la calle Misiones. Nos preguntó si nos molestaba que le diera de comer al gato. Nos miramos, no había gato e incluso habíamos pensado ir a buscar uno a la plaza apenas nos mudáramos. Le contamos que en el poco tiempo que llevábamos ahí no habíamos visto más animal que las cucarachas que habitaban la parra. Ella aseguró la existencia del felino, nosotras aceptamos que dejara la comida en la puerta y nos presentamos como las nuevas vecinas. Manuela nos dio la bienvenida al barrio.

Sin llegar al metro cincuenta y cinco, de más de sesenta años, pelo negro, rulos y cara redonda, vi a Manuela varias tardes del otro lado del metal expandido dejando comida para el gato. Le pregunté al dueño de la casa si podía ser que hubiera un gato. “Que yo sepa no hay gato, pero puede ser que mamá tuviera uno y yo no supiera nada. Me parece raro que haya sobrevivido cuatro meses, sin nadie en la casa. Los vecinos son chusmas, pero amables y cuidan la casa”.